martes, 14 de noviembre de 2017
martes, 3 de octubre de 2017
UN MILLÓN DE VISITAS... y una despedida
Este mes de Octubre este blog alcanzará el millón de visitas acumuladas, prácticamente medio año antes de alcanzar su primera década de vida y con casi 700 entradas; quién me iba a decir cuando escribí hace casi 10 años mi primera entrada, Presentación, que tendría este relativo éxito. Lo curioso es que pasado este tiempo, aunque me llena en parte de orgullo, me da un poco igual; hace un par de años cuando pensaba que en dos años alcanzaría el millón de visitas, sentía que me iba a dar igual, pero escondía esa sensación, como acostumbro a esconder mi sentir, y me preguntaba que como lo celebraría. Puedo estar equivocado pero quizás lo celebre con una despedida.
Varios años antes de ese 2008, en que empece a escribir mi blog, había descubierto la espiritualidad y como suelo hacer me volqué en ella, buscando desesperadamente la felicidad, intentando escapar de mi propia locura. Más de 10 años después y tras múltiples tribulaciones, alegrías y tristezas, sigo anhelando la felicidad y mi locura continúa, porque ese soy yo. Un loco a veces peligroso, a veces maravilloso, un loco de amor y amargura.
Cuando empecé a escribir lo hacía como desahogo, a modo de diario, pero también con la ilusión de que mis vivencias y sentimientos pudieran ser de utilidad para los demás,y me doy cuenta de que ha servido para eso, ha cumplido su objetivo y parece que con creces, pero mi búsqueda neurótica no ha encontrado consuelo y quizás ya no tenga sentido escribir más, ni practicar más esperando alcanzar la felicidad, si no simplemente vivir.
Vivir para disfrutar de la vida y así ser feliz, como he aprendido el único camino es ser Libre y Amar y eso se fundamenta en el amor propio, única base verdadera para alcanzar la dichosa plenitud. He dicho que lo he aprendido, más bien lo he descubierto, porque todavía tengo que vivirlo, porque la mayor esclavitud es la de nuestros sueños, fantasías e ilusiones, y la de nuestra educación social y familiar. La Libertad sólo es posible de nosotras mismas y el Amor a nosotras mismas, todo lo demás no dejan de ser pajas mentales.
El amor propio base de todo, es amar todo nuestro ser, nuestros miedos, nuestros deseos, nuestro cuerpo y nuestra locura perpetuada generación tras generación y no tiene nada que ver con el egoísmo que resumiendo es creer que la vida tiene que ser como nosotras creemos que tiene que ser, es ser esclavos de nuestras creencias a todas luces irracionales y que una y otra vez nos alejan de la felicidad, encadenándonos al sufrimiento eterno.
Sigo navegando mi barquito unas veces a favor y otras en contra del viento de la vida y aunque, a pesar de mis bandazos, persigo el Sol, como dice está canción, no es oro todo lo que reluce o no todo lo que brilla es plata, incluido este loco que ha descubierto el amor pero cree que no sabe como vivirlo.
Varios años antes de ese 2008, en que empece a escribir mi blog, había descubierto la espiritualidad y como suelo hacer me volqué en ella, buscando desesperadamente la felicidad, intentando escapar de mi propia locura. Más de 10 años después y tras múltiples tribulaciones, alegrías y tristezas, sigo anhelando la felicidad y mi locura continúa, porque ese soy yo. Un loco a veces peligroso, a veces maravilloso, un loco de amor y amargura.
"Mal perdedor que se la pasa jugando"
Cuando empecé a escribir lo hacía como desahogo, a modo de diario, pero también con la ilusión de que mis vivencias y sentimientos pudieran ser de utilidad para los demás,y me doy cuenta de que ha servido para eso, ha cumplido su objetivo y parece que con creces, pero mi búsqueda neurótica no ha encontrado consuelo y quizás ya no tenga sentido escribir más, ni practicar más esperando alcanzar la felicidad, si no simplemente vivir.
"Sabe que no es verdad, toda la mentira, que llaman realidad
Y es suya la alegría, de saber mirar, a través de las burbujas, la felicidad."
Vivir para disfrutar de la vida y así ser feliz, como he aprendido el único camino es ser Libre y Amar y eso se fundamenta en el amor propio, única base verdadera para alcanzar la dichosa plenitud. He dicho que lo he aprendido, más bien lo he descubierto, porque todavía tengo que vivirlo, porque la mayor esclavitud es la de nuestros sueños, fantasías e ilusiones, y la de nuestra educación social y familiar. La Libertad sólo es posible de nosotras mismas y el Amor a nosotras mismas, todo lo demás no dejan de ser pajas mentales.
"Esa es mi revolución, llenar de Amor mi sangre, y si reviento,
que se esparza en el viento, el amor que llevo dentro."
Sigo navegando mi barquito unas veces a favor y otras en contra del viento de la vida y aunque, a pesar de mis bandazos, persigo el Sol, como dice está canción, no es oro todo lo que reluce o no todo lo que brilla es plata, incluido este loco que ha descubierto el amor pero cree que no sabe como vivirlo.
"Pirata, no todo lo que brilla es plata."
Olvidada una de las principales premisas del zen, sin espíritu de provecho. Actuar por la acción en si misma o no hacer por la inacción misma, sin esperar un resultado, un mérito, un provecho...
Entender que la amargura es realmente el reverso tenebroso del amor, ambas partes de una misma moneda, trucada por la vida en beneficio de la amargura. Nos dicen, nos confunden, que el miedo o la angustia son lo contrario del amar y huimos de ambas emociones creyendo que así caeremos en brazos del bendito amor, cuando en realidad es la amargura lo que ocupa su lugar cuando no aprendimos/descubrimos el amor que todas llevamos dentro.
Creo que ha llegado el momento de dejar de correr tras la fruta prohibida y de cerrar el proyecto "Más Allá del Más Allá", sólo vivir sin buscar en adelante...
Aunque siempre puedo cambiar de opinión, que es algo que se me da bastante bien...
"Tengo Luz y tengo Luna, tengo la inmensa fortuna de tu/mi amor."
martes, 8 de agosto de 2017
No soy responsable de tu dolor
No soy responsable de tu dolor...
Y ni siquiera soy responsable de mi propio sufrimiento, fruto de mi herencia, mi educación y mi sociedad, que han moldeado mi mente con creencias ilógicas e irracionales, que nos hacen adorar y perseguir falsas ilusiones, alejándonos de la plenitud de ser una misma.
Adoramos por igual a becerros de oro como a mesías salvadores que nos hablan de la dicha de seguir unas doctrinas, unos principios, unas practicas, que nos conducirán a la felicidad, al igual que el consumir bienes materiales, consumimos filosofías de vida.
Cuando no existe más divinidad que nosotras mismas, más paraíso que el que construimos a nuestro alrededor, ni mayor felicidad que la de encontrarnos a nosotras mismas, entre la bruma de prejuicios sin sentido y sinrazones neuróticas que conforman nuestra personalidad.
Por ello el amor propio es el vértice angular donde se fundamente nuestra capacidad de transcendencia. Y a partir de ahí vivir con amor, una vez sentido el amor a ti misma.
Y ni siquiera soy responsable de mi propio sufrimiento, fruto de mi herencia, mi educación y mi sociedad, que han moldeado mi mente con creencias ilógicas e irracionales, que nos hacen adorar y perseguir falsas ilusiones, alejándonos de la plenitud de ser una misma.
Adoramos por igual a becerros de oro como a mesías salvadores que nos hablan de la dicha de seguir unas doctrinas, unos principios, unas practicas, que nos conducirán a la felicidad, al igual que el consumir bienes materiales, consumimos filosofías de vida.
Cuando no existe más divinidad que nosotras mismas, más paraíso que el que construimos a nuestro alrededor, ni mayor felicidad que la de encontrarnos a nosotras mismas, entre la bruma de prejuicios sin sentido y sinrazones neuróticas que conforman nuestra personalidad.
Por ello el amor propio es el vértice angular donde se fundamente nuestra capacidad de transcendencia. Y a partir de ahí vivir con amor, una vez sentido el amor a ti misma.
miércoles, 26 de julio de 2017
El viejo de la montaña. La práctica, la despedida. 6ª parte
Si no has leído las primeras partes del relato puedes hacerlo aquí: El viejo de la montaña. La Llegada. 1ª parte.
La práctica
Cada vez hacía mejor tiempo, los días eran más largos y
necesitaban menos tiempo para recoger leña y alimentos, pasaban mucho tiempo
practicando. La chica aprendió rápido a retrasar su orgasmo y a alargarlo con
la respiración, era una buena alumna. También aprendió a retrasar el orgasmo
del viejo incluso presionando la corona con los músculos de su vagina; el
control de los músculos vaginales le dio la posibilidad de tener a ambos,
orgasmos, en posturas que permitían escaso movimiento. Cada vez podía mantener
durante más tiempo su orgasmo sin verse desbordada, poco a poco sentía y movía
la energía sexual a voluntad. Aprendió a llevarla donde la necesitaba y a
almacenarla en su bajo vientre, en su centro energético como decía el viejo.
Le extrañaba que prácticamente llegaba al orgasmo nada más
empezaba la relación sexual e incluso tuvo uno solo con la estimulación de sus
senos, muy suave eso sí, pero muy placentero.
Una noche con la primavera ya avanzada, durante la cena le
dijo al anciano, “Sabes viejo, al principio pensaba, que todo esto era para
alargar el placer y aumentarlo, pero ahora caigo en la cuenta que eso es sólo
una excusa para otra cosa… Es verdad que no sé muy bien para qué, pero me
siento con mucha energía, más segura de mi misma, y con una sensación de
felicidad que no había tenido nunca. Tengo la impresión de que hiciéramos una
meditación sexual.”
Al terminar de comer el anciano la miró, “eso es porque tu
energía se está limpiando y empieza a circular mejor. Tus centros de energía se
están abriendo y tus canales permitan la circulación de la energía de tu
espíritu. Esa es la felicidad que sientes. Pero la verdadera felicidad es otra
cosa. Es algo que no proviene de la satisfacción ni de encontrarse bien. Sólo
se puede encontrar en el equilibrio de cuerpo, mente y alma y yo ni siquiera sé
lo que es eso…”
“Todavía te queda mucho por descubrir, aquí es fácil pero
cuando vuelvas a tu vida, las pasiones te inundaran de nuevo y donde
encontrarás alguien que no piense solo en correrse cuando folla.” El viejo se
levantó dejándola intentando digerir lo que acababa de escuchar. Nubes grises
se formaban en su horizonte. Esa noche no pudo dormir y la pasó meditando
frente a la pared.
Unos días después el anciano le dijo que la acompañara al
bosque, se acercaron a uno de los arboles más viejos del entorno; su tronco
tenía un par de metros de diámetro.
“Pon tus manos sobre él”, le dijo el anciano mientras él
también ponía las suyas.
“Siente su energía, deja que entre en ti”, al rato la chica
sintió que sus manos se le calentaban y una enorme sensación de paz la
inundaba.
“Flexiona un poca las piernas y siente la energía de la
tierra, deja que circule a través tuya”. Por un momento se sintió conectada a
la tierra, al árbol, a todo lo que la rodeaba.
“Muy bien igual que te conectas al árbol, te puedes
conectar a cualquier persona o animal y dejar que la energía que necesita
circule a través de ti desde el universo… y tú también puedes recibirla.”
Disfruta de la experiencia.
Bastante tiempo después la chica quitó las manos del árbol,
sonriendo miró al anciano. Este sentado sobre una raíz del árbol centenario
mascaba una planta.
“Ahora vamos a hacer un ejercicio para que te cargues de
tierra y dejes de volar tanto.” Sin decir más el anciano le quito el pantalón a
la chica y le indicó que se sentará con la espalda apoyada contra el árbol. Se
arrodilló entre sus piernas y abriéndoselas comenzó a besarle y lamerle el
sexo. La chica no podía creer aquello, era la primera vez que el viejo le
practicaba sexo oral, pensaba que no le gustaba.
Respiraba hondo y movilizaba la energía que se generaba en
su sexo, sin necesidad de que el anciano se lo indicara; el orgasmo no tardó en
llegar a pesar de todo. El anciano bajo la intensidad de su succión, a la vez
que le decía que levantara los brazos y pusiera las manos sobre el árbol. Sus
pechos erguidos con sus pezones endurecidos apretados contra la ropa,
aumentaron su placer. Mientras gritaba sentía como la energía circulaba a
través de ella, entre el árbol y la tierra, se retorcía como alguien que toca
un cable desnudo de electricidad; pero ella no sentía dolor sino un enorme
placer, el sexo le ardía.
El anciano sorbía ruidosamente en su sexo y toda la energía
que circulaba por ella tornó a acumularse entre sus piernas, creía que su sexo
iba a estallar. El orgasmo no cesaba y a ella le parecía que una bola se
formaba entre sus piernas.
El anciano paró, levantándola por las caderas para girarla;
penetrándola contra el árbol. “Abrázate al árbol, que voy a relajarte.” Las
embestidas del viejo hacían que esa bola se moviera en su interior, empezaba a
marearse. “Mueve la energía”, le grito el anciano justo antes de que empezara a
correrse, gritaba más que otras veces; eso llamó la atención de la chica que se
puso a circular la energía del orgasmo por su cuerpo.
Pasó mucho tiempo, y los dos seguían fornicando contra el
árbol sin parar de correrse. El anciano a diferencia de otras veces golpeaba
con más fuerza. Ambos tenían un orgasmo mezcla de dolor y placer. Los
testículos de él estaban tan duros que le dolían. Ella no podía aguantarse con
sus piernas y era el anciano quien la mantenía en vilo.
Necesitaba parar, se soltó del árbol, cayendo hacia
adelante, el anciano soltó sus manos dejando que se precipitara contra el
suelo. Se acurrucó allí gimiendo sin parar, tenía su sexo como si hubiera sido
el tronco del árbol el que hubiera penetrado su vagina. El anciano se vistió y
sin mediar palabra la subió a sus espaldas, para volver a la cueva. Cuando
llegaron estaba dormida, la acostó arropándola con las mantas, tumbándose junto
a ella. Le puso una mano sobre la coronilla y otra entre las piernas,
trabajándole la energía hasta que la sintió equilibrada. Él también se durmió.
La despedida
Hacía ya calor de día; la primavera llegaba a su fin.
Pronto llevaría un año allí, se preguntaba cuándo volvería su padre por ella.
Sus pensamientos eran contradictorios, por una parte deseaba volver a verlos,
volver a la ciudad, a tener un baño en condiciones; pero por otra parte sentía
que estaba aprendiendo algo importante aunque no sabía muy bien que era.
El viejo llevaba unas semanas raro, lo veía desmejorado con
mala cara; pero no creía que estuviera malo pues el sexo era cada vez más
intenso; pasaban horas “practicando”, con orgasmos de media hora y más. Ella se
sentía una persona diferente, el viejo le decía que estaba recuperando su luz.
No sabía bien que era eso. También había empezado a decirle que ya no le
necesitaba a él.
Pero lo que de verdad le preocupaba es que había empezado a
acumular leña delante de la cueva, se pasaba horas porteando leñas y
acumulándola sobre el suelo. Ya solo hacía eso, aparte de “practicar”. Colocaba
los troncos cuidadosamente formando una plataforma, tan amplia que se podía
acostar uno en ella. Cuando le pregunto qué hacía no le contestó.
Unos días después mientras comían le dijo: “Es una pira funeraria para mí.” Sin añadir nada más. No le echó cuenta.
Una noche cuando terminaron de practicar, la chica le
pregunto al viejo, “Nunca me la metes por el culo que pasa que no te gusta”. El
anciano la miró echándose a reír, “claro que me gusta, pero la energía que
despertaría en ti te desbordaría y podría volverte loca”. Qué raro es el viejo, se dijo la chica.
Casi una semana después el anciano la importunó mientras
meditaba gritando que había terminado. “Ya está lista, ven a verla”. Salió
fuera con desgana a mirar la obra del anciano, tenía un metro y medio de alto,
uno de ancho y casi dos metros de largo; le había llevado varias semanas
construirla, que pérdida de tiempo pensó ella, querrá hacer una hoguera de San
Juan.
“Muy bien, esta noche te transmitiré mi esencia”, exclamó el
anciano dejándola pasmada a la puerta de la cueva, marchándose sólo por el
bosque.
Volvió ya de noche, la chica había preparado algo de comer
ya que tardaba tanto. “¿Dónde has estado?, Me estaba preocupando”.
“Veo que tenías hambre”, dijo el anciano mirando la comida.
Al sentarse a comer dijo: “He estado despidiéndome, hacía
tiempo que no veía a mi amiga, sus cachorros están muy crecidos y son muy
juguetones. Por cierto le gustó el ciervo que le subimos, no te molestará.”
Definitivamente se ha vuelto loco pensó la chica sin
contestarle.
Esa noche era especial, por primera vez el anciano la besó
apasionadamente mientras le acariciaba el rostro suavemente, antes de
desnudarse. Era como si fueran una pareja y por primera vez no se avergonzó de
follar con un viejo.
La dulzura lo impregnaba todo, los movimientos, los gestos,
la penetración; no practicaron sexo oral ni se masturbaron, era como si
estuvieran haciendo el amor de verdad. El anciano no le decía que respirara de
esta manera ni que llevara la energía a ningún sitio. Todo era como más
espontaneo y el orgasmo suave pero igual de intenso. Pronto adoptaron una
postura cómoda para los dos y descansada, regocijándose en el orgasmo mutuo y
continuo; el tiempo pasaba sin que les importara.
Una eternidad después, el anciano se levantó indicándole
que se pusiera a gatas, “hoy penetraré tu ano… Ha llegado el día.”
La chica esperó que la ensartara por detrás, abriendo su
ano con deseo. Lentamente y sin oposición se introdujo el pene en su interior,
haciéndola rabiar de placer. El viejo se movía dentro de su ano gritando con
cada nueva embestida.
Creyó enloquecer, nunca antes ella había sentido tanto
placer, se olvidó de la respiración, de la energía, de todo. Solo atinaba a
gritar: “Más fuerte”, una y otra vez.
El anciano paró. “Voy a eyacular cuando lo haga sentirás
algo que no has sentido nunca, recuerda que tienes que bajar la energía.”
Aunque se había parado ella seguía gritando, pues solo sentir su ano lleno de
su enorme polla caliente la volvía loca; sin apenas prestarle atención le rogó
que siguiera.
El anciano reanudo sus embestidas, aún más violentas,
produciéndole a ella la sensación de que el pene llegaba hasta sus riñones;
gritaba como loca y parecía que iba a perder el conocimiento. De pronto le
pareció que el anciano estaba delante de ella, era imposible sus violentas
embestidas le abrían el ano cada vez más haciéndole retorcerse de placer. Esa
forma borrosa delante de ella se puso debajo, sintiendo como la abrazaba. Algo
entraba en su sexo.
La barrera entre ano y vagina desapareció, un enorme pene
la penetraba por completo; gritaba sin sentido y apenas podía entender que
sucedía, pero algo que parecía el viejo la abrazaba, acariciándole la cabeza.
Era como si el viejo entrara en ella y sus energías se fundieran.
Estaba loca pero no quería que parara aquello, un calambre
recorría su columna; las embestidas aumentaron y un océano de semen inundó su
ano; para ella llegó hasta su cabeza y no paraba de subir. La columna y la
cabeza le ardían, pero está última parecía que iba a explotar. Se derrumbó si
parar de gritar y el anciano cayó sobre ella. Recordó sus palabras.
Se concentró en hacer bajar la energía de la cabeza hacía
el coxis, al principio con dificultad, después de un rato esta circulaba pero
ella seguía corriéndose y gritando; arqueaba su espalda con cada movimiento de
la energía, pero no podía moverse mucho pues el cuerpo del viejo estaba sobre
ella con su pene alojado en su ano.
La serpiente se movía en su interior, conectando su
coronilla con el cielo y su coxis con la tierra, una explosión de placer la
desbordó y su interior se expandió en todas direcciones; todo dejo de tener
sentido. La intensidad la hizo desmayarse perdiendo la conciencia.
Estaba en la cueva, el anciano la tomó por las manos y
sonriendo le dijo: “Es hora de partir… Estás preparada… No me necesitas.”
Difuminándose a continuación su figura ante ella.
“Nooooo”, su propio grito la despertó, tardó en darse
cuenta que estaba desnuda tumbada en el suelo con el cuerpo del anciano sobre
ella, todavía tenía su pene menguado en su ano. Menos mal se dijo.
Al tocar al anciano para librarse de su peso, dio un
respingo, estaba frío. Lo apartó bruscamente, sintiendo dolor al salir
bruscamente el pene de su ano. Miró al viejo con miedo. Cuanto tiempo había
estado dormida.
No se atrevía a tocarlo; cuando lo hizo estaba helado y
comenzaba a ponerse rígido. Asustada se alejó del cuerpo hasta el otro extremo
de la cueva, se acurrucó envolviéndose por completo en una manta, no entendía,
no quería entender. Luchando por no aceptar lo sucedido se durmió de nuevo.
¿Volver o no volver?
Se despertó temprano, el fuego estaba casi apagado,
tiritaba de frío. Esquivando el cuerpo del anciano, avivó el fuego con unos
troncos; pronto recuperó el calor del cuerpo. Se vistió, su mente estaba
parada, se comportaba como un autómata; aunque tenía hambre no comió. Envuelta
en la manta salió al exterior de la cueva.
El tibio sol del amanecer teñía los arboles de dorado,
observó en silencio la estructura de leña que había montado el viejo durante
semanas.
Pasaron varias horas antes de que el sol iluminara la pira;
su mente había dejado de funcionar, su corazón no expresaba ninguna emoción,
sólo un vacío insondable la inundaba; pero para darse cuenta de eso tendría que
haber tenido alguna reflexión en su mente.
Entró en la cueva y arrastró el cuerpo del anciano hasta la
pira, con enormes esfuerzos consiguió ponerlo arriba de la misma. Sacó varios
troncos encendidos de la hoguera y los introdujo en la base de la pira.
Llevaba días sin llover y la leña estaba seca, pronto
surgieron las llamas. Se sentó a observar el baile de las llamas abrazando el
cuerpo del anciano.
Pasó el día observando como la leña se consumía junto al
cuerpo del viejo, recreándose en como la estructura se iba viniendo abajo
conforme los troncos se carbonizaban. Al atardecer se durmió de nuevo.
Cuando despertó de madrugada unas enormes ascuas ocupaban
el lugar de la pira, del anciano no quedaba nada. Se acostó junto a ellas para
librarse del frío intenso. Durmió hasta el mediodía.
Su estómago rugía tras un día sin comer. Entró en la cueva,
el fuego era solo un rescoldo casi apagado. Tomó con un cacharro de la comida
las ascuas y las echo junto a los restos de la pira. Sacó las mantas, las ropas
del viejo y las arrojó sobre las ascuas. Pronto un olor a tela quemada lo
inundó todo. Buscó entre sus ropas, las que traía al llegar; se cambió
quitándose esas horribles ropas de trabajo. Le quedaban grandes, necesitó una
cuerda para amarrarse el pantalón.
Arrojó todas sus ropas al fuego junto al resto de cosas
quemables de la cueva; rebuscando encontró una libreta amarillenta y con las
hojas añadas, era el diario del anciano, de sus primeros tiempos allá en la
montaña. Hacía décadas que dejó de escribir. Se lo guardó entre sus ropas.
Apenas comió nada; apagó el fuego que quedaba con el agua
de la acequia y ya entrada la tarde, comenzó a descender, con suerte llegaría a
la cabaña del envío antes del anochecer.
Caminaba segura de sí
misma; no necesitaba a nadie que le indicara el camino ni la guiara. Sabía que
pasos tenía que dar a cada momento.
FINAL
Errores más comunes respecto a los hombres y las relaciones de pareja
¿Realmente la vida es tan complicada?
Revolución de Amor
La Ángel herida. Relato
La flor. Cuento infantil
La necesidad de que nuestra vida sea especial
El baile de los ahorcados
Errores más comunes respecto a los hombres y las relaciones de pareja
¿Realmente la vida es tan complicada?
Revolución de Amor
La Ángel herida. Relato
La flor. Cuento infantil
La necesidad de que nuestra vida sea especial
El baile de los ahorcados
martes, 18 de julio de 2017
El viejo de la montaña. La enseñanza, la apertura a una nueva energía. 5ª parte
Si no has leído las primeras partes del relato puedes hacerlo aquí: El viejo de la montaña. La Llegada. 1ª parte.
La enseñanza
El invierno continuó en su desarrollo, con días duros, la
mayoría; y otros más amables, los menos. La chica cada vez pasaba más tiempo
junto al anciano meditando frente a la pared. Ya salía sola por el bosque a
recoger leña; se dio cuenta que le gustaba estar sola en la profundidad del
bosque. A veces se sentaba en silencio a escuchar los sonidos de la espesura, e
incluso llegaba a tener la sensación de que escuchaba la respiración de los árboles.
Cada vez hablaban menos, había días que no cruzaban
palabras; a ella le parecía, en ocasiones, que eran los únicos seres humanos.
Sus recuerdos de la vida “normal” emergían como ensoñaciones de su memoria.
Incluso dudaba que hubiera tenido padres o amigos; ya no se acordaba de su vida
anterior, de sus motivaciones. Estaba sumergida en un mundo en el cual sólo
importaba la piedra que pisaba, el tronco que tocaba o el sol que la calentaba.
Aunque a veces en la noche la embargaba una fuerte melancolía y se apretaba con
fuerza contra el cuerpo del anciano.
El torbellino de pensamientos de su mente se había calmado;
la lucha incesante con los mismos cada vez que se sentaba a meditar había
desaparecido. Ya no luchaba con ella misma. Estaba calmada pero no era la paz,
sólo una tregua.
Los días crecían en su duración tras cada amanecer y,
aunque el frio era intenso, un nuevo aliento de vida inundaba la montaña. Una
tarde soleada el anciano la llevo a contemplar la parada nupcial de las
águilas, junto a su nido; al verlas copular se estremeció en su interior.
Durante la cena se sintió rara, sentía deseo después de un
par de meses, pero era un deseo diferente; una necesidad diferente. Su cuerpo
le pedía algo, que parecía deseo sexual, pero diferente. Quizás necesitara amor
de verdad, físico, emocional y mental.
No podía dormir, abrazada al cuerpo cálido del anciano que
dormía hacía tiempo. Echó de menos un abrazo sincero; se acordó de la despedida
de su padre y de cómo la abrazó. Eso era amor, no se había dado cuenta hasta
ahora; se maldijo por no haber abrazado a su madre de esa manera, por haberse
ido casi sin despedirse. Deseo profundamente estar con ella, mientras lloraba
se concentraba en la idea de estar con ella, de decirle lo que la quería. De
pronto sobresaltada tuvo la sensación de estar junto a su madre, sentía el
cuerpo del anciano pero era como si no estuviera en la cueva.
Buscó a su madre, le pareció verla acostada delante de
ella; se giró poco a poco, el dormitorio de sus padres fue tomando forma. Su
madre dormía sola, se acercó a ella; arrodillándose junto a la cama le acaricio
el pelo. Su sueño era inquieto, le sorprendió que su padre no estuviera. La
abrazó, mientras lloraba en la cueva le decía lo que la quería y la echaba de
menos.
Se acordó de su padre, se vio recorriendo la casa; sin
darse cuenta estaba frente a él, que dormía en el estudio. Podía sentir la
culpa que lo envolvía, entendió. Después de abrazarlo un rato le susurró al
oído que estaba bien, que había hecho lo correcto, que lo quería. Al volver a
la cueva pensó en sus amigos, no merecían la pena, gente sin corazón ni futuro,
como ella hasta hace poco.
No pudo dormir esa noche, se levantó y se sentó a meditar
frente a la pared. Se olvidó del frío, del sueño, del cansancio, de la falta de
amor; en definitiva se olvidó de sí misma. Al levantarse el anciano la encontró
meditando, no dijo nada y se limitó a preparar el desayuno como todos los días.
La apertura a una nueva energía
Pasó una noche, más tarde o más temprano tendría que pasar;
ya el sol calentaba con fuerza, las nieves se habían retirado del bosque y este
mostraba la incipiente primavera en todo su esplendor.
A pesar de que el frio disminuyo por las noches, ella
seguía durmiendo abrazada a la espalda del anciano; el calor de la primavera,
su necesidad de sentir el amor y el ímpetu juvenil la sorprendieron a si misma
acariciando el pecho del anciano. Este dormía y ella había metido la mano bajo
su ropa. Se recreó en su cuerpo escuálido sintiendo como el deseo brotaba en
ella. Se preguntó si el viejo se empalmaría todavía o la tendría ya muerta;
sonrió ante este último pensamiento. Introdujo su mano bajo el pantalón del
anciano, encontrando su sexo cálido y blando. Joder este viejo todo lo tiene
caliente con el frio que hace, se dijo.
No tenía nada de particular pero le sorprendió lo suave de
la piel de ese sexo, se evadió acariciándolo un rato, ensimismada en sus
fantasías. No se dio cuenta que el anciano se despertaba conforme crecía su
pene, para sorpresa de ella alcanzo un tamaño considerable, no pudo refrenarse
y lo apretó con fuerza. Deseó que la penetrara.
Siempre creyó que los viejos la tendrían chica. Sus dedos
se llenaron del lubricante que empezaba a brotar del pene. En ese momento se
asustó al ver que el anciano se incorporaba girándose hacia ella. La vergüenza
la inundo sin saber que hacer o decir. Quería que la tierra la tragara.
Sin tiempo a reaccionar el anciano, después de quitarse sus
pantalones, le estaba bajando los suyos. El deseo explotó en ella, el anciano
se colocó entre sus piernas, haciéndola sentir el roce de su verga en el sexo y
entre las piernas. Las abrió por completo, mientras él le quitaba el resto de
la ropa.
“Cierra los ojos y olvídate de todo” le dijo a la vez que
le besaba los pezones. El placer la invadía, agarrando las caderas del anciano
lo atrajo hacia ella para que la penetrara. El introdujo un poco el glande en
su sexo dejando la corona a la altura de los labios de ella. Eso la hizo
excitarse aún más, mientras él se entretenía en lamer, besar y morder sus
erectos pezones.
“Fóllame ya” grito la chica.
“Debes aprender a no precipitarte” le contestó el anciano a
la vez que introducía su verga por completo en la vagina de ella. Se movía en
su interior de forma suave pero rítmica y constante. Ella se retorcía, abriendo
sus piernas al máximo y enroscándolas en sus caderas, su excitación era máxima
pero no terminaba de llegar al orgasmo. No podía soportarlo.
“Más fuerte, fóllame más fuerte”, exclamó varias veces
mientras clavaba sus uñas en las nalgas del anciano.
Este concentrado en sentir la energía sexual, la hacía
circular a través de su columna, ascendiendo del perineo a su coronilla y
después descendiendo. Su orgasmo era suave y continuo, pero la chica gritaba
cada vez más y se movía violentamente. Había que terminar.
Con cada violenta embestida los gritos de la chica
resonaban en el interior de la cueva, creyó volverse loca, intensos calambres
recorrían su cuerpo y los músculos de su vientre se movían con cada oleada del
orgasmo. Cuando empezó a bajar de intensidad, el anciano se echó sobre ella,
besándola y aspirándole en la boca. Le pareció que algo entraba por su sexo y
salía por su boca. Era una sensación agradable que terminó de calmarla.
El anciano se retiró, para dormirse después de haberse
vestido. Ella todavía continuaba con la respiración agitada, desnuda y con las
piernas abiertas.
Al día siguiente se despertó tarde, entumecida y agotada,
el anciano no estaba, se sentó al sol de la mañana a esperarlo. Cuando llegó no
dijo nada, como si no hubiera sucedido lo de anoche. Se puso a preparar la
comida.
La chica se acercó. “Tenemos que hablar”, le dijo mirando
el suelo.
Al rato el anciano, la miró a la cara diciéndole
“Desperdicias tu energía, tienes que aprender a movilizarla correctamente. El
sexo sólo para correrse carece de sentido”. Añadiendo a continuación: “Si
quieres puedo enseñarte y practicarlo juntos, pero debes hacer lo que te diga.”
La chica se volvió en silencio.
Comiendo reflexionaba sobre las palabras del anciano. Al
terminar dijo, “Lo que usted diga”, se sorprendió al escuchar salir esas
palabras de su boca, siempre lo había tratado de viejo, despectivamente,
acompañándolo normalmente de algún exabrupto. El anciano se rio escandalosamente
haciéndola avergonzar; se arrepintió de lo que había dicho. “Puedes seguir
llamándome viejo, me había acostumbrado a ese nombre” le dijo sonriendo
mientras se levantaba a fregar los cacharros.
Esa tarde cuando meditaban el anciano se levantó para avivar
el fuego, al rato la llamó, indicándole que se desnudara y se tumbara delante
del fuego. Sorprendida hizo lo que le mandó, aunque estaba tranquila y no tenía
ganas. Se tumbó boca abajo desnuda. El anciano masajeó su cuerpo untándole un
aceite aromático. El bienestar la inundaba, abandonando sus reparos, al darse
la vuelta las caricias de las manos del anciano sobre sus pechos y su cuello
terminaron de excitarla. El anciano se tumbó junto a ella diciéndole “Voy a
enseñarte a retrasar el orgasmo”, mientras introducía su mano entre las piernas
de ella.
La masturbaba a la vez que la besaba en la boca y recorría
con sus labios y su lengua su cuello, sus orejas, los pechos; recreándose en
succionarle los pezones. Pronto estuvo muy excitada. “Respira con tu abdomen,
llena tu vientre de aire con suavidad y suéltalo lentamente” le decía el
anciano mientras bajaba el ritmo y la intensidad de la masturbación. A ella le
costaba trabajo concentrarse en la respiración pues no paraba de gemir, el
orgasmo se aproximaba como una avalancha.
El anciano retiró la mano, “no pares”, grito ella. “Respira
hondo y volveré a tocarte”, se esforzó en concentrarse en la respiración,
calmándose un poco. Acarició de nuevo su clítoris y sus labios vaginales,
soplándole sobre su pubis. A duras penas la chica conseguía respirar
profundamente, se veía desbordada por el orgasmo. El anciano volvió a retirar
la mano, pero ella no pudio evitar tocarse; el orgasmo se desbordó como una
presa que revienta. Sus gritos eran ensordecedores, parecían no tener fin.
“Respira hondo”, le susurraba el anciano al oído. Intentaba respirar hondo,
pero era difícil gritando a la vez; el orgasmo duraba más de la cuenta y tuvo
que dejar de tocarse. “No puedo más.”
Cuando se calmó, el anciano se bajó los pantalones mostrando
su pene erecto. “Ahora te toca a ti.” La chica se sorprendió de la naturalidad
del anciano. “Cuando sientas la proximidad de mi orgasmo tienes que presionar
la corona de mi glande, lo puedes hacer con la mano, con los labios o con los
músculos de tu vagina, eso me producirá un orgasmo extendido y evitará que
eyacule.”
La chica comenzó a masturbarle; la excitación le hizo
saborear varias veces la cabeza del pene del anciano; este tumbado respiraba
calmadamente. Definitivamente se introdujo el pene en la boca, chupándola con
deleite. El anciano empezó a resoplar con fuerza y a gemir, no sabía si parar;
de pronto el glande creció llenándole casi por entero la boca; decidió hacer lo
que le había dicho el anciano presionando con sus labios la base del glande, se
dio cuenta que su lengua presionaba la punta del sexo. El anciano gemía y
empezó a mover las caderas, era como si follara su boca; a duras penas mantenía
la presión sobre la corona. Ahora el anciano gritaba pero aunque sus
movimientos eran de eyacular el semen no inundaba su boca, se estaba excitando
de nuevo y el deseo de montar al viejo la invadía.
Este no paraba de correrse, cada cierto tiempo tras varias
respiraciones profundas volvía a mover con fuerza las caderas, ella chupaba
lentamente el glande y lamía la parte inferior del pene. El viejo llevaba mucho
tiempo corriéndose, ya era hora de que le tocara a ella; se puso sobre él
introduciéndose el pene en su sexo. El anciano le agarró los senos,
apretándolos con fuerza. Ella se sorprendió, un orgasmo suave la inundó, se
olvidó del viejo cabalgándolo con fuerza. Este continuaba con el orgasmo
levantándola del suelo con sus embestidas, el orgasmo aumento de intensidad
haciéndola gritar. El anciano se paró quitándosela de encima.
“¿Qué haces viejo?” gritó ella con coraje. “Espera" le dijo
él, "vamos a usar otra postura y podremos seguir corriéndonos los dos”; se
sentaron uno frente al otro, ella con una manta bajo sus glúteos para elevarla.
La penetró de nuevo proporcionándole un gran placer pues su pene presionaba a
la vez su clítoris y su punto G. Con ligeros movimientos de cadera alcanzaron
de nuevo el orgasmo mientras se abrazaban y besaban, luchando con sus lenguas.
“Ahora cuando yo sople, tu absorbes, imaginando que entra
energía por tu boca saliendo por tu sexo”. A la chica le costaba trabajo
hacerlo mientras se corría, pero pronto empezó a sentir un calor que recorría
su cuerpo, el placer aumentó haciéndola gritar de nuevo; no necesitaban apenas
moverse para continuar con el orgasmo.
“Ahora sopla tú, la energía entra por tu sexo y sale por tu
boca” le indicó el anciano; al poco le ardía el sexo y apenas podía respirar,
se mareaba. “Tranquila respira hondo” le dijo él, al rato comenzó a llorar; el
anciano movió de nuevo sus caderas provocándole un nuevo orgasmo sin poder
dejar de llorar. Era como si su cuerpo se abriera, su pecho se expandía y se
liberaba del dolor de años. “Sigue gritando”. Cuando comenzó a calmarse el
anciano paró de moverse, abrazándola con fuerza. Así estuvieron un largo rato,
mientras el pene del anciano menguaba en el interior de su vagina. “Ahora
respira al mismo ritmo que yo” le dijo sin dejar de apretar su cuerpo.
A la chica le pareció que su cuerpo se fundía con el del
anciano; una enorme sensación de paz la inundaba, tranquilizándola. Al rato una
felicidad sin motivo colmaba su ser.
Se separaron.
Cenando y tras un tiempo de duda le dijo al anciano “Tu
nunca te corres.”
“Si te refieres a eyacular, a mi edad no puedo desperdiciar
mi semen” le contesto él sin dejar de mirar el plato.
Antes de dormir el anciano le entregó dos piedras pulidas
del arroyo del tamaño de una pelota de golf, “Toma para que fortalezcas los
músculos de tu vagina, las cogí para ti”. La chica las tomó sin decir nada, “No
las uses durante mucho tiempo, un poco cada vez, para no lastimarte.
Esa noche al acostarse empezó a practicar. Después se
durmió como siempre abrazada al anciano.
Gloria Fuertes
He leido El libro de Gloria Fuertes, una antología de sus poemas y de su vida, no ha dejado de sorprenderme esa mujer vitalista, transgresora y adelantada a su época que fue encasillada por la fama como poeta infantil, cuando fue una mujer rompedora en todos su ámbitos de vida. os dejo algunos de sus poemas:
No, no
y no:
Una
llama no se apaga con otra llama,
ni un
crimen con otro crimen
ni un
amor con otro amor.
Me
hice libre:
Me
hice libre.
Vivo
libre
en
esta inmensa celda
de
castigo que es la tierra.
Decir
la verdad
me
desencadena.
Me desprecias
Me
desprecias porque quisieras ser como yo
y en
vez de imitarme
destrozas
el espejo.
No
dejemos a nadie del todo
No
dejemos a nadie del todo.
Si te
vas y dejas al perro solo,
métele
una zapatilla en la perrera, olerá a ti,
se
creerá que estás,
se
sentirá mejor.
lunes, 17 de julio de 2017
La cresta de la ola
Vas en la cresta de la ola y el viento acaricia tu rostro, contemplas todo el paisaje y te crees grande. Todo sale fácil, todo tiene sentido y te sientes vivo, pero todo es efímero...
La ola termina siempre cayendo y atrapándote en su rebufo de caos donde todo se confunde, deseos, sentimientos, pasiones... No sabes donde estás, no ves nada claro, estás desorientado... Sólo quieres levantarte para coger otra ola, subir a su cresta y sentirte pleno de nuevo...
A veces lo consigues pronto, otras pasan olas revolcándote de nuevo en tus miserables creencias, haciendo más difícil recobrarte...
Pero siempre que coges la cresta, vuelves a caer. Pero te dices que vendrá una gran ola que te llevará en su cresta para siempre... Te engañas y sufres...
Escuchas y lees palabras vacías que dibujan maravillosos paisajes en tu mente fantasiosa, estiércol para la felicidad... Palabras de Amor desde la posesión, la angustia y el dolor... Te preguntas que es Amar sin encontrar respuestas... Quizás sea disfrutar del aire en la cresta de la ola y del agua turbia luchando por entrar en tus pulmones cuando rompe...
La ola termina siempre cayendo y atrapándote en su rebufo de caos donde todo se confunde, deseos, sentimientos, pasiones... No sabes donde estás, no ves nada claro, estás desorientado... Sólo quieres levantarte para coger otra ola, subir a su cresta y sentirte pleno de nuevo...
A veces lo consigues pronto, otras pasan olas revolcándote de nuevo en tus miserables creencias, haciendo más difícil recobrarte...
Pero siempre que coges la cresta, vuelves a caer. Pero te dices que vendrá una gran ola que te llevará en su cresta para siempre... Te engañas y sufres...
Escuchas y lees palabras vacías que dibujan maravillosos paisajes en tu mente fantasiosa, estiércol para la felicidad... Palabras de Amor desde la posesión, la angustia y el dolor... Te preguntas que es Amar sin encontrar respuestas... Quizás sea disfrutar del aire en la cresta de la ola y del agua turbia luchando por entrar en tus pulmones cuando rompe...
domingo, 16 de julio de 2017
El viejo de la montaña. Las nevadas, el visitante . 4ª parte
Si no has leído las primeras partes del relato puedes hacerlo aquí: El viejo de la montaña. La Llegada. 1ª parte.
Las nevadas
Los primeros copos de nieve pincelaron de blanco las partes
altas del valle, muchos árboles sustituyeron sus verdes hojas por minúsculos
carámbanos de hielo. La vida se volvió dura, complicada, el frío por las noches
era tan intenso, a pesar del fuego, que la chica se acostumbró a dormir
abrazada a la espalda del anciano; daba más calor que el fuego. La nieve
dificultaba la búsqueda de leña para el hogar, apenas tenía tiempo para pensar,
pasaban el día recogiendo leña para secarla en el interior de la cueva. Sólo
meditaban los días que nevaba o llovía.
El tiempo pareció detenerse en una búsqueda constante por
la supervivencia, había días que ya no se acordaba de su anterior vida, de su
familia, ni siquiera de quien era. Por suerte la cueva estaba bajo el límite de
la nieve, aunque las grandes nevadas descendían por todo el valle, al cesar la
ventisca, el buen tiempo derretía las nieves a sus pies.
Una ventisca persistente les impidió durante una semana
recoger el envío quincenal, por primera vez desde que estaba allí, pasó hambre.
Una noche mientras se apretaba hambrienta y aterida de frío contra la espalda
del anciano, las lágrimas brotaron de sus ojos, una pena incontenible rebosaba
en su pecho; no pudo resistir más, empezó a llorar con estrépito, sin consuelo.
El anciano se giró y la arropó contra su pecho, era cálido y acogedor; después
de varios meses la pena de años afloró por primera vez, junto a la
desesperación del momento.
Gritaba de dolor, aullaba mientras sus lágrimas corrían
profusamente por sus mejillas, el anciano le acariciaba la cabeza mientras
emitía un leve ronroneo con su abdomen.
Era mediodía cuando se despertó, el anciano meditaba; en la
mesa un poco de comida que devoró con fruición.
El anciano se acercó a ella, “Anoche tuve que cambiarme la
camisa”, fue el único comentario que intercambiaron. Estaba muy cansada pero
tenía la extraña sensación de estar más ligera, de haberse liberado de algo que
la oprimía en su interior. Al salir afuera y sentir el calor de los rayos del
sol sobre su cuerpo sonrió.
“Ven necesito que me ayudes”, siguió al anciano de mala
gana, pero se sentía optimista. “Esta mañana mientras recogía leña me he
encontrado algo”, le dijo el anciano caminando entre el bosque sin girarse a
mirarla. Le costaba trabajo caminar sobre la nieve blanda al ritmo del anciano,
conforme la sensación de frío en sus pies aumentaba iba perdiendo el buen
humor. Maldito viejo, dijo para sí.
“Creí que era un tronco, pero al tirar de él y quitarle la
nieve, vi que me equivocaba”, decía el anciano mientras contemplaba el cuerpo
congelado de un ciervo. “¿Nos lo comeremos?”, la chica ya se imaginaba dándose
un festín. “En absoluto, la carne alimenta las pasiones y eso nos encadena al
sufrimiento” dijo el anciano sin inmutarse.
La chica no pudo más, explotó maldiciendo al viejo, a su
forma de vivir, a todo lo que la rodeaba; durante minutos gritó, insultó,
golpeó todo lo que encontraba. Mientras el anciano sin inmutarse terminaba de
desenterrar el cadáver del ciervo.
“Vamos a subirlo, necesito que me ayudes, yo solo no
puedo”, cogieron el ciervo entre los dos; no podían levantarlo si no que tenían
que limitarse arrastrarlo a través del bosque. “Viejo cabrón” repetía la chica
mientras empujaba; caía una y otra vez al suelo tropezando por lo pesado de la
carga. Tras varias horas de esfuerzo sobrehumano llegaron a la entrada de otra
cueva mucho más pequeña que la suya. El viejo le indicó que mantuviera
silencio.
Había huellas enormes, el anciano acercó el cadáver hasta
la entrada y lo cubrió con nieve por completo. La chica lo miraba con estupor,
al volver le dijo “Cuando llegue la primavera, y salga con sus cachorros
hambrienta; tendrá que comer. Por el olor sabrá que hemos sido nosotros. Hay
que llevarse bien con los vecinos”, esto último lo dijo guiñándole un ojo. A
continuación montó a la chica sobre sus espaldas, “Te llevaré así, estás
agotada”. Cuando llegaron a la cueva ya de noche la chica se había dormido, su
cabeza colgaba sobre los hombros del anciano.
El visitante
Era un tarde de invierno como otra cualquiera, volvían de
recoger leña al atardecer cuando el anciano le dijo, “Esta noche tendremos
visita”, hacía varios días que el tiempo mostraba su cara más amable y el sol
calentaba sus cuerpos sin dificultad; “Siempre viene cuando la montaña se viste
de blanco y hay una ventana de buen tiempo como esta, lleva años sin faltar a
su cita.”
A pesar de las preguntas de la chica, el anciano no dijo
nada más durante la vuelta.
Mientras preparaba una cena más abundante de lo
normal, la chica contemplaba las últimas luces del atardecer; algunas nubes
comenzaron a agruparse sobre la montaña y el viento empezó a silbar. El anciano
salió afuera, “Vaya, parece que se avecina una tormenta.”
Cenaron, pero a diferencia de otras noches, el anciano en
lugar de acostarse se dedicó a avivar el fuego, “traerá mucho frío, esperemos
que no se pierda”, afuera en la noche el viento silbaba con fuerza y la
ventisca golpeaba contra la lona que cubría la puerta.
Pasaron varias horas, estaba ensimismada observando las
llamas bailar sobre la fogata, cuando un golpe sordo la sobresaltó. Se giró
para ver un hombre tambaleándose, junto a la entrada. El anciano se levantó
rápidamente y lo llevo, casi arrastrándose junto al fuego. La chica lo miró,
tenía los hombros y la cabeza cubierta de nieve; las cejas estaban heladas.
“Abuelo me he perdido en medio de la ventisca al bajar… Maldita tormenta…
Habían dado buen tiempo”, le costaba hablar, mientras el anciano le quitaba el
pasamontañas, los guantes y el chaquetón completamente congelados.
“No he podido ponerte la vela como otras veces, la ventisca
me lo ha impedido”, a la chica le pareció que el anciano se disculpaba.
“No se preocupe abuelo, no la hubiera visto de todas
maneras, llevo varias horas dando vueltas por el bosque buscando la cueva… Me
ha faltado poco para no contarlo.”
La chica se fijó en la mano izquierda del hombre, tenía los
dedos amoratados. Miró al anciano, por primera vez vio preocupación en su
rostro.
“¿Puedes mover los dedos?” le pregunto el anciano. “No”
contesto el hombre tocándoselos con la otra mano. “No los acerques mucho al
fuego, sino no podrás recuperarlos. Has tenido suerte de que tenga una
invitada” dijo el anciano mientras le indicaba a la chica que se pusiera junto
al hombre. Hasta ese momento, él no se había percatado de su presencia.
El anciano tomo la mano congelada del hombre y la puso bajo
la ropa de ella contra su vientre. La chica gritó de impresión, “¿Qué haces
viejo?, estás loco”. “Aguanta es la mejor manera de que se recupere” le
contesto mientras se dirigía a sus estantes llenos de tarros.
La chica y el hombre se contemplaron en silencio, detrás el
anciano preparaba con el mortero una mezcla de hierbas y aceite. El hombre
tendría treinta y tantos años, a pesar de su edad conservaba su atractivo;
hacía meses que no estaba tan cerca de un hombre, se despertó algo en ella;
turbada, bajó la mirada. El no entendía que hacia esa chica allí, pero no
quería preguntar; tenía unos ojos preciosos y a pesar de su horroroso peinado
no podía ocultar su belleza. Con la oscuridad de la cueva y lo abultado de sus
ropas no podía discernir como era su cuerpo, pero si iba en conjunción con la
hermosura de su rostro debía de ser espectacular. El dolor de la mano lo sacó
de esos pensamientos.
“Me duele la mano, abuelo.”
“Buena señal, eso significa que la vas a recuperar” exclamó
el anciano.
El anciano se acercó a ambos, sacando la mano del vientre
de la chica, la tomó entre las suyas, untándole la pomada que había preparado.
Después puso una mano arriba y otra debajo de la del hombre y se concentró. La
chica los observaba desde la mesa, los pensamientos y sensaciones que le había
provocado la llegada del hombre le habían quitado el sueño. Le pareció escuchar
que el hombre le preguntaba en susurros al anciano quién era ella. El anciano
no respondió.
Se tocó el pelo, pensó que tendría que estar horrible,
seguramente parecería un adefesio; quién iba a sentirse atraída por ella en ese
estado. De pronto abrió los ojos como platos, le pareció ver unos destellos
verdosos entre las manos del anciano, se concentró pero no vio nada; serían
imaginaciones. Al rato volvió a verlos, no podían ser imaginaciones; mantuvo la
concentración en las manos del anciano; al poco todo el espacio entre ellas se
volvió en una luz verdeazulada que envolvía la mano del hombre. Cada vez tomaba
más intensidad, aumentando de tamaño.
El anciano se levantó, “Te acostarás entre nosotros junto
al fuego y mañana estarás mejor”. Se acostaron los tres, uno al lado del otro,
el hombre y el anciano se durmieron rápidamente. Ella no podía, cogió con sus
manos un mechón de pelo rizado del hombre, jugueteo con él durante un rato; el
hombre respiraba sonoramente en su profundo sueño, le acarició la cabeza; el
deseo brotaba en ella, -tanto tiempo sin follar- se dijo.
Envalentonada por el calor de su entrepierna, introdujo la
mano en el saco del hombre, con cierta dificultad pudo tocarle el pecho bajo
tanta ropa. Era cálido, suave con algo de vello; al acariciar un pezón, el
hombre dio un respingo pero no se despertó; los suyos se habían endurecido.
Paró un momento, así no conseguiría nada, ese hombre estaría agotado y con el
viejo no había nada que hacer. Continuó acariciándole el pecho, mientras
introdujo su otra mano entre sus piernas, hacía tiempo que estaba húmeda. Cayó
en la cuenta de que llevaba meses sin tocarse, un deseo arrebatador la inundó;
apretó su clítoris con fuerza mientras lo masajeaba circularmente. La otra mano
acariciaba el torso desnudo del hombre, intentaba refrenar los gemidos pero el
orgasmo se acercaba velozmente cabalgando sobre su clítoris. Retiró la mano del
hombre y se giró dándole la espalda; introdujo los dedos en su vagina
presionando a la vez con la palma de la mano. No pudo evitar gritar.
Se incorporó, el hombre y el anciano dormían sin percatarse
de nada. Se echó de nuevo, se quedó dormida sin darse cuenta, con la mano
todavía entre sus piernas calientes y empapadas.
A la mañana siguiente al despertar, el anciano no estaba y
el hombre seguía durmiendo. Al salir fuera el solo calentaba con fuerza a pesar
del frío, apenas quedaba rastros de nieve de la noche anterior. Una idea le
rondaba la cabeza. Aprovechando la soledad se quitó el pantalón y las bragas;
se lavó como pudo en la acequia. Le dolían las manos y las nalgas del frío.
Rápidamente se puso solo los pantalones. Entró a calentarse las manos junto al
fuego, el hombre seguía durmiendo; después de avivar el fuego buscó ropa
limpia.
Rápidamente salió fuera de nuevo. Se quitó toda la ropa del
torso, los pezones se le erizaron del frío; tiritaba mientras se lavaba las
axilas y el pecho. Estaba extremadamente delgada, solo sus senos acumulaban
algo de grasa. Si estuviera en casa su madre la llevaría al médico por
anoréxica. El intenso dolor de las manos la hizo volver a la realidad, a que
estaba semidesnuda a muy baja temperatura, se vistió y volvió a estar junto al
fuego.
Preparó algo de comer caliente y llamó al hombre. Este
apenas podía abrir los ojos, estaba entumecido; tardó en levantarse.
Ella ya había desayunado cuando él se sentó a la mesa,
“Come que se va a helar” le dijo mientras le acercaba un tazón que apenas
humeaba. Mientras el hombre tragaba esa mezcla de arroz con hierbas, la chica
mantenía su mirada en él. Observando sus gestos, recorriendo cada milímetro de
su rostro con la mirada. Cuando termino de comer el hombre la miró.
Es un poco rara, se dijo. “¿Te pasa algo?” dijo en voz alta
sin dejar de mirarla.
Ella sin inmutarse contestó: “Pues sí, pasa que llevo aquí
varios meses sola con el viejo. Sin echar un polvo en condiciones y vas y
apareces tú.”
“Tengo yo la culpa”, dijo el hombre sorprendido.
“No creo”, dijo ella levantándose con desgana a fregar los
cacharros.
El hombre la observaba desde la entrada de la cueva, se
imaginaba que arreglada sería muy atractiva. Ella volvió adentro, colocando sus
manos rosadas y entumecidas junto al fuego.
“Más tarde iré a dar una vuelta al bosque y me gustaría que
vinieras conmigo”, soltó abruptamente la chica sin mirarlo. El hombre no supo
que decir, permaneciendo callado.
Al rato volvió el anciano cargado de leña, sonriente como
de costumbre le dijo “Te has recuperado, y tu mano ¿Cómo está?” El anciano la
tomó en sus manos y la observó girándola, tenía zonas amoratadas y blancas pero
con un ligero aspecto rosado. “Se pondrá bien.”
Después del almuerzo el anciano se disponía a ponerse a
meditar, cuando la chica le dijo que iba a dar una vuelta; se extrañó pues
nunca salía sola. El hombre, con un ligero tono vergonzoso, dijo que la
acompañaba. El anciano entendió.
El hombre seguía a la chica en silencio, durante media hora
se alejaron de la cueva hasta llegar al arroyo; junto a un árbol enorme la
chica se acercó a él, agarrándolo de la ropa lo atrajo hacia ella; “Cuanto
tiempo deseando esto” dijo mientras podía sentir la respiración del hombre en
su cara.
Se besaron, primero con timidez después ardientemente; la
chica introducía salvajemente su lengua en la boca de él y mordía sus labios
con violencia. Estaba muy excitada. El introdujo sus manos bajo la ropa de
ella, acariciando su vientre y sus pechos. Estaban duros y erectos, como los
pezones. Los apretó mientras imponía su fuerza en la batalla de lenguas que se
libraba entre sus bocas.
Notó la mano de la chica apretando su pene bajo su ropa, el
cansancio no le impedía tener una buena erección. “Fóllame… Métemela, no puedo
esperar más”, imploraba la chica mientras se quitaba los pantalones.
El la cogió a horcajadas mientras ella, a la vez que pasaba
sus brazos sobre sus hombros, introducía ansiosamente la lengua en su boca. Le
costaba encontrar la diana así en volandas. La apoyó contra el tronco del árbol
y pudo colocar su pene en la boca del sexo de ella, que gemía sonoramente. La
agarro firmemente por los glúteos e introdujo de golpe su sexo hasta el fondo
de la vagina de ella, que gritó ostentosamente.
La fornicaba apretándola contra el árbol, la chica ascendía
con cada embestida. No recordaba haber sentido tanto placer nunca y perdió el
control de sí misma. Gritaba, mientras le mordía el cuello a él, era como si
esa polla le llegará hasta su pecho. El orgasmo llegó sin avisar, sus gritos se
convirtieron en alaridos y ella misma se agarró al tronco para impulsar su
cuerpo ensartado en ese mástil de pasión. El hombre empezó a sentir que le
fallaban las piernas, en ese justo momento el semen salió disparado inundando
la vagina de ella, mientras sus gritos se unían a los de ella.
Cayeron ambos al suelo, golpeándose ella dolorosamente. Se
miraron, ella resplandecía de placer; sonriendo le echo los brazos por encima y
mientras le besaba le decía “Esto no ha hecho más que empezar.”
Buceo entre las piernas del hombre succionando su pene como
si fuera el aire que le daba vida, al poco tenía otra erección. “Metémela por
detrás” le dijo mientras se apoyaba en el árbol.
La vagina le recibió con alborozo, totalmente húmeda y
caliente; el hombre no pudo ni reparar en los arañazos que tenía la chica en el
culo. El orgasmo de ella era muy sonoro, no recordaba nunca haberse corrido con
tanta facilidad, pero mientras se golpeaba con el tronco por las embestidas de
él, no pudo darse cuenta de eso. El sexo le ardía y mientras gritaba era como
si ese calor llegara hasta su pecho, empujado por las ondas musculares que
producía el orgasmo en su vagina.
El hombre jugueteaba con su ano húmedo y abierto con sus
dedos, mientras la penetraba. Le excitaba que a ella le gustará eso. Decidió
probar suerte, pocas veces había tenido la oportunidad de penetrar ese lugar.
Sacó su pene de la vagina de ella y comenzó a frotarlo contra el ano, ella
parecía que no se había dado cuenta pues seguía gritando igual. Empujo contra
el ano introduciendo el glande con facilidad, estaba igual de cálido y húmedo
que la vagina no podía creerlo. Lentamente introdujo el resto del pene en la
estrechez del ano, la chica seguía gritando de placer.
Lo recorría con su pene desde la abertura hasta el fondo,
primero suavemente, después cada vez más rápido; ahora era él quien también
gritaba. Le ardía el sexo y sentía como sus conductos se llenaban de semen,
pronto explotaría. La chica clavaba sus uñas en la corteza del árbol
continuando con su orgasmo extendido; loca de placer sintió unas violentas
embestidas que la llenaban por dentro, algo ascendía por su espalda; sintió una
enorme presión en la cabeza, mareándose. Se cayó al suelo mientras él la
soltaba sacando su pene ardiente y dolorido de su ano.
Mientras él se sentaba en el suelo gimiendo de placer, a
ella le daba vueltas la cabeza tumbada en el suelo con las piernas abiertas
frente al hombre. Nunca había follado con nadie como ella, se dijo el hombre,
ni había visto un sexo tan grande y receptivo. Se preguntó si follaría con el
viejo.
Bastantes minutos después se vistieron al empezar a notar
el frío circundante. Sin cruzar palabra en todo el camino de vuelta, llegaron
al atardecer a la cueva.
El anciano les esperaba con la cena preparada. Comieron los
tres en silencio, pero la chica no pudo terminársela sentada y tuvo que hacerlo
de pie. No podía estar mucho tiempo sentada. El anciano le pregunto qué le
pasaba. “Nada viejo, que me he caído en el bosque y me he arañado el culo”,
dijo la chica con evidente disgusto.
“Déjame ver”, dijo el anciano acercándose a ella. La chica
se bajó un poco el pantalón enseñándole los glúteos arañados al anciano. “Vaya,
vaya” fueron sus palabras mientras se dirigía a sus estantes con plantas.
Preparó una pomada y mientras se la untaba en los arañazos
del culo a la chica dijo: “eso pasa por follar contra un árbol”, riéndose
sonoramente.
“Viejo de mierda, mirón asqueroso” grito ella, acostándose
y envolviéndose completamente en las mantas con evidente malestar.
Los dos hombres permanecieron en silencio. Al tiempo el
anciano le dijo “Tendrás que irte mañana a primera hora. No puedes quedarte más
tiempo aquí… Además ya estás recuperado”. El hombre asintió a la vez que se
escuchaba a la chica bajo la manta decir: “Viejo hijo de puta.”
El hombre se sentó junto al anciano. “¿Por qué no viene
usted conmigo?, baje de esta montaña. Podría enseñar. Se lo he dicho muchas
veces, puedo conseguir dinero para construir un monasterio, seguiría su
práctica y podría tener discípulos. No se perdería su enseñanza.”
“No tengo nada que enseñar, todo a nuestro alrededor es la
enseñanza, sólo tienes que verlo… Además ya tengo discípulo” dijo señalando al
bulto escondido bajo las mantas mientras se reía. El hombre lo miró con
incredulidad.
A la mañana siguiente cuando la chica despertó, él ya no
estaba.
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