No cabe duda que es importante ser capaz de ponernos en el lugar del otro, de sus razonamientos y de las razones ocultas de sus comportamientos aunque estos sean muy dolorosos para nosotros.
Muchas veces confundimos razones autenticas con egoísmos ajenos, pues nuestro propio egoísmo nos impide ver que el otro también tiene motivos para su forma de actuar. También es muy frecuente el error de consentir comportamientos intolerables por sentimientos de culpa o pena. Nada más alejado de lo que nos conviene en nuestro crecimiento y que es incompatible con la auténtica compasión.
Pero otras veces, más de las deseables, el daño que nos causan otros en los que confiábamos proviene de la más absoluta malicia, del más puro egoísmo visceral, que niega todo a los demás, en aras de la propia satisfacción; la única posible para esas personas. Nubladas sus mentes por los más diversos motivos, celos, rencor, envidia, posesión, ausencia total de empatía, etc. no renuncian a actuar maliciosamente a sabiendas contra personas a las que hasta hace poco mantenían lazos y que nunca podían plantearse que se diera esa situación.
El dolor te puede llevar al camino oscuro, pero también a la luz. Cada uno toma su decisión y es único responsable de ella.
Cuando recibimos malicia, todas las armas y recursos a nuestra disposición son validos para defender nuestra integridad física, económica y moral; aún cuando pensemos en que es mejor poner la otra mejilla. No se trata de caer en el lado oscuro, en la venganza. La justicia con nosotros mismos es imprescindible en nuestro desarrollo personal y para que podamos ser justos con los demás.
Al igual que debemos amarnos a nosotros mismos para poder amar a otros. Es necesario respetarnos y darnos lo que en justicia nos corresponde para poder respetar y ser justos con el prójimo.
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