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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 3 de agosto de 2010

El francés

Lo primero que veo es una piedra junto a mi cara, estoy tumbado boca abajo en el suelo cuyas piedras arden, al igual que el sol en lo alto, antes de perder el conocimiento veo un hombre sobre un camello acercarse. ¿Como he llegado hasta aquí?...

Francia, periodo entre guerras. Soy un niño, mi madre está siempre trabajando para que yo pueda estudiar. Empiezo a sentir sobre mis hombros esa responsabilidad, la obligación de cumplir las expectativas de los demás.

Estoy en la universidad, estudio ingeniería, he conocido a una chica más joven que yo, adolescente, estamos enamorados. Hablo con su padre, es alguien en el pueblo, me dice que no se opone pero que no entregará a su hija a un cualquiera, nuevamente el peso abrumador de cumplir las expectativas de otro.

Examen de fin de carrera, todo depende de su resultado, al salir un compañero me habla de que el ejercito necesita ingenieros para África y te dan una obra sin necesidad de pasar por un largo periodo como ayudante. No me lo pienso dos veces, en cuanto tengo mi titulo me enrolo.

Mi novia antes de partir llora desconsoladamente, como si presintiera que es la última vez que me ve, no entiende que es la oportunidad de estar cuanto antes juntos.

Durante la travesía en barco solo encuentro consuelo, en contemplar el mar y mirar el camafeo con su foto, es tan hermosa, tan alegre, siempre radiante.

Argel me recibe; después de un agotador viaje en camión por pistas de montaña, llegamos a nuestro destino. Un pueblo junto a una barranquera, un cauce seco, como todo lo que nos rodea, donde he de dirigir la construcción de un puente, una mezcla de expectación y orgullo me invade.

Los días pasan entre dirigir la construcción y observar a la tropa, se comportan como bestias envueltas en brutalidad, me siento tan diferente, todo me resulta tan extraño, no tengo amigos...

Un día un nativo me muestra en secreto un pañuelo con monedas antiguas, consigo que me diga donde las encontró. Sin decir nada a nadie parto solo al desierto, mi coche se estropea en medio de la nada, camino durante horas hasta que el sol me derrota, antes de desvanecerme me parece ver en la lejanía como alguien se acerca...

Días después despierto, me encuentro bien, escucho voces de niños, aturdido aun descubro que estoy en una jaima, una familia tuareg me acoje en su seno y me cuidan. No entiendo su lengua ni ellos la mía, pero no es necesario, hay una muchacha de hermosos ojos que siempre me sonríe, siento que podría enamorarme de ella pero mi corazón ya tiene dueña.

Un día el hombre que me recogió me hace entender que es hora de irme, ya estoy repuesto;cabalgamos en su camello y le hago entender que quiero me lleve al coche, una vez allí rebusco el revolver que escondí y se lo entrego en señal de gratitud, sin mirarme a los ojos lo guarda y proseguimos, puedo sentir su desprecio, para él solo soy el invasor y solo la ley del desierto le obligo a no dejarme morir.

Cerca del pueblo me obliga a descabalgar y se va sin un gesto, como si yo no hubiera existido. Vuelta al trabajo en el puente, a la sensación de extrañeza, lejanía, que diferente con la familia tuareg que me sentía uno más del clan.

Explosiones me hacen saltar de la cama, se produce un ataque al amanecer, corro como un poseso hacía el puente, ni siquiera me preocupan las balas que silban a mi alrededor, al llegar las llamas devoran el andamiaje, casi sin poder respirar me resguardo tras un parapeto, los soldados cerca de mí se limitan a esconderse, su única preocupación es no recibir una bala de los rebeldes. Les increpo, les zarandeo no pueden dejar que destruyan mi puente, pero es en vano no me hacen caso...

Esa noche vago sin sentido por las callejuelas de la medina, me da igual todo, meses de trabajo para nada... En una casapuerta una bailarina con el rostro cubierto me hace señas, sus ojos son de una belleza cautivadora, me dejo llevar, hacemos el amor, pero justo en la explosión del orgasmo toma una daga y atraviesa con ella mi corazón; muero en el acto. Mi espíritu aturdido contempla mi cuerpo y a la chica rebuscando en mi ropa. Entiendo solo quería robarme.

En lugar de ir a la luz, me veo junto a mi amada que llora, intento acariciarle el rostro pero no puedo, me quedo junto a ella, no puedo abandonarla. A pesar de la insistencia de mi guía me niego a abandonarla de nuevo.

Pasa el tiempo, hay un hombre en su vida, niños. Aires de guerra recorren Europa, un día el hombre desaparece para no volver; yo permanezco con ella. Años duros de ocupación, trabajo, hambre, sola con los niños y yo intento reconfortarla con mi presencia.

Ya de anciana sentada en un porche y yo junto a ella, la visitan sus nietos, es feliz. Al poco muere tranquila, al verme sentimos una enorme alegría y nos encaminamos juntos hacía la luz.

Me pregunto que sentido tuvo esta vida con tantas resonancias con mi vida actual; la respuesta que recibo: "Una vida fallida para preparar una vida de éxito."

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