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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 27 de mayo de 2014

El embrujo del agua



Varios regueros de agua, regatos es su denominación local, conformaban una isla de verdor sitiada por el marrón oscuro de la descompuesta pizarra. El arroyo Vadillo, unos metros bajo nuestros pies, recogía los regatos con alborozo. La sinfonía del agua dibujaba serpientes cristalinas entre alfombras de hierbas. Alfombras húmedas, si te echabas en ella te mojabas la ropa; el calor del verano granadino era una losa sobre nuestros cansados cuerpos. El azul del cielo se expandía con prepotencia sobre el oasis de alta montaña. El mostraba su torso desnudo, limpiando, con el agua helada de un regato, el sudor y el polvo acumulado sobre su piel por varios días de travesía.
Con suavidad y parsimonia se aplicaba un poco de agua en pecho y axilas, con la suavidad debida a los pocos grados de temperatura del agua y con la parsimonia del que ha absorbido los ritmos de la montaña. El agua corre a nuestro alrededor, el arroyo ensordece los oídos, enfrente nuestra una pared descompuesta se precipita sobre el cauce. No podemos oírnos, el Sol hace que brillen las gotas de agua sobre su musculado e imberbe torso, perfectamente delineado por la naturaleza y el esfuerzo.  






miércoles, 21 de mayo de 2014

El quinqui



Cuando entré en el nuevo colegio con 10 años todos los gallitos de mi clase querían pelear conmigo, yo era más alto de lo normal y necesitaban reafirmar su status. No había peleado con nadie y me hacía el loco, él lo intentó pero ante mi desinterés lo dejo pronto, otros fueron más insistentes.
Él era el más temido de la clase, tenía madera de carne cañón, de delincuente juvenil, los demás le hacían un cerco por temor, los profesores no le quitaban ojo de encima, era un inadaptado como yo y quizás por eso le caí en gracia. Tras unos meses nos tratábamos, vivíamos en calles cercanas y el venía a buscarme, pero nunca llegamos a intimar, él era demasiado heavy para mí y yo demasiado tonto para él, dos inadaptados que se apoyaban mutuamente, ese mismo curso lo expulsaron del colegio, pero él siguió buscándome, de mayor lo he visto varias veces, con pinta de quinqui, siempre me extrañó que no terminará como la generación de la heroína. No hablamos, no tenemos nada que decirnos.
Después de unos años el dejó de buscarme y yo lo esquivaba, siempre quería hacerle perrerías a mi perro y no me sentía cómodo. Éramos de mundos diferentes, sólo nos unía la inadaptación a la sociedad.








La pelota de trapo



Teníamos 12 años, comprábamos una pelota de trapo, cada vez le tocaba a uno diferente, costaba 25 pesetas, no era mucho dinero o si, no lo sé la verdad, jugábamos al futbol con ella, la pateábamos sin piedad en la plaza hasta en que empezaba a soltarse las telas, en ese momento dejaba de correr y aún era más divertido pues ralentizaba su movimiento y nos resultaba más fácil alcanzarla y el contacto físico era mayor, los empujones rivalizaban con el arte de golpear una pelota de trapo medio destripada que a duras penas se deslizaba sobre el suelo. No importaba quien ganara o si, la verdad no lo recuerdo, lo verdaderamente importante era alcanzar la pelota y golpearla hasta terminar deshaciéndola. Después a esperar que el siguiente trajera dinero para comprar otra.
Apenas había balones de verdad, eran caros, de todas formas la pelota de trapo era más divertida.
No siempre corriamos detrás de la pelota, a veces corriamos para que no nos pillara algún quinqui adolescente para quitarnos el poco dinero que llevabamos.
Fue la primera época de mi vida en que jugaba con otros niños y salía a la calle con asiduidad.










martes, 20 de mayo de 2014

Infancia



Suena el despertador, se levanta con la actitud del que se dirige al patíbulo y desayuna en silencio. Sube la cuesta de todos los días, la cabeza gacha, el pecho hundido y los hombros caídos hacia adelante, intenta pasar desapercibido pero lleva los ojos bien abiertos, a sus diez años vigila las esquinas, quien se acerca por las callejuelas del barrio, por si tiene que correr por seguridad, ante la presencia de algún preadolescente futuro delincuente juvenil. Llega a la puerta del colegio, barullo de madres dejando a sus retoños, se relaja por un momento, ya está seguro.
Hasta que entra en el patio, de nuevo atento al más que probable pelotazo en la cara, algunos juegan al futbol mientras esperan que suene el timbre, él se hace invisible, por suerte nadie se fija en él. Suena el timbre, a formar en el patio, debido a su altura le toca al final de la fila, rodeado de repetidores, algunos varios años mayor que él, aunque se siente incómodo en su presencia no se suelen meter con él, tienen otras preocupaciones de más mayores, las chicas, los porros. Los peores son los de su misma edad que no cesan de repetir su mote.
Suben las escaleras, la seguridad de la clase, cada uno en su mesa, cada uno en sus libros, tranquilidad hasta la hora del recreo. No se le hace pesado, mientras los demás juegan el observa y ha aprendido a hacerse invisible a los demás. No suele haber problemas, de vez en cuando el gaviota se acuerda de él, le retorcería el pescuezo con sus propias manos, pero es raro que pase.
Vuelta a casa, ligero caminar sin dejar de observar, hasta la seguridad del hogar, comida en silencio, vuelta al colegio y vuelta a casa. El resto de la tarde las tareas y a jugar sólo con sus clics de famobil, construyendo mundos imaginarios, relaciones imaginarias.
Y al acostarse el mismo deseo de todas las noches, que la oscuridad dure siempre y no haya un nuevo mañana, el deseo intenso de dormirse y no volverse a despertar. Pero no hubo suerte, siempre sonaba el despertador y había un nuevo mañana…
Hoy, 35 años después, cuando me acuesto ya no deseo nada, pues mis deseos son irrelevantes, sucederá lo que tenga que suceder. Me acuesto con ganas de descansar del día, sin preguntarme que me deparará el amanecer; no me preocupa pero tampoco es que me ilusione la verdad sea dicha. Me sigue gustando pasar desapercibido y me estresa estar con gente, pero ya no tengo miedo, no me sirve de nada tenerlo…













domingo, 18 de mayo de 2014

El caballo blanco



Un cazador errante andaba vagabundeando por un bosque cuando escucho un ruido, como de un animal grande; aguzó el oído y distinguió el resoplar característico de los equinos. Se dijo que alguien andaría de paso por el bosque y decidió observar quien era, al poco distinguió un caballo blanco comiéndose las hojas de un arbusto, al acercarse el caballo lo miró pero no le prestó mayor atención continuando su ramoneo de las hojas del arbusto.
El cazador buscó huellas de su dueño pero el hecho de llevará una cuerda rota amarrada al cuello y de que no se viera ningún rastro humano le hizo pensar que quizás el caballo se hubiera escapado. No sería mala cosa agenciárselo y usarlo como transporte o venderlo en algún pueblo, eso claro si no aparecía su dueño.
En eso el caballo perdió interés en lo que hacía y se alejó del lugar, el cazador acostumbrado a acechar decidió seguirlo sin acercarse, tras varias horas vio como el caballo intentaba escarbar con sus pezuñas en una zona del suelo que estaba húmeda. Así que tenía sed, una oportunidad de ganarse su confianza. El cazador se alejó del lugar en busca de un manantial, conocedor de la naturaleza no tardó en hallar un lugar donde al escarbar surgió un líquido marrón, lleno uno de sus cubos y se dirigió a buscar al equino. En plena canícula de la estación seca era difícil encontrar agua en aquella parte del bosque.
Poco a poco con el señuelo del agua consiguió atraer al caballo y que este se confiara, lo condujo a un lugar donde manaba un hilillo de agua que conocía de otros viajes y construyó un rudimentario cercado alrededor de la fuente. Al poco tenía al caballo encerrado en su interior.
Durante carios días alimento al caballo con las hierbas más verdes que recolectaba en los rincones más umbríos del bosque y este dejaba que lo tocará pero cuando intentaba tirar de la cuerda, el caballo se ponía sobre sus cuartos traseros e intentaba cocearle con las patas delanteras. No sería fácil domar aquella bestia.
Tras un par de semanas de trabajos e intentos y escaseando ya la caza en esa zona del bosque, el cazador pensó o que se comía al caballo o lo dejaba suelto. Y matar un caballo para no poder aprovechar su carne era un desperdicio inútil, así que decidió desmantelar el cercado, el caballo trotó rápido para huir del mismo.
El cazado prosiguió caminando por el bosque y varias horas después volvió a escuchar un ruido de cascos a sus espaldas, siguió como si nada pero cuando encontró un sitio para pernoctar allí estaba el caballo junto a él. Sin prestarle mucha atención se quedó dormido, con hambre. A la mañana siguiente una lengua recorría su boca, abrió los ojos y la nariz del caballo estaba junto a la suya, se levantó maldiciendo y escupiendo; el caballo lamió del suelo su saliva.
─ ¿Tanta sed tienes? Pues yo no voy a darte de mí agua.
El caballo parecía asentir con la cabeza. Llegaron a un arroyo y ambos pudieron cumplir sus anhelos, el caballo beber agua y el cazador lavarse la boca y la cara para quitarse el olor a caballo. Estuvo toda la tarde intentando cazar algo pero la presencia del caballo le impedía descubrir ninguna presa, lo dejo por imposible y colocó varios lazos; de nuevo esa noche volvieron a dormir juntos.
A la mañana siguiente, tras retirar las presas de los lazos, decidió recoger unos frutos silvestres para el caballo y dárselo con su mano. El caballo los comió y de forma dócil dejó que el cazador lo acariciara, pero cuando este intentó asir con fuerza la cuerda el caballo volvió a encabritarse tirándolo al suelo. Maldiciéndolo comenzó a tirarle piedras al caballo hasta que una le impactó en el hocico con la suficiente violencia para hacer mana un poco de sangre. El caballo galopó relinchando hasta alejarse del lugar.
El cazador siguió su camino, en los siguientes días comprobó, que si bien el caballo se había alejado no dejaba de seguirlo. Era listo el animal, sabe que lo llevo al agua, se dijo.
Cada vez se estaba adentrando más en el interior de las montañas lejos de zonas habitadas, la caza aumentaba pero al caballo cada vez le costaba más trabajo seguirlo, pero ese no era su problema. Una noche escucho aullar lobos entre sueños.
Al día siguiente encontró sus huellas, era un grupo numeroso, tendría que mantener el fuego encendido por las noches.
Esa noche unos relinchos le despertaron de madrugada, por suerte la media luna iluminaba ligeramente el bosque, pronto escuchó mejor una mezcla de coces y relinchos nerviosos junto a gruñidos, no estaban lejos, seguro que eran los lobos comiéndose el caballo. No iba a renunciar a su parte. Tomó su rifle y corrió en dirección a los gritos del animal. Cuando llegó, vio todavía al caballo de pie, rodeado de varios lobos que no paraban de infringirle heridas en la barriga y en los cuartos traseros. Disparó su fusil y los lobos abandonaran el lugar con rapidez, al acercarse al caballo y revisar sus heridas vio que no eran mortales pero si no se curaban terminarían infestándose. Tuvo compasión de él y cogiéndolo por la cuerda lo llevó a su campamento, el caballo a duras penas lo siguió sin oponer resistencia. Allí se tumbó en el suelo.
Tras varios días lavando y desinfectando las heridas del caballo, este pareció mejorar; el cazador partió con él tirando de la cuerda del mismo y ya este no volvió a resistirse, otra cosa fue cuando intento que cargara con peso, pero esa es otra historia.
La verdad es que el final resulta un poco ñoño, tipo Disney o cuento de príncipe azul y no puede ser más irreal. ¿Os cuento de verdad cómo termina?
Cuando el caballo estuvo recuperado no hubo manera para el cazador de poder llevarlo cogido de la cuerda, este se dijo a si mismo que total si él no tenía caballo porque no quería, le era más asequible moverse a su aire por las montañas sin tener que preocuparse de una bestia así, de ese tamaño; por no tener no tenía ni perro. Así que cortó la cuerda que estaba anudada al cuello del caballo y siguió su camino sin preocuparse de si este le seguía o no, como comprenderéis el pobre animal era independiente pero no tonto y cayó en la cuenta que le convenía asegurarse de una buena compañía que le protegiese. Así que ahí lo vemos detrás del cazador como si fuera su sombra, y por las mañanas ya sabéis lo que le gusta hacer con su lengua…