Ya es de día, pero te rebujas en la cama, el despertador no
ha sonado, pero tú lo pusiste, es seguro. Pero bajo ningún concepto vas a
comprobarlo. Te da igual la hora que sea, para qué te vas a levantar.
Pero hay claridad, quizás no pusiste el despertador, te
acurrucas más entre las sabanas en posición fetal, seguro que es una pulsión de
tu embarazo, cuando estabas en el vientre de mama, entonces tampoco querías
salir, ¿para qué, para sufrir?
Te das la vuelta entre las cálidas sabanas polares y te
esfuerzas en mantener los ojos cerrados, pero hay claridad y el despertador no
ha sonado. Te da igual, si no suena nunca más mejor.
Buscas el esquivo sueño, quieres dormir y olvidar,
olvidarlo todo, la vida, los temores, los deseos, te has esforzado mucho por
olvidar, pero la claridad sigue ahí. De pequeño tampoco te querías levantar,
bueno mejor dicho deseabas no despertar del sueño de la noche, para no tener
que ir a ese horrible colegio, pero ahora no tienes que ir a ningún lado, sólo
tienes que vivir.
Pero el despertador no suena y si no lo pusiste, mejor, así
no tendrás que obligarte a vivir.
Al final sonó, no te habías olvidado de ponerlo, ni se
había quedado el móvil sin batería, tu siempre tan meticuloso…
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