Era un Ángel de hermosas alas con las que daba cobijo a
todos los que atravesaban el arduo desierto de la existencia, vivía en una
cueva, era una cueva lóbrega y oscura donde el constante roce de sus alas
contra las paredes las iba deteriorando irremisiblemente. Pero ella se sentía
segura allí dentro, en su refugio cotidiano. Cuando se sentía con fuerzas o el
sol de la mañana le recordaba la belleza que podía contener la vida, salía al exterior
y volaba; sus alas aunque deterioradas y ennegrecidas por el roce con las
paredes de la cueva, resultaban llamativas y despertaban la atracción de todas
las personas que carecían de ellas o las habían perdido hace tiempo. Caminando
bajo el sol ardiente, la sombra de esas alas era sugerente y deseable por lo
que intentaban llamar su atención y requerir su ayuda.
Hasta el agotamiento cubría con sus alas a los que
encontraba necesitados de apoyo y reposo, entonces volvía a su cueva a
descansar, a protegerse del egoísmo ajeno y a sentirse segura de sus miedos. Pero
en la oscuridad de la cueva sus miedos no tenían descanso.
Un día la Ángel voló un poco más allá, desoyó algunos
reclamos desde la sórdida arena de la vida y se sorprendió descubriendo que,
además de las eternas arenas y del sol implacable, existía un oasis de elevadas
palmeras y agua fresca en su interior. Sin salir aún del asombro de disfrutar
de una sombra sin tener que estar bajo tierra en su cueva, se acercó al agua
fresca y transparente. Temerosa al principio bebió un poco y refrescó su cuerpo,
al tocar sus alas la misma, comenzaron a blanquearse y a brillar. Ya no
recordaba su brillo.
Se introdujo en el agua y se sintió rejuvenecer, la alegría
la invadió y sus alas blanqueaban bajo el sol. Llena de energía y alegría
volvió a su hogar, por el camino sombreó a unas cuantas personas, pero no se
sintió tan agotada. En su cueva aún mantuvo la alegría, hasta que el continuo
roce sus alas contra las paredes terminó por deprimirla, los miedos surgieron
con fuerza, y el vértigo del horror de la existencia le hicieron dudar de que
hubiera existido ese lugar. La oscuridad la dominó por días.
Hasta que un día decidió volver a comprobar si ese lugar
existía, le costó llegar pues encontró muchos mendicantes de ayuda por el
camino, pero lo consiguió. Sin pensarlo se introdujo en el agua y descansó,
estuvo tranquila y en paz, hasta que sintió algo, una presencia en la orilla
del estanque, un ser de alas moradas la contemplaba, se arrebujo en sus alas
nuevamente blancas y el miedo se apoderó de ella, no quería mirar aunque no podía
apartar la mirada de él, poco a poco se fue calmando y la paz que emanaba ese
ser la fue embelesando, sin darse cuenta se sintió acunada entre sus alas
moradas y volvió a ser la niña alegre y entusiasta que un día fue, por un
momento, hasta que el vacío existencial la inundó de nuevo y huyo elevándose en
el cielo.
Pasaron semanas en que su cueva se le hacía cada vez más
insoportable y la fatiga por dar sombra a los caminantes la extenuaba y terminó
volviendo al oasis, cuando estaba vacío se bañaba en sus aguas y recuperaba
fuerzas y alegría, pero cuando divisaba al ángel de alas moradas se quedaba
fuera en las primeras sombras.
Se fue acostumbrando a su presencia, y volvió a bañarse aunque
el otro Ángel estuviera, no cruzaban palabra y cada uno iba a lo suyo, lo que
la tranquilizaba. Un día el Ángel se acercó a ella y se ofreció a arreglar sus
alas, temerosa asintió sin apenas mirarlo, al poco una paz desconocida la invadió
y se dejó llevar, al terminar de bañarla sintió un gozo inmenso y deseo que el
tiempo se parará, hasta que notó la oscuridad de la noche acercándose y
emprendió el vuelo hacia su lóbrega cueva.
Empezó a frecuentar el oasis cuando sabía que el otro ángel
estaría allí, y se dejó bañar y cuidar, perdiendo el temor hacía él. En la
oscuridad de su cueva se imaginaba como sería vivir en el oasis, no sabía si él
la admitiría a su lado, pues era evidente que era superior a ella y el miedo a
los espacios abiertos vencía sus anhelos. Un día le preguntó quién era y este
le respondió que era un Ángel de Amor y que la energía que sentía con él era la
del Amor. La invitó a quedarse en el oasis y dormir colgados de una palmera.
Sintió miedo, mucho miedo y huyo despavorida a su refugio subterráneo.
Su cabeza parecía estallar, ella no conocía otro mundo que
su cueva y las ardientes arenas, no serviría para vivir en el oasis, era un
mundo desconocido y ese Ángel era un desconocido, quién le decía que de noche
no se transformaría en un monstruo que la devorara, como los que poblaban sus
noches de pesadilla y que a ella le parecía que moraban en las profundidades de
la cueva que nunca visitaba.
Pasó tiempo antes de que decidiera volver al oasis, algo
crecía en su interior, algo que no había sentido nunca antes, esperanza. Pero
el Ángel no estaba, volvía y seguía sin estar, se acostumbró a su ausencia y aunque
el baño era reconfortante, echaba de menos su energía, el amor que transmitía.
Hasta que un día decidió esperar, la caída del sol y el frío que la acompaño,
anunció la llegada de la oscuridad de la noche, un terror desconocido la
inundo, estaba sola, en un mundo extraño y hostil, y lo estaría siempre.
Temblando y acurrucada un susurro la sorprendió sintiendo el calor de unas alas
que la arropaban, con lágrimas en los ojos se abrazó al ángel y confió. La subió
a una palmera y colgaron bocabajo, abrazados el uno al otro. El miedo fue diluyéndose
y se sintió protegida, durmiendo en paz. Cuando llegó el nuevo día el Ángel la
enseñó a volar planeando sobre los que necesitaban sombra, sin necesidad de
agotarse aleteando sobre ellos, y la llevó a otros oasis donde descansaron.
Pero cuando él desaparecía volvía a sentir miedo y vacío en
su interior y volvía a su cueva, pero ya no podía descansar allí, además de que
los monstruos de las profundidades de la cueva eran más cercanos e incluso
alguno se atrevía a acercarse debiendo luchar con ellos.
Decidió volver al oasis y preguntarle al Ángel por qué su
cueva había dejado de ser un lugar seguro para ella. Este se encogió de hombros
y le dijo que nunca lo había sido, pero ahora estaba más luminosa y atraía
mucho más que antes. Ella no entendía lo que pasaba y tampoco entendía lo que
sentía por dentro, se sentía protegida y querida con él y quería estar con él.
Se quedó en el oasis, pero poco tardó en apoderarse de ella el miedo a las
ausencias del Ángel morado. Un día él le dijo que ella también podría tener las
alas moradas, pero ella no podía escuchar nada, sólo pensar en que por que le
hacía eso.
Intentó volver a su cueva, pero los monstruos que la
habitaban no la dejaban descansar y volvió de nuevo al oasis. Allí estuvo sola,
sintió la profundidad de su vacío interior y como la invadió el horror de la soledad
absoluta. Aprendió a reconocer sus terrores y se fue calmando, escogió una
palmera para dormir y perfeccionó su planeo para dar sombra sin cansarse y una
mañana se sorprendió descubriendo algunas plumas moradas brotando en sus alas.
Días después la sombra del Ángel morado cubrió todo el
oasis y ella sintió miedo, hacía tiempo que no lo sentía, se preguntaba cómo
era posible, habría crecido de tamaño, iría a devorarla definitivamente. Pero
no, cuando se posó junto a ella, aunque parecía más imponente tenía el mismo
tamaño y transmitía una gran ternura, la limpieza de su mirada la hizo
arrodillarse ante él y besar sus manos. El la levantó y la abrazó, elevándose con
ella, mientras lo hacía una enorme sensación de Amor la invadió desvaneciéndose
de la impresión. Se despertó junto a unas montañas, un río brotaba entre las
rocas precipitándose en cascada, en la ladera prados verdes jalonaban la
corriente del agua, compitiendo con ella en descender antes las montañas. Él la
depositó en una oquedad soleada situada en un cortado de las montañas y sin
saber como la besó en los labios y sus cuerpos se fundieron lanzando destellos
luminosos. Quedó exhausta, a la vez que sentía la semilla del Amor germinando
en su interior y ocupando el vacío interior de la carencia afectiva, se durmió
y cuando despertó observo su nuevo hogar. Se sintió segura y tranquila y
comprendió que nunca podría estar sola y que no necesitaba depender de nadie.
Voló mientras sus plumas iban adoptando un tono morado y
volvió algunas veces al oasis del Ángel donde este le enseño a elevarse tanto
en el cielo como para proyectar su sombra sobre todo el paisaje y a dispersar
amor sobre los caminantes de las arenas, además de sombrearlos.
Se sintió feliz y pasó mucho tiempo hasta que descubrió un
Ángel de alas blancas tiznadas y deterioradas, lavándoselas en su arroyo…