¿Qué
es sonreír a la vida?
Sonreír a la vida es olvidar las cargas del pasado y las
preocupaciones del futuro, es vivir centrado en el momento presente, ser
sinceros con nosotros mismos, reconocer nuestras necesidades, nuestras pasiones
y liberarnos de nuestros deseos, pensamientos y creencias heredadas y a todas
luces irracionales.
Es algo que podemos observar en los niños de meses, una
voluntad que sólo busca conocer, amar y sentir placer, que no busca comprender
las motivaciones de su actos ni las de los actos de los demás, que tan sólo se
esfuerza en una tarea titánica por vivir y experimentar; sin lenguaje sin ego;
su voluntad no divaga entre los eternos vericuetos de la mente, sino a través
de la simpleza del ahora, pequeñas antorchas de luz que intentan alumbrar
nuestro camino.
Como dice Krishnamurti: “Hay una felicidad que no
proviene de la satisfacción, del placer, de que las cosas nos salgan bien, sino
que proviene de nuestro interior; una sensación de plenitud y dicha que solo
proviene de sentirnos y olvidarnos de nosotros mismos. Al igual que hay un
desencanto que es el que nos impulsa a buscar esa felicidad y que no puede ser
cubierto con ninguna satisfacción”. Pero eso no quita que no podamos disfrutar
de las satisfacciones y del placer, pero no olvidemos que son la otra cara de
la decepción y del dolor, y siempre van juntos.
¿Qué
nos aparta de poder sonreír a la vida?
·
Educación
neurótica: La educación en el dolor y el sufrimiento y en
objetivos erróneos, en obtener la felicidad a través de posesiones materiales,
pareja, familia, amistades, etc. Las creencias
irracionales, las cosas tienen que ser como pienso que son, la vida tiene que
adaptarse a mi forma de verla, es injusto que no se cumplan mis deseos y
expectativas, los demás piensan igual que yo, el error de creer que puedo
perdonar y aceptar, que existe el bien y el mal, que querer es amar. El camino
de la aceptación o del perdón es un error porque presuponemos que hay una
voluntad en nosotros que puede erigirse en juez de lo que nos sucede; en el
momento que enjuiciamos, analizamos, establecemos categorías de lo que está
bien o está mal, de lo que nos apetece o nos desagrada y ya nos estamos
separando de la plenitud. La inutilidad del sufrimiento como vía de superación.
Ideales de justicia y amor basados en nuestra compresión neurótica de la
realidad.
·
La
nueva espiritualidad y su generalización inconsciente como la
lucha contra nuestro ego, que no deja de enmascarar la lucha contra nosotros
mismos, el negar nuestra naturaleza divina, como objetivo de control social y
familiar a través del fomento de la autoculpabilidad y que no deja de ser una
expresión de la insondable carencia afectiva que cada uno alberga en su
interior y que intentamos justificar en nuestra escasa valía o dignidad, para
mayor regocijo de las interpretaciones neuróticas de las iglesias en general.
AutoJustificación del sufrimiento diciendo que son aprendizajes. El negar las pasiones. El fortalecimiento del juez interior, de nuestra mente analítica a
través del fomento del análisis constante de nuestros comportamientos, de la búsqueda
constante del porqué de lo que nos sucede, pensamos y sentimos.
·
Percepción
errónea de la realidad: creemos que la realidad es como la
percibimos y que además los demás la perciben de la misma manera que nosotros,
cuando en realidad cada uno de nosotros la percibe de una manera diferente con
una apariencia de similitud con la percepción de los demás. Es como si
estuviéramos en una habitación con muchas personas y cada una habla un idioma
diferente y sólo tenemos unas palabras básicas en común.
¿Cómo
podemos sonreír a la vida?
Centrarnos
en nuestras necesidades reales y no en necesidades ideales
o ficticias, en abandonar la batalla entre nuestro ego, nuestra personalidad,
si es que existe algo parecido y nuestro espíritu y nuestro cuerpo.
Honestidad
y sinceridad. Liberar la mente de prejuicios, no
reprimirlos ni negarlos si no vivir con ellos, reconocerlos. Abrir nuestra
mente a sus pulsiones, dejar de reprimir nuestro inconsciente y ser sinceros
con nosotros mismos. Adoptar una actitud de sinceridad, humildad y desapego.
Dejando que nuestras obsesiones se disuelvan en la distancia, liberándose de la
dictadura de nuestros condicionantes inconscientes. El camino es dejar de hacer, el Wu Wei taoísta, de
correr tras ilusiones imaginarias, de luchar contra nuestros impulsos y miedos
y la forma de practicarlo es observar todo lo que ocurre dentro y fuera de
nosotros, pues todo es lo mismo, lo que ocurre en nuestra vida y lo que está en
nuestra mente.
Meditaciones,
terapias, disciplinas espirituales, etc. nos sirven de ayuda,
son medios y fines en sí mismo pero sin olvidar que al final la única práctica
liberadora que puede convertir nuestra vida en una dicha es nuestra práctica personal,
nuestra actitud abierta a percibir la auténtica realidad y nuestra intención
constante en cuestionarlo todo, empezando por nuestras creencias y
pensamientos.
Reconocer
el carácter divino del cuerpo: Vivimos en un permanente
conflicto con nuestro cuerpo fruto de nuestra cultura judeocristiana, disminuir
la intensidad de ese conflicto es fundamental para acercarnos al tan necesario
equilibrio cuerpo, mente y espíritu. Nuestro cuerpo necesita afecto, contacto
con otros cuerpos, sentirse respetado y cuidado, salir de nuestra mente y
sentirlo, reconocer su carácter divino y su importancia en nuestro devenir al
mismo nivel que nuestra mente o nuestro espíritu, poder expresar su sexualidad
y vivir el sexo de forma liberadora abandonando nuestras represiones
socioculturales. Hacer ejercicio físico, caminar por la naturaleza, tocar y
acariciar a nuestros seres queridos, permitirnos descansar, respetar la
necesidad de dormir, de alimentarnos, de disfrutar de nuestro cuerpo, son
algunas de las formas de cambiar nuestra actitud hacia nosotros mismos y
nuestras necesidades.
Herramientas
que nos ayudan a sonreír:
·
Contemplar: no
sólo contemplar como la práctica meditativa de dejar pasar los pensamientos sin
concentrarnos en nada concreto si no también entendida como el no hacer, es
decir la actitud de observar nuestros comportamientos, reacciones, emociones en
la vida cotidiana; dejar de correr tras nuestros impulsos, deseos, pasiones,
etc. y aprender a distanciarnos de ellos. “Sólo la mente quieta y silenciosa conocerá
el amor, y ese estado de quietud y silencio no es cosa que pueda
cultivarse." Krishnamurti.
·
Sanar
aquellas heridas que son tan profundas que llegan a desbordar nuestra voluntad,
sin caer en la dependencia de terapias o tratamientos. A veces un trauma
inconsciente o bloqueo emocional puede ser tan profundo que sin ayuda externa
no podremos enfrentarnos a él. Para ello tenemos infinidad de terapias siendo
recomendables aquellas de cariz más liberador.
·
Trabajar
nuestra energía: Somos energía, tanto a nivel físico, mental
como espiritual. El trabajo de nuestra energía, tanto por nosotros mismos como
por otras personas, es la forma más efectiva y respetuosa de transformar
nuestra realidad. Aprender a sentir tu propia luz es un ejercicio sencillo pero muy potente que nos permite
conectar con nuestra divinidad y elevar nuestra vibración con todos los
beneficios inherentes.
Experimentarás el amor cuando abandones tu visión
dualista de la vida. Sólo podrás sentir el amor brillando en tu interior cuando
dejes de:
·
Escoger lo que te gusta y rechazar lo que te
disgusta...
·
Perseguir lo que deseas y huir de lo que
temes...
·
Abrazar el placer y apartarte del dolor...
·
Creer que existe un tú y un otro...
·
Actuar como si todos pensaran igual que tú y
que tu forma de ver la realidad es la correcta...
·
Vivir en la fantasía de que existe el bien y
el mal...
Si abandonas tu creencia dualista de que:
·
Tu cuerpo está separado de tu espíritu...
·
Tu mente está separada de tu cuerpo...
·
Tu espíritu está atrapado por tu cuerpo y tu
mente...
Podrás sentir el AMOR en ti, una experiencia que
transciende tus opiniones, tus deseos, tus preferencias y las relaciones de
afecto fruto de nuestros necesarios apegos, familiares y sociales. Una
experiencia de fraternidad y libertad que te llenará de gozo y plenitud sin la
necesidad de obtener nada.