Vivimos en una sociedad patriarcal donde los valores masculinos de acción, competición, rigidez, fuerza, etc, son glorificados e inculcados en nuestras mentes desde nuestro nacimiento. A su vez los valores femeninos de compasión, solidaridad, cooperación, no hacer, etc, son denostados y vilipendiados.
Desde nuestro nacimiento nuestra parte femenina es sometida a un proceso de castración familiar y cultural para reprimir la expresión de nuestras emociones, empatía, etc. Como resultado es muy raro encontrar personas, ya sean mujer u hombre, en las que su parte femenina no haya sido anulada total o parcialmente; ese también es mi caso.
Si queremos evolucionar, de verdad, como personas y como especie, debemos implicarnos en recuperar esos valores femeninos, en nosotros primero, y a nivel social después.
Un buen ejercicio puede ser prestar atención a los momentos en que somos bruscos en lugar de suaves, duros en lugar de blandos, inexpresivos en lugar de expresivos y empáticos; y preguntarnos porque hemos actuado de esa manera y como nos hubiera gustado actuar realmente. Y eso no solo con los demás sino, sobre todo, con nosotros mismos. Y empezar a mirar nuestro cuerpo, a escucharlo, a tocarlo, a sentir sus necesidades y a hacerle caso. Pues no olvidemos que nuestro cuerpo es la Casa-Dios y ya es sagrado en si mismo.
Amor y luz en vuestras vidas.