Hay tres décadas esenciales en el desarrollo del ser humano,
la que empieza en los 20 años culmina el desarrollo físico completo, la que
empieza en los 30 completa nuestro desarrollo intelectual o mental y la que
empieza en los 40 nos abre la capacidad de transcendencia.
Durante la veintena el ser humano se encuentra en su mayor
plenitud física, por ejemplo en ella los deportistas de élite logran batir sus
más grandes retos deportivos, pero a partir de los 28 años, de media, se
produce un fenómeno complejo mediante el cual el cuerpo físico comienza a
deteriorase, los fisiólogos lo explican porque a partir de ese momento mueren
más células en el organismo de las que se crean. Justo cuando comienza el
deterioro físico se nos abre la posibilidad de desarrollar plenamente nuestras
capacidades intelectuales. Durante la treintena ese ser humano que ya no goza
del mismo ímpetu físico de la década anterior alcanza un mayor nivel de
comprensión de su realidad.
Al llegar a los 40 el evidente deterioro físico, se une al
incipiente deterioro intelectual. Como inciso decir que en los grupos humanos
que viven integrados en su entorno y dependientes de los ciclos de la
naturaleza propios del paleolítico, la esperanza media de vida son los 40 años.
Esta situación en la cuarentena nos abre la puerta a desarrollar esa otra
faceta del ser humano, la espiritual. La evidencia de nuestro deterioro nos
hace más consciente de la necesidad de buscar satisfacciones más allá de
nuestro cuerpo y mente, a la par que la certitud, normalmente inconsciente, de
la brevedad de la existencia, nos hace plantearnos preguntas profundas en
relación a nosotros mismos y la existencia misma. La década espiritual se
desarrolla con fuerza durante nuestra cuarentena vital, es la oportunidad de
transcender nuestras limitaciones personales y experimentar nuestra naturaleza
espiritual.
Nuestro cerebro está maduro, nuestro cuerpo decadente y
nuestro espíritu pide a gritos su espacio ante la debilidad de los anteriores.
La consciencia de que el aprendizaje no nos puede aportar más respuestas o de
que estas son insuficientes, nos impulsan a buscar terapias, guías espirituales
que puedan calmar nuestro desasosiego y nuestra ansia de comprender. Pero es
importante tener una actitud flexible y la mente abierta, pues si nos aferramos,
como si fueran unos salvavidas, a los patrones traumáticos de nuestra
personalidad, negándonos a distanciarnos de ellos, llegará la cincuentena con
su tozudez limitándonos cada vez más la posibilidad de autotranscendencia.
Esto es así porque con la edad el cerebro, la mente, pierde
flexibilidad, capacidad de adaptación y por mucho que nos empeños cada vez nos
será más difícil abandonar nuestra mochila personal, nuestro sufrimiento
existencial y cada vez estaremos más lejos de la posibilidad de que la madurez
y el transcurso del tiempo nos convierte en un canto rodado sin aristas, como
los que hay en las playas o en los ríos, que a fuerza de vivir son de una
enorme suavidad al tacto.
El tiempo siempre corre en nuestro contra y el paso del
mismo no elimina nuestras aristas, por mucho empeño que pongamos en ello, si no
somos sinceros con nosotros mismos. Ya podemos hacernos todas las terapias
existentes o recluirnos en los más sabios monasterios, que sin intención de
transcendencia, el tiempo seguirá afilándonos.
Nota: Hay personas que empiezan este proceso a mediados de
la treintena y otras ya en la cincuentena, pero no dejan de ser excepciones que
confirman la regla.
1 comentario:
Muy cierto! Todo forma parte de un ciclo, y es verdad muchas personas se niegan a trascender.
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