El sexo es la expresión
física del amor, si bien no están indisolublemente unidos, es evidente que hay
sexo sin amor pero ¿puede haber amor sin sexo?, la historia parece decir que sí,
pero no sería más bien una manifestación de la neurosis colectiva de la sociedad
en una época histórica concreta.
¿Qué es el amor? o más bien
¿realmente en algún momento de nuestra vida experimentamos eso que llamamos
amor? Todos creemos que cuando nos enamoramos vibramos de amor, que cuando
miramos a nuestros hijos nos llenamos de amor, pero no sería el amor una
entrega sin esperar nada a cambio alejado de toda forma de sufrimiento o dolor.
Y en nuestro amor de pareja y en nuestro amor a padres o hijos siempre hay
dolor.
En nuestras relaciones de
pareja y familiares la posesión, la dependencia, la carencia emotiva pesan más
en la balanza de la relación que ese amor desinteresado y enriquecedor; si a
eso unimos las expectativas creadas sobre lo que vamos a obtener de la otra
persona nos encontramos con una frustración asegurada pues sólo nosotros mismos
podemos cumplir nuestras expectativas. Cargar a nuestra pareja con la obligación
de responder a nuestras ideas sobre ella, de satisfacer nuestros deseos y
colmar nuestras carencias es un camino directo a la decepción.
La sexualidad es
problemática tanto fuera como dentro de la relación de pareja, nuestra
educación y moral judeocristiana junto a la nefasta influencia del romanticismo
del S XIX nos ha prefijado unas creencias en un amor de pareja majestuoso de
fidelidad exclusiva y negacionista a cualquier posibilidad amor o relación
sexual que no sea con la persona amada.
Casi todos aceptamos está
idea y de hecho creemos que es legítima y verdadera pero ninguno nos atrevemos
a sostenerla con una evidencia empírica de si esa idea nos ha hecho más felices,
a nosotros o a los que nos rodean, en nuestra vida o no.
A lo largo de la historia de
la humanidad nos hemos encontrado sociedades polígamas, la mayoría de un solo hombre,
o monógamas; en general el patriarcado era la cultura dominante y aunque la
relación fuera monógama no estaba mal visto que el hombre tuviera amantes. La posición
de la mujer en todo caso es de subordinado a los deseos del hombre, algunos
argumentaran que el hombre es polígamo por naturaleza como la mayoría de
grandes simios; pero también es verdad que lo que nos distingue de los animales
es la conciencia y la capacidad de transcendencia, por lo cual transcender
nuestros instintos animales parece del todo razonable para considerarnos seres
humanos.
Nuestra retrograda moral
judeocristiana con su enfermiza represión de la sexualidad y del cuerpo en
general nos ha llevado, en un movimiento de compensación, en la actualidad a
una sobredimensionamiento de la sexualidad y de nuestras necesidades sexuales.
Todo está impregnado de sexualidad y de estimulación de los sentidos en búsqueda
del máximo placer posible con el menor compromiso exigido.
En esta situación de partida
se hace difícil hablar del amor de pareja, de si se puede amar a más de una
persona y de si conceptos como la fidelidad son esenciales al amor o impuestos
por la moral imperante. Todos amamos la pasión del enamoramiento, valga la
redundancia, ese estado en que las pajaritas vuelan por nuestro estómago y los
vientos nos traen el aroma de la persona amada, pero eso es enamoramiento, no
amor, es pasión, por cierto maravillosa, pero como no es amor se agota con el
tiempo. El amor nace de otro lugar, de otra sensación, no es algo que nos turba
los sentidos ni nos acelera el corazón, todo lo contrario, es algo que nos
calma, nos serena y nos hace distanciarnos de nosotros mismos y de nuestras
creencias sobre lo que debe de ser.
Uno de los pilares
fundamentales de una pareja suele ser la fidelidad y uno de los ingredientes imprescindibles
del coctel matrimonial los celos. La fidelidad y los celos surgen de la falta
de autoestima y del deseo de posesión de nuestra pareja; la fidelidad es una
emoción originada en nuestro inconsciente fruto del miedo y de la carencia
afectiva, como tal no puede razonarse con ella, es algo que se siente y se
satisface realmente o siempre será fuente de sufrimiento para la persona, el problema
es que la mayoría de las veces no puede ser satisfecha por la otra persona, no
porque cometa infidelidades sino porque la demanda es insaciable. Sin superar
el origen de esa exigencia de fidelidad, es decir los problemas de autoestima y
de posesión, la persona siempre sufrirá por celos y por la necesaria fidelidad,
por lo menos para ella. Sin esas pulsiones inconscientes las posibles relaciones
sexuales fuera de la pareja serían vistas con mayor normalidad.
¿Pero realmente necesitamos
sexo fuera de nuestra pareja? Si nuestras relaciones sexuales son satisfactorias,
placenteras y enriquecedoras ¿qué necesidad habría de buscar otras diferentes?
La base de una relación es el respeto, debemos aprender a respetar al otro, sus
necesidades y las propias, distinguiendo los simples instintos animales de
reproducción, del encuentro con otra persona cuya energía a través del
intercambio sexual pueda enriquecernos a ambos e incluso de la posibilidad de
amar a más de una persona, aunque sólo se tenga una pareja. Pero para llegar a
eso antes tendríamos que poder experimentar el amor no egoísta ni condicionado
por nuestros patrones mentales, un amor que no conozca el miedo ni el
sufrimiento y sea capaz de abrir nuestro corazón y por qué no nuestro sexo a
más de una persona a la vez sin distinción de sexo.
Entre los hombres es muy
dado exigir libertad de encamamiento, que a su vez lo único que esconde es una
enorme carencia afectiva en busca de la madre idealizada; además de estar
fomentado por el deseo animal reproductivo de cubrir al mayor número de hembras
posibles.
En una pareja bien avenida,
con plena satisfacción de las necesidades sexuales el que surja el interés
sexual o el amor por otra persona sólo puede comprenderse fruto de nuestra
necesidad de evolución espiritual y de desarrollo pleno como personas.