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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

domingo, 20 de abril de 2014

Ella. Un cuento real



Ella al abrir su maleta descubrió que no había nada. Era imposible, si ella misma la llenó hasta los topes, con el trabajo que le había costado cerrarla. Seguro que en el aeropuerto se equivocó al cogerla y se llevó la maleta de otro viajero, pensó ella; pero al mirar el lateral vio que su nombre figuraba en la maleta.
¿Podría ser tanta causalidad que alguien llamada igual tuviera una maleta igual y cogiera su mismo vuelo? No podía ser. ¡Pero ella llenó su maleta¡.
Sin pensarlo la volvió a cerrar con llave y la abrió lentamente. Fue inútil, seguía completamente vacía, miró de nuevo la etiqueta, aparecía su nombre y su dirección. Se dijo a sí misma que seguramente alguien abrió la maleta buscando algo de valor y la cerró vacía. ¡Qué fastidio¡ Menos mal que el móvil y el ebook los llevaba en el bolso, y la cartera con el dinero y las tarjetas; tendría que ir de compras.
Ella salió del hotel y observó las calles tenuamente iluminadas de la ciudad, atardecía y las farolas estaban encendiéndose. Le llamó la atención un escaparate y entró, necesitaba ropa de abrigo pues las noches en esa ciudad eran frías. Para su sorpresa apenas había ropa de abrigo y la dependienta llevaba una camiseta de mangas cortas, sería la calefacción, se dijo; en invierno en esa ciudad solía hacer mucho frio.
No había ropa de invierno, toda era de verano. Al salir de nuevo a la calle notó, por primera vez, el sofoco de una noche de verano, no se había dado cuenta antes ensimismada en sus pensamientos sobre la maleta vacía. ¿Se habría equivocado de vuelo?
Preguntó a un chico el nombre de la ciudad, era su destino, mañana tenía una entrevista de trabajo. Era un trámite, el trabajo era para ella y lo necesitaba para dejarlo todo atrás, necesitaba una nueva vida; pero si no encontraba ropa adecuada perdería su oportunidad, maldita maleta.
Un mendigo la abordó por la calle, ella le dijo que no pero el insistía en ayudarle, a lo que ella replicó que no necesitaba ayuda. El mendigo sonrió y le dijo, señalándole el cielo: “Ves que no cae la noche.”
Por un momento observó a su alrededor que ni la luz del día menguaba ni las farolas se encendían del todo, le recordó esos lugares del polo norte donde en verano no anochecía. Pero estaban en invierno y esa ciudad no estaba tan al norte.
Confundida miró a su alrededor sin encontrar al mendigo.
Tuvo hambre y entró en un lugar de comida rápida, al pagar su tarjeta no era válida, ¿cómo era posible? se dijo. Otro contratiempo, mañana tendría que ir a su banco que por suerte tenía sucursal en la ciudad. Pagó con el efectivo que tenía y cuando estaba comiendo el mendigo apareció y se sentó a su lado.
El mendigo le dijo que tenía hambre a lo que ella respondió que a ella que. El mendigo sonrió y se quedó mirándola mientras comía. Al final ella le dio las patatas, total no le gustaban esas patatas prefabricadas.
El mendigo cuando se terminó las patatas, cogió el postre y se lo comió sin pedírselo, mientras lo hacía le dijo que si quería empezar de nuevo esa era su oportunidad.
Ella lo miró extrañada, ¿cómo sabía ese tipo apestoso eso? Pensó.
“¿Quieres empezar una nueva vida?” le preguntó el mendigo.
Ella asintió con la cabeza, el mendigo la cogió de la mano y la sacó del local, ella tenía miedo. Pronto estuvieron frente a un callejón oscuro, se paró, el mendigo tiró de ella. “Vamos no tengas miedo”, le dijo el mendigo introduciéndola en el estrecho callejón. Sintió unos brazos abrazándola y unos labios bastos y resecos contra los suyos. Al instante la invadió la soledad y la desdicha, brotando unas lágrimas de las comisuras de sus ojos. Sus labios se abrieron a esa boca y un sabor acido a vino barato y tabaco la inundó. Tras un siglo abrió los ojos y ya la mayoría del pasaje había abandonado el avión.
Pasó de largo por la cinta de equipajes y arrojó su móvil y sus tarjetas en una papelera. Al salir del aeropuerto hacía frio y el cielo estaba cubierto de oscuras nubes, como era típico en esa ciudad en esa época del año. Miró cuanto efectivo le quedaba y llamó un taxi para ir a su nuevo trabajo. La entrevista era mañana pero mejor empezaría hoy, aunque igual no les gustaba que pidiera un anticipo el primer día de trabajo. Si no les gustaba peor para ellos que se la perderían. En eso pensaba al entrar en el taxi y sentarse, cuando el taxista se volvió para preguntarle el destino, su cara desaliñada era la del mendigo…









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