Al
terminar la sanación que me estaba realizando me dijo: “Te he visto en actitud
de sacrificio, andando de rodillas y cargando con una cruz”. Asentí, porque así
me siento y me he sentido durante la mayoría de mi vida.
Al día
siguiente, al meditar tocando los cuencos, intento limpiar esa energía, me veo
de rodillas cargando con mi cruz, ando sobre unos callos como pies que tengo en
las rodillas, intento levantarme, más me resulta imposible, las articulaciones
de mis piernas no pueden enderezarse. Mientras intento liberarme, lagrimas
brotan en mis ojos y corren por mis mejillas, por el dolor pasado, por el
inútil sacrificio realizado porque creía que debía ser así; a duras penas
parece que me incorporo para caer de nuevo de rodillas, suelto la cruz y sigo
intentándolo.
Sufrir,
sacrificar nuestra vida, mortificar nuestro cuerpo, ¿para qué? Para que nos
quieran, para asegurarnos una utópica salvación, para ser santos.
Pienso
en los errores del Cristo, en sus tres errores, el acto violento contra los
mercaderes del templo, el sacrificio en la cruz y la resurrección.
Consigo
ponerme de pie pero no puedo casi andar, mis piernas rígidas, mis caderas
bloqueadas ya no pueden más, necesito abandonar el espíritu de sacrificio,
pulsión egoísta que está devastando mi cuerpo. No necesitamos sacrificarnos por
nada, Jesús no necesitaba sacrificarse por nadie, de hecho, si existió, creo
que fuimos nosotros los que le matamos. Sacrificio que sólo tiene utilidad para
los que se benefician de él, perpetuado de generación en generación para que
todos carguemos con el peso de Dios en nuestras espaldas. El peso de la culpa,
el sufrimiento y el aborregamiento en rebaños bien dirigidos.
El
primer error del Cristo es el uso de la violencia verbal y física contra los mercaderes del templo, los que en su opinión estaban mancillando la casa de
Dios, el uso de medios violentos para conseguir un fin noble, el creer que
nuestra concepción de la vida es la correcta y por ello podemos faltar al
respeto a otros, violentarlos. Apuntillar la idea de que el fin justifica los
medios, para alcanzar un fin noble hemos de usar medios nobles, lo contrario
siempre desvirtúa el fin.
El
tercer error es resucitar para demostrarnos su supuesto carácter divino,
mostrándonos una vida mejor tras la muerte, una vida eterna tras el paso por la
tierra de gozo y dicha. Algo que si no realizamos en esta vida no lo lograremos
después de la muerte.
Cada
error más grave que el anterior, primero el uso de la violencia, peor aún la
necesidad de sacrificarse y el tercero separando la divinidad, él, del resto de
mortales. Estos errores no los encontramos en las religiones orientales más
importantes como el Taoísmo o el Budismo, sin querer decir que sean perfectas
pero sus vías de liberación son mucho menos nocivas que las del cristianismo.
Toda
nuestra cultura es JudeoCristianaIslámica, en Europa, América, Norte de África
y Asia menor, es decir beben de las mismas fuentes mediterráneas, compartimos
las mismas creencias irracionales que nos apartan de la felicidad. Un ejemplo
son estos tres errores del Cristo, pero no son los únicos, compartimos muchos
otros con el resto de la humanidad. No podemos dejar de recordarlos pues
determinan nuestro pensar, nuestro actuar y nuestra forma de vivir. Tu pensarás
que sin esfuerzo no se consigue nada y probablemente tendrás razón, pero
cuantas veces lo que llamamos esfuerzo no es simplemente sacrificio; cuantas
veces luchar, defender nuestras ideas y principios no es violentar al otro y
cuantas veces actuamos pensando en una recompensa terrenal o celestial en
nuestro día a día.
¿Alguien
te ha demostrado que ese es el camino correcto o sólo lo haces porque te lo han
enseñado y crees que es lo correcto?
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