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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 18 de julio de 2017

El viejo de la montaña. La enseñanza, la apertura a una nueva energía. 5ª parte

Si no has leído las primeras partes del relato puedes hacerlo aquí: El viejo de la montaña. La Llegada. 1ª parte.


La enseñanza

El invierno continuó en su desarrollo, con días duros, la mayoría; y otros más amables, los menos. La chica cada vez pasaba más tiempo junto al anciano meditando frente a la pared. Ya salía sola por el bosque a recoger leña; se dio cuenta que le gustaba estar sola en la profundidad del bosque. A veces se sentaba en silencio a escuchar los sonidos de la espesura, e incluso llegaba a tener la sensación de que escuchaba la respiración de los árboles.
Cada vez hablaban menos, había días que no cruzaban palabras; a ella le parecía, en ocasiones, que eran los únicos seres humanos. Sus recuerdos de la vida “normal” emergían como ensoñaciones de su memoria. Incluso dudaba que hubiera tenido padres o amigos; ya no se acordaba de su vida anterior, de sus motivaciones. Estaba sumergida en un mundo en el cual sólo importaba la piedra que pisaba, el tronco que tocaba o el sol que la calentaba. Aunque a veces en la noche la embargaba una fuerte melancolía y se apretaba con fuerza contra el cuerpo del anciano.
El torbellino de pensamientos de su mente se había calmado; la lucha incesante con los mismos cada vez que se sentaba a meditar había desaparecido. Ya no luchaba con ella misma. Estaba calmada pero no era la paz, sólo una tregua.
Los días crecían en su duración tras cada amanecer y, aunque el frio era intenso, un nuevo aliento de vida inundaba la montaña. Una tarde soleada el anciano la llevo a contemplar la parada nupcial de las águilas, junto a su nido; al verlas copular se estremeció en su interior.
Durante la cena se sintió rara, sentía deseo después de un par de meses, pero era un deseo diferente; una necesidad diferente. Su cuerpo le pedía algo, que parecía deseo sexual, pero diferente. Quizás necesitara amor de verdad, físico, emocional y mental.
No podía dormir, abrazada al cuerpo cálido del anciano que dormía hacía tiempo. Echó de menos un abrazo sincero; se acordó de la despedida de su padre y de cómo la abrazó. Eso era amor, no se había dado cuenta hasta ahora; se maldijo por no haber abrazado a su madre de esa manera, por haberse ido casi sin despedirse. Deseo profundamente estar con ella, mientras lloraba se concentraba en la idea de estar con ella, de decirle lo que la quería. De pronto sobresaltada tuvo la sensación de estar junto a su madre, sentía el cuerpo del anciano pero era como si no estuviera en la cueva.
Buscó a su madre, le pareció verla acostada delante de ella; se giró poco a poco, el dormitorio de sus padres fue tomando forma. Su madre dormía sola, se acercó a ella; arrodillándose junto a la cama le acaricio el pelo. Su sueño era inquieto, le sorprendió que su padre no estuviera. La abrazó, mientras lloraba en la cueva le decía lo que la quería y la echaba de menos.
Se acordó de su padre, se vio recorriendo la casa; sin darse cuenta estaba frente a él, que dormía en el estudio. Podía sentir la culpa que lo envolvía, entendió. Después de abrazarlo un rato le susurró al oído que estaba bien, que había hecho lo correcto, que lo quería. Al volver a la cueva pensó en sus amigos, no merecían la pena, gente sin corazón ni futuro, como ella hasta hace poco.
No pudo dormir esa noche, se levantó y se sentó a meditar frente a la pared. Se olvidó del frío, del sueño, del cansancio, de la falta de amor; en definitiva se olvidó de sí misma. Al levantarse el anciano la encontró meditando, no dijo nada y se limitó a preparar el desayuno como todos los días.

La apertura a una nueva energía

Pasó una noche, más tarde o más temprano tendría que pasar; ya el sol calentaba con fuerza, las nieves se habían retirado del bosque y este mostraba la incipiente primavera en todo su esplendor.
A pesar de que el frio disminuyo por las noches, ella seguía durmiendo abrazada a la espalda del anciano; el calor de la primavera, su necesidad de sentir el amor y el ímpetu juvenil la sorprendieron a si misma acariciando el pecho del anciano. Este dormía y ella había metido la mano bajo su ropa. Se recreó en su cuerpo escuálido sintiendo como el deseo brotaba en ella. Se preguntó si el viejo se empalmaría todavía o la tendría ya muerta; sonrió ante este último pensamiento. Introdujo su mano bajo el pantalón del anciano, encontrando su sexo cálido y blando. Joder este viejo todo lo tiene caliente con el frio que hace, se dijo.
No tenía nada de particular pero le sorprendió lo suave de la piel de ese sexo, se evadió acariciándolo un rato, ensimismada en sus fantasías. No se dio cuenta que el anciano se despertaba conforme crecía su pene, para sorpresa de ella alcanzo un tamaño considerable, no pudo refrenarse y lo apretó con fuerza. Deseó que la penetrara.
Siempre creyó que los viejos la tendrían chica. Sus dedos se llenaron del lubricante que empezaba a brotar del pene. En ese momento se asustó al ver que el anciano se incorporaba girándose hacia ella. La vergüenza la inundo sin saber que hacer o decir. Quería que la tierra la tragara.
Sin tiempo a reaccionar el anciano, después de quitarse sus pantalones, le estaba bajando los suyos. El deseo explotó en ella, el anciano se colocó entre sus piernas, haciéndola sentir el roce de su verga en el sexo y entre las piernas. Las abrió por completo, mientras él le quitaba el resto de la ropa.
“Cierra los ojos y olvídate de todo” le dijo a la vez que le besaba los pezones. El placer la invadía, agarrando las caderas del anciano lo atrajo hacia ella para que la penetrara. El introdujo un poco el glande en su sexo dejando la corona a la altura de los labios de ella. Eso la hizo excitarse aún más, mientras él se entretenía en lamer, besar y morder sus erectos pezones.
“Fóllame ya” grito la chica.
“Debes aprender a no precipitarte” le contestó el anciano a la vez que introducía su verga por completo en la vagina de ella. Se movía en su interior de forma suave pero rítmica y constante. Ella se retorcía, abriendo sus piernas al máximo y enroscándolas en sus caderas, su excitación era máxima pero no terminaba de llegar al orgasmo. No podía soportarlo.
“Más fuerte, fóllame más fuerte”, exclamó varias veces mientras clavaba sus uñas en las nalgas del anciano.
Este concentrado en sentir la energía sexual, la hacía circular a través de su columna, ascendiendo del perineo a su coronilla y después descendiendo. Su orgasmo era suave y continuo, pero la chica gritaba cada vez más y se movía violentamente. Había que terminar.
Con cada violenta embestida los gritos de la chica resonaban en el interior de la cueva, creyó volverse loca, intensos calambres recorrían su cuerpo y los músculos de su vientre se movían con cada oleada del orgasmo. Cuando empezó a bajar de intensidad, el anciano se echó sobre ella, besándola y aspirándole en la boca. Le pareció que algo entraba por su sexo y salía por su boca. Era una sensación agradable que terminó de calmarla.
El anciano se retiró, para dormirse después de haberse vestido. Ella todavía continuaba con la respiración agitada, desnuda y con las piernas abiertas.
Al día siguiente se despertó tarde, entumecida y agotada, el anciano no estaba, se sentó al sol de la mañana a esperarlo. Cuando llegó no dijo nada, como si no hubiera sucedido lo de anoche. Se puso a preparar la comida.
La chica se acercó. “Tenemos que hablar”, le dijo mirando el suelo.
Al rato el anciano, la miró a la cara diciéndole “Desperdicias tu energía, tienes que aprender a movilizarla correctamente. El sexo sólo para correrse carece de sentido”. Añadiendo a continuación: “Si quieres puedo enseñarte y practicarlo juntos, pero debes hacer lo que te diga.” La chica se volvió en silencio.
Comiendo reflexionaba sobre las palabras del anciano. Al terminar dijo, “Lo que usted diga”, se sorprendió al escuchar salir esas palabras de su boca, siempre lo había tratado de viejo, despectivamente, acompañándolo normalmente de algún exabrupto. El anciano se rio escandalosamente haciéndola avergonzar; se arrepintió de lo que había dicho. “Puedes seguir llamándome viejo, me había acostumbrado a ese nombre” le dijo sonriendo mientras se levantaba a fregar los cacharros.
Esa tarde cuando meditaban el anciano se levantó para avivar el fuego, al rato la llamó, indicándole que se desnudara y se tumbara delante del fuego. Sorprendida hizo lo que le mandó, aunque estaba tranquila y no tenía ganas. Se tumbó boca abajo desnuda. El anciano masajeó su cuerpo untándole un aceite aromático. El bienestar la inundaba, abandonando sus reparos, al darse la vuelta las caricias de las manos del anciano sobre sus pechos y su cuello terminaron de excitarla. El anciano se tumbó junto a ella diciéndole “Voy a enseñarte a retrasar el orgasmo”, mientras introducía su mano entre las piernas de ella.
La masturbaba a la vez que la besaba en la boca y recorría con sus labios y su lengua su cuello, sus orejas, los pechos; recreándose en succionarle los pezones. Pronto estuvo muy excitada. “Respira con tu abdomen, llena tu vientre de aire con suavidad y suéltalo lentamente” le decía el anciano mientras bajaba el ritmo y la intensidad de la masturbación. A ella le costaba trabajo concentrarse en la respiración pues no paraba de gemir, el orgasmo se aproximaba como una avalancha.
El anciano retiró la mano, “no pares”, grito ella. “Respira hondo y volveré a tocarte”, se esforzó en concentrarse en la respiración, calmándose un poco. Acarició de nuevo su clítoris y sus labios vaginales, soplándole sobre su pubis. A duras penas la chica conseguía respirar profundamente, se veía desbordada por el orgasmo. El anciano volvió a retirar la mano, pero ella no pudio evitar tocarse; el orgasmo se desbordó como una presa que revienta. Sus gritos eran ensordecedores, parecían no tener fin. “Respira hondo”, le susurraba el anciano al oído. Intentaba respirar hondo, pero era difícil gritando a la vez; el orgasmo duraba más de la cuenta y tuvo que dejar de tocarse. “No puedo más.”
Cuando se calmó, el anciano se bajó los pantalones mostrando su pene erecto. “Ahora te toca a ti.” La chica se sorprendió de la naturalidad del anciano. “Cuando sientas la proximidad de mi orgasmo tienes que presionar la corona de mi glande, lo puedes hacer con la mano, con los labios o con los músculos de tu vagina, eso me producirá un orgasmo extendido y evitará que eyacule.”
La chica comenzó a masturbarle; la excitación le hizo saborear varias veces la cabeza del pene del anciano; este tumbado respiraba calmadamente. Definitivamente se introdujo el pene en la boca, chupándola con deleite. El anciano empezó a resoplar con fuerza y a gemir, no sabía si parar; de pronto el glande creció llenándole casi por entero la boca; decidió hacer lo que le había dicho el anciano presionando con sus labios la base del glande, se dio cuenta que su lengua presionaba la punta del sexo. El anciano gemía y empezó a mover las caderas, era como si follara su boca; a duras penas mantenía la presión sobre la corona. Ahora el anciano gritaba pero aunque sus movimientos eran de eyacular el semen no inundaba su boca, se estaba excitando de nuevo y el deseo de montar al viejo la invadía.
Este no paraba de correrse, cada cierto tiempo tras varias respiraciones profundas volvía a mover con fuerza las caderas, ella chupaba lentamente el glande y lamía la parte inferior del pene. El viejo llevaba mucho tiempo corriéndose, ya era hora de que le tocara a ella; se puso sobre él introduciéndose el pene en su sexo. El anciano le agarró los senos, apretándolos con fuerza. Ella se sorprendió, un orgasmo suave la inundó, se olvidó del viejo cabalgándolo con fuerza. Este continuaba con el orgasmo levantándola del suelo con sus embestidas, el orgasmo aumento de intensidad haciéndola gritar. El anciano se paró quitándosela de encima.
“¿Qué haces viejo?” gritó ella con coraje. “Espera" le dijo él, "vamos a usar otra postura y podremos seguir corriéndonos los dos”; se sentaron uno frente al otro, ella con una manta bajo sus glúteos para elevarla. La penetró de nuevo proporcionándole un gran placer pues su pene presionaba a la vez su clítoris y su punto G. Con ligeros movimientos de cadera alcanzaron de nuevo el orgasmo mientras se abrazaban y besaban, luchando con sus lenguas.
“Ahora cuando yo sople, tu absorbes, imaginando que entra energía por tu boca saliendo por tu sexo”. A la chica le costaba trabajo hacerlo mientras se corría, pero pronto empezó a sentir un calor que recorría su cuerpo, el placer aumentó haciéndola gritar de nuevo; no necesitaban apenas moverse para continuar con el orgasmo.
“Ahora sopla tú, la energía entra por tu sexo y sale por tu boca” le indicó el anciano; al poco le ardía el sexo y apenas podía respirar, se mareaba. “Tranquila respira hondo” le dijo él, al rato comenzó a llorar; el anciano movió de nuevo sus caderas provocándole un nuevo orgasmo sin poder dejar de llorar. Era como si su cuerpo se abriera, su pecho se expandía y se liberaba del dolor de años. “Sigue gritando”. Cuando comenzó a calmarse el anciano paró de moverse, abrazándola con fuerza. Así estuvieron un largo rato, mientras el pene del anciano menguaba en el interior de su vagina. “Ahora respira al mismo ritmo que yo” le dijo sin dejar de apretar su cuerpo.
A la chica le pareció que su cuerpo se fundía con el del anciano; una enorme sensación de paz la inundaba, tranquilizándola. Al rato una felicidad sin motivo colmaba su ser.
Se separaron.
Cenando y tras un tiempo de duda le dijo al anciano “Tu nunca te corres.”
“Si te refieres a eyacular, a mi edad no puedo desperdiciar mi semen” le contesto él sin dejar de mirar el plato.
Antes de dormir el anciano le entregó dos piedras pulidas del arroyo del tamaño de una pelota de golf, “Toma para que fortalezcas los músculos de tu vagina, las cogí para ti”. La chica las tomó sin decir nada, “No las uses durante mucho tiempo, un poco cada vez, para no lastimarte.
Esa noche al acostarse empezó a practicar. Después se durmió como siempre abrazada al anciano.






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