Hubo un frondoso bosque mediterráneo de encinas y quejigos
en
donde moraba una anciana. Aunque era de un pueblo cercano, la mujer siempre
había gustado de las soledades de la serranía caliza y de vibrar con la música
que emanaba del bosque. Los más viejos del pueblo ya no alcanzaban a recordar
cuando nació esa mujer y si ya era mayor cuando la conocieron. Sin embargo ella
se conservaba con la prestancia y la energía de una mujer, que no había
superado en exceso los 60; a pesar de que muchos insinuaban que podría superar
los 100 años, ella se reía de las habladurías y achacaba su excelente estado,
falto de achaques, a su vida en la selvática floresta desde su juventud, al
cuidado de sus cabras.
Su bosque estaba cercado de torcales, formaciones calizas
producto del milenario trabajo del viento y del agua, donde es difícil
orientarse. Las agrestes y afiladas rocas mantenían una lucha sin cuartel con
la flora por ocupar el espacio físico, las raíces de centenarios arboles
echaban pulsos con los bloques de roca, introduciéndose por grietas de
profundidad desconocida. Por supuesto existía un sendero, que unía las dos
vertientes de dicha sierra y que era muy transitado por los que todavía
necesitan subir al monte para subsistir. En estas últimas décadas una nueva
especie de homo sapiens, por lo menos en estos lares, el senderista, se había
encargado de mantener esa trocha en activo; encontrándose en numerosas
ocasiones con la venerable anciana, que a la par que aumentaba el número de
excursionistas, se mostraba más lozana y fresca.
Adentrémonos en su mundo para indagar si realmente existe
algún secreto en su forma de vida, por todos reconocido que es tremendamente
austera; a esto hay que añadir algunas malas lenguas que no pueden resistirse a
decir, que mujer sola, mujer ligera.
La anciana vive en un cortijo del siglo XIX o anterior,
hecho de piedra y argamasa con sus paredes encaladas, rutinariamente cada
verano. De todos es sabido que esta construcción atenúa el frio en invierno y
el calor en verano. Dispone de un pozo que acumula el agua de lluvia recogida
ingeniosamente mediante canalizos bajo las tejas del tejado. Para una persona
está bien, para beber, cocinar y un ligero aseo. Para los estándares de la vida
moderna el pozo no duraba una semana. Pero nuestra protagonista es espartana en
su forma de vivir y no parece que le haya ido mal. El cortijo o cortijillo
consta de una estancia con chimenea, donde cocina y que además sirve de
salón-dormitorio, pues tiene una mesa con varias sillas y un camastro en la
pared opuesta a la chimenea; aledaña hay una habitación almacén-leñera con
acceso exterior y desde la principal. La leñera da a un patio pequeño al que
también da un establo para las cabras, como ya dijimos su día a día le lleva de
acá para allá con su rebaño de cabras; de la que extrae leche para su consumo y
para hacer quesos que vende en el pueblo. Con ese dinero consigue otros lujos
como legumbres, pan, jabón, etc.
Dichosa la anciana no necesita nada más mientras no le
falten las visitas de mozos o de no tan mozos por su morada. Y no penséis que
es por lascivia, que aunque de eso también ahí, el motivo principal es aprovechar
la energía que el macho del ser humano desperdicia en cada orgasmo.
Pero expliquemosnos, siendo joven y a la vez hermosa, en
uno de sus devaneos en pos de su rebaño, pues su padre era pastor y en aquellos
lejanos tiempos era normal que los hijos también lo fueran; cómo íbamos
diciendo, andando por esas resecas piedras calizas rodeadas de un mar de simas
se encontró a una anciana, bastante desarrapada por cierto, que parecía estar
más cercana a abandonar este mundo que otra cosa. La chica de natural bondadosa
se ofreció a acompañarla a su cabaña, allí no había nada especial y ella
pensando en sus cabras dijo de marcharse; la anciana la tomó de las manos, ella
se asustó pues le recordaba a las brujas de los cuentos, si, a esas que se
comen a los niños.
La anciana la cogió con una fuerza que le pareció imposible
de vencer y le dijo que si quería que le enseñara sus secretos. ─ ¿Secretos? ─pregunto
ella en voz alta─, ¿Qué secretos?
─A vivir sin hombres niña y a mantenerte fuerte y sana, el
secreto de la eterna juventud; bueno en realidad no es eterna niña ─le dijo la
anciana─, ya me ves aquí a punto de espicharla.
Nuestra joven estaba asustada por lo escuchado y sólo
pensaba en salir de allí. Antes de partir la anciana le dijo─: tráeme algún
hombre de vez en cuando con tus encantos y yo te enseñaré la auténtica
libertad.
Pasaron semanas, y nuestra joven había olvidado por
completo a la anciana bruja; hasta que un azar del destino, le recordó sus
palabras. Había un pastor de la edad de su padre que cada vez que la veía no
cesaba de importunarla con comentarios cada vez más subidos de tono e incluso
en varias ocasiones había intentado levantarle su larga falda con su vara, pues
es de todos sabido que pastor que se precie además de perro porta vara, de
madera ligera, pero resistente con la que arriar buenos zurriagazos.