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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

jueves, 21 de febrero de 2013

Elogio de la ingenuidad

Hace unos días escribí sobre la Malicia, desgraciadamente tan extendida; reflexionando ví la necesidad de escribir sobre la bondad y sobre la ausencia de Malicia. En eso me puse a buscar que palabra existe en nuestro lenguaje para oponerse a la Malicia, y encontré un problema.

Mientras bondad es lo contrario de maldad y de está surge malicia, que es actuar con maldad y malicioso que es su adjetivo. En nuestro lenguaje de bondad, no existe bonicia o bondicia que sería actuar con bondad, pero sí el adjetivo bondadoso. Resumiendo:

Maldad > Malicia > Malicioso
Bondad > xxxxxxxx > Bondadoso

Es decir si bondad es contrario de maldad, ¿Cual es el opuesto de Malicia? O de su ausencia. Podría valernos bondad, pero nuestra lengua nos ofrece un antónimo (El opuesto) de Malicia y es Ingenuidad.

Como bien sabemos, la mente determina nuestra realidad, pero es el lenguaje el que establece los principios rectores de nuestra realidad, le da forma a la misma y nos obliga a entenderla de una manera concreta. ¿A donde quiero llegar? Que nuestra lengua prioriza percepciones negativas y demuestra una querencia hacia la oscuridad al ofrecernos como antónimo de Malicia, Ingenuidad, que es una palabra cargada fuertemente de connotaciones desfavorables. Practicamente se convierte en sinónimo de tonto, poco espabilado, etc.

Pero ¿Qué representa la Ingenuidad? Pues guiarse por la bondad, por el respeto, el no desconfiar, no buscar el doblez de las cosas, el no actuar por interés, el entregarse sin esperar recompensa. Ser ingenuo no es ser bondadoso. La bondad es neutra como la maldad pero la ingenuidad es una decisión, una actitud que en absoluto es estupida; al contrario que la malicia que es una decisión estupida por mucho que creamos lo contrario.

Ser Ingenuo es amar las virtudes y los defectos, los propios y los ajenos; guiarse en nuestras actuaciones por el bien propio y el general; tener siempre la mano abierta; sonreir como un niño; disfrutar de la vida y respetar todas sus manifestaciones; y por supuesto no es ausencia de malicia, si no que la malicia es la ausencia de ingenuidad y eso si que es un problema.











El soberbio, el digno y el sumiso

Hubo una vez hace tiempo un valle fertil cultivado por tres campesinos, el señor feudal al final del verano visitaba el valle para recoger su "parte" de las cosechas.

Ese invierno fue de pocas nieves y la primavera escasa en agua; los campesinos apenan cosecharon para sobrevivir. Cuando los heraldos anunciaron la visita del señor la sombra de la muerte eclipsó la luz del valle.

El primero que visitó fue al soberbio, este desde pequeño fue especialmente rebelde, gustaba de lides y fanfarronerías por lo que atrajó a la chica más bella de la aldea con la cual tuvo hermosos y aguerridos hijos.

El señor pidió su parte de la cosecha, a lo que el respondió que no podía darle nada pues con lo poco recogido apenas podrían sobrevivir sus hijos. El señor bajándose del caballo, le propinó un golpe en la cara tirándolo al suelo. El soberbio se levanto con los ojos llenos de ira y volvió a repetir que no podía entregarle su parte sin que murieran sus hijos de hambre. El señor le golpeó con más fuerza aún; pero está vez el campesino se revolvió y golpeó con su puño la cara del señor. Antes de que este hubiera terminado de tambalearse una lanza atravesaba el pecho del campesino. Su mujer y sus hijos temblaban de miedo y dolor. El señor limpiándose la sangre de la boca, se dirigió a sus soldados "Coger a la mujer, es muy hermosa, la disfrutaré un tiempo... a los niños colgarlos de un árbol, para que aprendan los siervos".

Sin montar de nuevo en su caballo se dirigió a casa del sumiso; los gritos de terror de la mujer y los niños del otro campesino lo habían puesto sobre aviso. "Qué deseáis mi señor" exclamó con una hostentosa reverancia ante el señor. Este exigió su parte de la cosecha que el sumiso entregó a sabiendas de que era una sentencia de muerte para alguno de sus hijos.

Mientras ocurría eso, el digno reunió a su mujer y a sus hijos y dandoles algo de comida les comninó a esconderse en la montaña. Cuando llegó el señor pregunto por su familia y el le contesto que habían ido a coger frutos al bosque. El señor exigió su cosecha, pero el campesino insistió que si se la daba sus hijos no tendrían nada que comer en invierno; el señor le golpeó una y otra vez, el campesino se levantaba y repetía que no podía darle nada. Cansado de golpear sacó su espada y la envainó en el cuerpo del campesino, que murió sólo vomitando sangre mientras los soldados quemaban su casa.

¿Cual fue el destino de los que sobrevivieron? Empecemos por el sumiso, en lo más duro del invierno sus hijos pasaban hambre, su padre les escatimaba las raciones de comida para sobrevivir a las bajas temperaturas; los pequeños fueron los primeros en morir, su mujer apenas comía para mantener al resto. Las siguientes cosechas fueron buenas, pero el siguió sisando a su familia, su mujer amargada veía como gastaba dinero en tabernas y mujeres; sus hijos se llenaban de odio hacia él mientras profundizaba en su mezquindad. Unas fiebres asolaron la comarca y toda la familia falleció, unos por debilidad otros por malos hábitos.

La mujer del soberbio sirvió de "disfrute" del señor, que no la trató mal, la alimentaba adecuadamente; pero pronto cansó de ella y la entrego a la tropa; tratada como esclava, golpeada y forzada con violencia no tardó en enfermar y morir como un perro.

La familia del digno, paso el otoño deambulando por la montaña, alimentandose de frutos del bosque; algunos niños murieron. Caminaron alejandose del valle de la muerte, hasta llegar a una ciudad, allí la mujer encontró trabajo de sirvienta y pudo, más mal que bien, alimentar a sus hijos. Pero las fiebres también llegaron a la ciudad y los pobres siempre son los primeros en caer; muriendo ella y sus hijos.

En el valle de los lamentos, donde el dolor y el sufrimiento son constantes; vagaban estas almas en la niebla. El soberbio lanceado una y otra vez, contemplaba ante si como su bella mujer, llena de llagas y pústulas era sádicamente violada por espíritus oscuros; al levantar la vista siempre veía a sus hijos bailar colgados de un árbol, por sus propias lenguas.

El sumiso atrapado en un fango maloliente era incapaz de llegar a su familia, que siempre estaba frente a él consumiendose en un hambre atroz.

El digno lloraba, sin poder alzar su cabeza, envuelto en la niebla de su dolor. No entendía el por qué de tanto horror. Se culpaba del destino de su familia.

Un ser de luz, se aproximó a ellos; los espíritus oscuros se alejaron, cesando por un momento las torturas de los infelices. Puso su mano sobre el digno y este levantó la cabeza. "¿De que te culpas?", "de no proteger a mi familia" contestó el campesino. "Y quien te ha dicho que no lo hiciste. Ven conmigo este no es tu lugar. Ellos te esperan".

Aullidos elevaban las protestas de los que moraban en la oscuridad. El soberbio se acercó con la punta de la lanza brotando de su pecho, "Llevame a mi, defendí a mi familia, dí la vida por ellos". El angel le dió de lado, "Tu soberbia les mató". Su mujer que por fin descansaba de los abusos, se arrodilló ante la figura luminosa, "Liberame de esta condena, por favor". "¿Has entendido por qué sufres este tormento?". La mujer imploraba; los oscuros volvieron a apresarla, "Fuiste superficial, te guiaste por las apariencias; escogiste un gallo y te clavó los espolones."

La familia del sumiso, miraban al ser de luz con esperanza, este paso sus manos sobre ellos elevandolos; el marido empeñado en salir del fango ni siquiero se dió cuenta, hundiendose cada vez más en él.

"Bienaventurados los que actúan con dignidad porque de ellos será el reino de los cielos."






jueves, 14 de febrero de 2013

Malicia

La maldad de los desconocidos nos duele al recibirla; pero la que recibimos de las personas en quien confiamos nos destroza. Pues no podemos llegar a entender como es posible que personas en las que hemos confiado, les hemos dado nuestra amistad, nuestro cariño o incluso nuestro amor puedan comportarse de esa manera.

No cabe duda que es importante ser capaz de ponernos en el lugar del otro, de sus razonamientos y de las razones ocultas de sus comportamientos aunque estos sean muy dolorosos para nosotros.

Muchas veces confundimos razones autenticas con egoísmos ajenos, pues nuestro propio egoísmo nos impide ver que el otro también tiene motivos para su forma de actuar. También es muy frecuente el error de consentir comportamientos intolerables por sentimientos de culpa o pena. Nada más alejado de lo que nos conviene en nuestro crecimiento y que es incompatible con la auténtica compasión.

Pero otras veces, más de las deseables, el daño que nos causan otros en los que confiábamos proviene de la más absoluta malicia, del más puro egoísmo visceral, que niega todo a los demás, en aras de la propia satisfacción; la única posible para esas personas. Nubladas sus mentes por los más diversos motivos, celos, rencor, envidia, posesión, ausencia total de empatía, etc. no renuncian a actuar maliciosamente a sabiendas contra personas a las que hasta hace poco mantenían lazos y que nunca podían plantearse que se diera esa situación.

El dolor te puede llevar al camino oscuro, pero también a la luz. Cada uno toma su decisión y es único responsable de ella.

Cuando recibimos malicia, todas las armas y recursos a nuestra disposición son validos para defender nuestra integridad física, económica y moral; aún cuando pensemos en que es mejor poner la otra mejilla. No se trata de caer en el lado oscuro, en la venganza. La justicia con nosotros mismos es imprescindible en nuestro desarrollo personal y para que podamos ser justos con los demás.

Al igual que debemos amarnos a nosotros mismos para poder amar a otros. Es necesario respetarnos y darnos lo que en justicia nos corresponde para poder respetar y ser justos con el prójimo.




domingo, 10 de febrero de 2013

Una década

Hace ya una década que el tortuoso sendero de mi vida me llevó a la encrucijada del inevitable cambio personal.

NI un paso en más en esa dirección de autodestrucción, era la disyuntiva a la que me veía abocado. Si apenas ser consciente de los motivos comence a escrutar en mi interior, a aceptar mis heridas personales, mis limitaciones mentales y la providencia me encaminó por caminos de sanación y autoconocimiento.

Comenzando por la terapia racional emotiva de Ellis, basada en las filosofías budistas, taoistas y estóicas; transitando por la meditación zen, la acupuntura, la terapia regresiva, la terapia de sonido con cuencos tibetanos, el reiki, la apertura esotérica y la terpia de luz. Han conformado el itinerario de mi viaje personal de autoconocimiento y autosanación, evidentemente con la ayuda de otras personas, durante esta última década de mi existencia.

Una década de impulso constante en la busqueda del por qué de los fundamentos de las características traumáticas de mi personalidad, en la aceptación incondiconal de mis limitaciones y mi naturaleza humana y en doblegar mi propia dictadura egóica a la voluntad superior de mi caracter divino para poner mi existencia al servicio de la humanidad y de mi autentica naturaleza.

En ese camino estoy, todavía sin culminar, pero siendo ya plenamente consciente de su existencia y de la irrevocabilidad del mismo.

No se trata de ver espíritus o ayudarlos, de enseñar a otros a entender sus capacidades y que puedan mejorar su vida, de ayudar a superar los problemas emocionales de los demas o sus dolores del alma, de ser feliz y disfrutar de mi existencia, de etc. etc. etc. Se trata de sentir mi luz, llenarme de ella y poder disfrutar del gozo de expresar, a través de mi luz, la potencia de la luz divina. Indiferenciada, indisoluble e inmaculada en su perfección.