Y ni siquiera soy responsable de mi propio sufrimiento, fruto de mi herencia, mi educación y mi sociedad, que han moldeado mi mente con creencias ilógicas e irracionales, que nos hacen adorar y perseguir falsas ilusiones, alejándonos de la plenitud de ser una misma.
Adoramos por igual a becerros de oro como a mesías salvadores que nos hablan de la dicha de seguir unas doctrinas, unos principios, unas practicas, que nos conducirán a la felicidad, al igual que el consumir bienes materiales, consumimos filosofías de vida.
Cuando no existe más divinidad que nosotras mismas, más paraíso que el que construimos a nuestro alrededor, ni mayor felicidad que la de encontrarnos a nosotras mismas, entre la bruma de prejuicios sin sentido y sinrazones neuróticas que conforman nuestra personalidad.
Por ello el amor propio es el vértice angular donde se fundamente nuestra capacidad de transcendencia. Y a partir de ahí vivir con amor, una vez sentido el amor a ti misma.
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