Al momento me sentí identificado con esa persona y como compartiamos ambos la misma ingenuidad que nos hace confiar en los demás y en que siempre se mueven por buenas intenciones.
El sabado estuve hablando con una amiga a la que llevaba sin ver casi cinco meses, y a la que admiro, aunque ella no se lo crea, por su fuerza y desición y a la que siempre le gusta hablar claro. Y me acorde del mensaje de esa regresión, y de mi tendencia en confiar sin tener la precaución de cuestinarme la calidad de esas personas. De no contrastar sus mensajes y sus opiniones, con su limpieza de espíritu. De no poner en cuarentena lo que recibo de personas cuya vida no es precisamente un ejemplo.
Y para colmo, esta mañana leyendo "El collar del tigre" de Cristobal Jodorowsky, el autor cita a Cicerón: "Cuanto mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros."
Aunque es verdad que esa maldad es fruto de la ignorancia, no por eso deja de existir y debemos ser cautelosos. Y como me dijo Jose, yo no soy un santo, pero los demás tampoco lo son.
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