Había una vez un feroz dragón que la vida o el mismo habían
encadenado, es algo que no sabemos a ciencia cierta. Asomaba fuera de una cueva
y gruesas cadenas rodeaban todo su cuerpo impidiéndole volar.
Un día un valeroso caballero lo descubrió, y vio en él algo
que jamás nadie había visto antes. En su pecho, en el centro de su corazón. Estaba
la llave qué abría el candado que amarraba sus cadenas.
Enamorado de la belleza de sus alas, fuertes y coloridas,
el caballero soñaba con liberar al dragón y que esté lo llevaba allí donde la
vista no alcanza, al más alto cielo, traspasando las nubes y descubriendo a la
divinidad.
El caballero cuidaba al dragón, visitándole a diario para
darle de comer y beber, y gracias a él el dragón sobrevivía. Con dulces
palabras le hablaba de la llave de su corazón, pero el dragón no entendía, pues
era un dragón y no comprendía las nobles intenciones del humano.
Pensando que con amarlo era suficiente el caballero se
acercó al dragón como nunca antes lo había hecho intentando tocar su corazón,
pero este le rehuía. Intentando hacerle comprender sin acercarse con su lanza quiso
señalarle el corazón, el dragón se asustó aún más y forcejeando con sus cadenas
intentó elevarse cayendo hacia adelante, clavándose la punta de la lanza,
empezando su corazón a sangrar, el dolor le hacía retorcerse clavándole aún más
sus cadenas. El dragón hizo lo que todos los dragones hacen, lanzó una
llamarada que hirió y chamuscó al caballero.
Varias veces lo intentó ocurriendo lo mismo una y otra vez,
las cadenas se apretaban más y el caballero aumentaba la gravedad de sus
heridas, terminando por caer exhausto junto al dragón. Este enamorado del
caballero se acurrucó a su lado intentando protegerlo, hasta que él también quedó
dormido y soñó, un sueño que el caballero jamás entendería.
En su sueño el dragón sentía como las cadenas se tensaban y
el dolor que le producían, se dejaba sentir y se abandonaba al dolor,
desapareciendo esté. El dragón se preguntaba si eso era una rendición o por el
contrario era aceptar la situación. En sus sueños se veía como él creía que era
realmente, se despertó azorado y miró al caballero malherido a su lado, sin
saber por qué sintió un dolor nuevo, no era físico, era su corazón sufriendo
porque él no podría volar nunca tan alto como deseaba el caballero, él sólo quería
ser una flor, y aunque fuera la más bella del universo eso no colmaría los
anhelos del caballero. Lágrimas por la mutua incomprensión brotaron de sus
ojos, corriendo a través de su hocico para regar la chamuscada piel del
caballero, el dragón lloró de forma desconsolada por el daño que le habían
causado sus padres por hacerlo un dragón temido y odiado por los hombres y por
la estupidez de los hombres que lo habían encadenado de tal modo, mientras lloraba
no se daba cuenta que sus lágrimas de amor iban curando las heridas del
caballero, tal era su desazón que cayo inconsciente sobre su amado.
Y volvió a soñar, una inmensa luz bajaba del cielo envolviéndolo
permitiéndole expresar su verdadera naturaleza, era una preciosa margarita y
las cadenas cayeron pues ya nada podía amarrarla, brillaba y brillaba radiante
haciendo realidad su más profundo anhelo.
Despertó al sentir un movimiento, se sorprendió de que el
caballero luchará para liberarse del peso de su cabeza, él era liviano como una
flor, pero el temor en la cara del caballero mientras se alejaba le devolvió a
la realidad, no era una flor y nunca sería una margarita porque sólo era un
dragón, un aullido retumbó en el valle y el caballero huyó despavorido.
El dragón decidió dejar de luchar y se acurrucó en el
suelo, días después se levantó acuciado por el hambre y la sed, el sonido del
agua de las cascadas del profundo valle le despertaban el deseo. Se dio cuenta
que al estar más delgado las cadenas ya no le apretaban tanto, se movían un
poco, quizás pudiera soltarlas, pero sus forcejeos no daban resultado.
Observó que la sangre que brotó de su corazón había desecho
parte de su candado y que apenas mantenía unidas las cadenas, con cuidado lo
mordió hasta que se deshizo por completo, pero para su sorpresa no podía liberarse
aún, las cadenas seguían enrolladas a su cuerpo, cansado y desfallecido se
durmió de nuevo y tuvo una pesadilla, soñó que unas cadenas se enrollaban una y
otra vez alrededor de su cuerpo, hombres que gritaban y festejaban su
infortunio y no cesaba de ver anclajes en la pared de la oscura cueva donde no
le gustaba entrar.
Se despertó con un brillo diferente en los ojos y miró
hacia el interior de la cueva, tensó sus cadenas y empezó a girar sobre sí
mismo, para su sorpresa se soltaron algunas vueltas de sus cadenas y puso
liberar un ala, el dolor le hizo caer al suelo, pero allí no pudo dejar de
rodar, y no sin dificultad pudo liberar otra ala, se veía ya libre pero un cruce
de las cadenas no terminaba de liberarse, manteniendo su torso aprisionado,
saltó, bailo, giró pero el nudo seguía firme, pensó en el caballero, si
estuviera allí seguro que le ayudaría, como no sabía su nombre aulló y sus
aullidos se escucharon en todas las montañas pero el caballero no volvió.
De nuevo sus lágrimas brotaron y rodaron por su cuerpo
humedeciendo el nudo de las cadenas, el óxido que las mantenía unidas se fue disolviendo
y estás terminaron por caer, pero ya el dragón había perdido el sentido agotado
y extenuado por la lucha y la falta de alimento.
Estaba libre pero en sus sueños seguía preso porque era un
dragón y el quería ser una cándida margarita.
Unos días después el caballero volvió atraído por los
lamentos del dragón y al verlo en tal mal estado, lo alimentó y le dio de beber
con su boca, pues el dragón apenas podía tragar. Cuando ya por fin pudo comer y
beber por sí sólo, le dejo abundante comida y bebida para que terminara de recuperase
y se alejó de la cueva.
Una vez recuperado el dragón comenzó a volar por el valle para
fortalecer sus alas, cuando estuvo preparado siguió el rastro del caballero,
sembrando el terror por las aldeas que pasaba sólo con su presencia, aunque él
fuera de lo más pacífico. Por fin en un cabaña abandonada encontró al caballero
y le hizo entender que quería que montara en él, pero el caballero se negó y le
dio las gracias, el ya no quería volar para conocer a Dios no lo necesitaba tan
sólo tenía que mirar en su interior y reconocer sus anhelos, deseos y temores.
Se agachó y cogió una flor del suelo para entregársela al dragón, era una
margarita, el dragón la tomó con su boca y se la comió, sabiéndole de lo más
deliciosa.
A partir de una idea original de Susana.