El perdón está de moda, es la nueva panacea que resolverá
nuestros males, diversos métodos no entrenan en su uso para descanso de nuestra
alma. El perdón es una decisión que tomamos ante las supuestas afrentas
recibidas, es fruto de nuestra voluntad consciente, además desde pequeños se
nos adoctrino en que perdonaran nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a
los que nos ofenden. Nada que objetar respecto a nuestro sustrato cultural,
ni con nuestro inconsciente colectivo.
Todos contentos, aprendemos a perdonar y damos cumplimiento a nuestros impulsos
inconscientes. Estamos liberados de la esclavitud del odio y nos aproximamos al
amor puro, incondicional.
Pero ese supuesto amor siempre se vuelve a alejar, detrás
de esa voluntad consciente de perdonar, hay otra voluntad que no conoce el
perdón pues no concibe su existencia, que no entiende de ofensas pues todo
tiene un sentido, que no cree que pueda comprender las motivaciones de los demás
pues no juzga nada. Es una voluntad ajena al egoísmo de creer que por empatía,
por comprensión, podemos liberar al otro de la carga de su responsabilidad
sobre el daño causado, que se aleja de la autojustificación complaciente de que
pude hacer daño a otros fruto de mis limitaciones y de mis patrones traumáticos
de mi personalidad. Nuevos dioses por encima del bien y el mal creen entender
las motivaciones del comportamiento humano, siguiendo el hilo de Ariadna de las
motivaciones inconscientes para perderse en su propio laberinto.
Es una voluntad que podemos observar en los niños de
meses, una voluntad que sólo busca conocer, amar y sentir placer, que no busca
comprender las motivaciones de su actos ni las de los actos de los demás, que
tan sólo se esfuerza en una tarea titánica por vivir y experimentar; sin
lenguaje sin ego, su voluntad no divaga entre los eternos vericuetos de la
mente, sino a través de la simpleza del ahora; pequeñas antorchas de luz que
intentan alumbrar nuestro camino.
Creo que alguien, una vez, antes de morir dijo: “Padre perdónalos
porque no saben lo que hacen”, no dijo os perdono porque no sabéis lo que
hacéis. El yo nunca puede perdonar, nunca puede comprender, siempre hace que se
marchite la compasión, pero tras la infinita miríada de pensamientos hay una
flor, que cuando florece el mundo se levanta, dejémosla florecer, sólo es
necesario un momento de atención, una leve intuición de observar lo realmente
existente.
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