Da mucho y pide poco, nos bombardean continuamente con ese
eslogan incrustado en nuestro inconsciente mientras esperamos el premio en
forma de cielo en la tierra, sin darnos cuenta que el premio ya lo reciben los
que se benefician de esa creencia irracional y la fomentan desde las más altas
instancias del poder.
Evidentemente las relaciones personales no son una
transacción comercial donde debamos valorar que recibimos con lo que damos,
pero si es importante indagar en nuestra patológica necesidad de ayudar, o de
dar más de lo que recibimos hasta que nos quedamos exhaustas. En el mundillo de
la espiritualidad, adoptando la neurótica interpretación eclesiástica, nos
desvivimos por ayudar al prójimo, aunque sólo sea de boquilla en muchas veces.
Sin caer en la cuenta que la única ayuda real y efectiva es la que nos otorgamos
a nosotras mismas, digo ayudarnos no consentirnos.
La enfermiza búsqueda del cielo en la tierra a través de la
entrega al prójimo solo revela nuestra profunda carencia afectiva, falta de
autoestima y amor propio; tremendo egoísmo nuestro y de los que nos rodean que
nos ven devastarnos en su beneficio siendo incapaces de pensar en nuestra
felicidad. Siempre lo hemos hecho, lo hacemos porque nosotras queremos y la mayoría
de las veces ni siquiera nos lo han pedido, aunque se beneficien en muchos casos
de la mala educación que hemos recibido, asignándonos un rol familiar y social
propicio a ser la sostenedora de los demás. Ellas presas de su egoísmo nos
exprimen, nosotras fruto de nuestro egoísmo nos devastamos en ayudar.
Y el cielo cada vez más lejano, como todas las ilusiones
que albergamos en nuestra neurótica mente.
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