Cada nuevo día trae un nuevo amanecer, esto resulta muy poético, pero como sería nuestra vida si efectivamente cada día fuera un nuevo día y nosotros actuásemos en consecuencia. Como si no existiera nada antes de ese amanecer.
Y si después del ocaso tampoco existiera nada, como nos comportaríamos si viviésemos un Único día.
Si supiéramos que este día que estamos viviendo es único, cuanta nimiedades dejarían de ser importantes, cuantas cosas haríamos que estamos siempre posponiendo, cuantas palabras amables diríamos a los que nos rodean y que no decimos porque nos arrastran los acontecimientos.
Quizás entonces comprenderíamos que los aspectos materiales de nuestra existencia son secundarios, que tener, poseer y todos nuestros deseos es lo que nos esclaviza, y que solo el amor incondicional puede liberarnos.
Y que mejor expresión del amor absoluto que entender que todos los que están a nuestro alrededor, familia, amigos, conocidos, independientemente de que nos hagan daño, están ahí para ayudarnos cada uno en su medida.
Pero nos negamos a reconocer que cada día es único, que cada instante es único, porque preferimos actuar bajo el dominio de nuestra ignorancia, preferimos seguir nuestros patrones erróneos de conducta, porque es lo que conocemos aunque nos implique enormes sufrimientos. Preferimos negar la autentica naturaleza de la realidad.
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