El viento sopla… sin pensar que quiere soplar,
y agita las hojas de los árboles… sin haber deseado
hacerlo,
a la vez mueve las aspas de los molinos, antes de harina ahora
de electricidad… sin querer beneficiar al ser humano.
Pero si el viento pensara se convertiría en un huracán que
marchitaría las hojas de los árboles y destrozaría los molinos.
La mente vive en la dualidad de lo que está bien y de lo
que está mal, el cuerpo vive en la dualidad del dolor y del placer y el
espíritu en la dualidad de aprender, de evolucionar o no; sin embargo más allá
de la dualidad de los pensamientos, de los deseos, de los quereres, del karma,
está la unidad. La unidad creadora de todo lo existente, ya sea ilusorio o
real.
Tras las puertas de la dualidad, se encuentra la unidad,
la vivencia del amor verdadero, la divinidad que mora en cada uno de nosotros,
sujetos de luz y oscuridad, esclavos de la lucha entre ambas.
Más allá de esa lucha, entre lo que creemos que es el
bien y el mal, entre nuestra historia personal y nuestros anhelos egoístas,
entre nuestro karma y la satisfacción de nuestros sórdidos deseos, se encuentra
una luz divina que no entiende de claroscuros y que apenas podemos llegar a
apreciar, pero que sin ninguna duda se encuentra en cada uno de nosotros y está
a nuestro alcance.