Si no has leído las primeras partes del relato puedes hacerlo aquí: El viejo de la montaña. La Llegada. 1ª parte.
La enseñanza
El invierno continuó en su desarrollo, con días duros, la
mayoría; y otros más amables, los menos. La chica cada vez pasaba más tiempo
junto al anciano meditando frente a la pared. Ya salía sola por el bosque a
recoger leña; se dio cuenta que le gustaba estar sola en la profundidad del
bosque. A veces se sentaba en silencio a escuchar los sonidos de la espesura, e
incluso llegaba a tener la sensación de que escuchaba la respiración de los árboles.
Cada vez hablaban menos, había días que no cruzaban
palabras; a ella le parecía, en ocasiones, que eran los únicos seres humanos.
Sus recuerdos de la vida “normal” emergían como ensoñaciones de su memoria.
Incluso dudaba que hubiera tenido padres o amigos; ya no se acordaba de su vida
anterior, de sus motivaciones. Estaba sumergida en un mundo en el cual sólo
importaba la piedra que pisaba, el tronco que tocaba o el sol que la calentaba.
Aunque a veces en la noche la embargaba una fuerte melancolía y se apretaba con
fuerza contra el cuerpo del anciano.
El torbellino de pensamientos de su mente se había calmado;
la lucha incesante con los mismos cada vez que se sentaba a meditar había
desaparecido. Ya no luchaba con ella misma. Estaba calmada pero no era la paz,
sólo una tregua.
Los días crecían en su duración tras cada amanecer y,
aunque el frio era intenso, un nuevo aliento de vida inundaba la montaña. Una
tarde soleada el anciano la llevo a contemplar la parada nupcial de las
águilas, junto a su nido; al verlas copular se estremeció en su interior.
Durante la cena se sintió rara, sentía deseo después de un
par de meses, pero era un deseo diferente; una necesidad diferente. Su cuerpo
le pedía algo, que parecía deseo sexual, pero diferente. Quizás necesitara amor
de verdad, físico, emocional y mental.
No podía dormir, abrazada al cuerpo cálido del anciano que
dormía hacía tiempo. Echó de menos un abrazo sincero; se acordó de la despedida
de su padre y de cómo la abrazó. Eso era amor, no se había dado cuenta hasta
ahora; se maldijo por no haber abrazado a su madre de esa manera, por haberse
ido casi sin despedirse. Deseo profundamente estar con ella, mientras lloraba
se concentraba en la idea de estar con ella, de decirle lo que la quería. De
pronto sobresaltada tuvo la sensación de estar junto a su madre, sentía el
cuerpo del anciano pero era como si no estuviera en la cueva.
Buscó a su madre, le pareció verla acostada delante de
ella; se giró poco a poco, el dormitorio de sus padres fue tomando forma. Su
madre dormía sola, se acercó a ella; arrodillándose junto a la cama le acaricio
el pelo. Su sueño era inquieto, le sorprendió que su padre no estuviera. La
abrazó, mientras lloraba en la cueva le decía lo que la quería y la echaba de
menos.
Se acordó de su padre, se vio recorriendo la casa; sin
darse cuenta estaba frente a él, que dormía en el estudio. Podía sentir la
culpa que lo envolvía, entendió. Después de abrazarlo un rato le susurró al
oído que estaba bien, que había hecho lo correcto, que lo quería. Al volver a
la cueva pensó en sus amigos, no merecían la pena, gente sin corazón ni futuro,
como ella hasta hace poco.
No pudo dormir esa noche, se levantó y se sentó a meditar
frente a la pared. Se olvidó del frío, del sueño, del cansancio, de la falta de
amor; en definitiva se olvidó de sí misma. Al levantarse el anciano la encontró
meditando, no dijo nada y se limitó a preparar el desayuno como todos los días.
La apertura a una nueva energía
Pasó una noche, más tarde o más temprano tendría que pasar;
ya el sol calentaba con fuerza, las nieves se habían retirado del bosque y este
mostraba la incipiente primavera en todo su esplendor.
A pesar de que el frio disminuyo por las noches, ella
seguía durmiendo abrazada a la espalda del anciano; el calor de la primavera,
su necesidad de sentir el amor y el ímpetu juvenil la sorprendieron a si misma
acariciando el pecho del anciano. Este dormía y ella había metido la mano bajo
su ropa. Se recreó en su cuerpo escuálido sintiendo como el deseo brotaba en
ella. Se preguntó si el viejo se empalmaría todavía o la tendría ya muerta;
sonrió ante este último pensamiento. Introdujo su mano bajo el pantalón del
anciano, encontrando su sexo cálido y blando. Joder este viejo todo lo tiene
caliente con el frio que hace, se dijo.
No tenía nada de particular pero le sorprendió lo suave de
la piel de ese sexo, se evadió acariciándolo un rato, ensimismada en sus
fantasías. No se dio cuenta que el anciano se despertaba conforme crecía su
pene, para sorpresa de ella alcanzo un tamaño considerable, no pudo refrenarse
y lo apretó con fuerza. Deseó que la penetrara.
Siempre creyó que los viejos la tendrían chica. Sus dedos
se llenaron del lubricante que empezaba a brotar del pene. En ese momento se
asustó al ver que el anciano se incorporaba girándose hacia ella. La vergüenza
la inundo sin saber que hacer o decir. Quería que la tierra la tragara.
Sin tiempo a reaccionar el anciano, después de quitarse sus
pantalones, le estaba bajando los suyos. El deseo explotó en ella, el anciano
se colocó entre sus piernas, haciéndola sentir el roce de su verga en el sexo y
entre las piernas. Las abrió por completo, mientras él le quitaba el resto de
la ropa.
“Cierra los ojos y olvídate de todo” le dijo a la vez que
le besaba los pezones. El placer la invadía, agarrando las caderas del anciano
lo atrajo hacia ella para que la penetrara. El introdujo un poco el glande en
su sexo dejando la corona a la altura de los labios de ella. Eso la hizo
excitarse aún más, mientras él se entretenía en lamer, besar y morder sus
erectos pezones.
“Fóllame ya” grito la chica.
“Debes aprender a no precipitarte” le contestó el anciano a
la vez que introducía su verga por completo en la vagina de ella. Se movía en
su interior de forma suave pero rítmica y constante. Ella se retorcía, abriendo
sus piernas al máximo y enroscándolas en sus caderas, su excitación era máxima
pero no terminaba de llegar al orgasmo. No podía soportarlo.
“Más fuerte, fóllame más fuerte”, exclamó varias veces
mientras clavaba sus uñas en las nalgas del anciano.
Este concentrado en sentir la energía sexual, la hacía
circular a través de su columna, ascendiendo del perineo a su coronilla y
después descendiendo. Su orgasmo era suave y continuo, pero la chica gritaba
cada vez más y se movía violentamente. Había que terminar.
Con cada violenta embestida los gritos de la chica
resonaban en el interior de la cueva, creyó volverse loca, intensos calambres
recorrían su cuerpo y los músculos de su vientre se movían con cada oleada del
orgasmo. Cuando empezó a bajar de intensidad, el anciano se echó sobre ella,
besándola y aspirándole en la boca. Le pareció que algo entraba por su sexo y
salía por su boca. Era una sensación agradable que terminó de calmarla.
El anciano se retiró, para dormirse después de haberse
vestido. Ella todavía continuaba con la respiración agitada, desnuda y con las
piernas abiertas.
Al día siguiente se despertó tarde, entumecida y agotada,
el anciano no estaba, se sentó al sol de la mañana a esperarlo. Cuando llegó no
dijo nada, como si no hubiera sucedido lo de anoche. Se puso a preparar la
comida.
La chica se acercó. “Tenemos que hablar”, le dijo mirando
el suelo.
Al rato el anciano, la miró a la cara diciéndole
“Desperdicias tu energía, tienes que aprender a movilizarla correctamente. El
sexo sólo para correrse carece de sentido”. Añadiendo a continuación: “Si
quieres puedo enseñarte y practicarlo juntos, pero debes hacer lo que te diga.”
La chica se volvió en silencio.
Comiendo reflexionaba sobre las palabras del anciano. Al
terminar dijo, “Lo que usted diga”, se sorprendió al escuchar salir esas
palabras de su boca, siempre lo había tratado de viejo, despectivamente,
acompañándolo normalmente de algún exabrupto. El anciano se rio escandalosamente
haciéndola avergonzar; se arrepintió de lo que había dicho. “Puedes seguir
llamándome viejo, me había acostumbrado a ese nombre” le dijo sonriendo
mientras se levantaba a fregar los cacharros.
Esa tarde cuando meditaban el anciano se levantó para avivar
el fuego, al rato la llamó, indicándole que se desnudara y se tumbara delante
del fuego. Sorprendida hizo lo que le mandó, aunque estaba tranquila y no tenía
ganas. Se tumbó boca abajo desnuda. El anciano masajeó su cuerpo untándole un
aceite aromático. El bienestar la inundaba, abandonando sus reparos, al darse
la vuelta las caricias de las manos del anciano sobre sus pechos y su cuello
terminaron de excitarla. El anciano se tumbó junto a ella diciéndole “Voy a
enseñarte a retrasar el orgasmo”, mientras introducía su mano entre las piernas
de ella.
La masturbaba a la vez que la besaba en la boca y recorría
con sus labios y su lengua su cuello, sus orejas, los pechos; recreándose en
succionarle los pezones. Pronto estuvo muy excitada. “Respira con tu abdomen,
llena tu vientre de aire con suavidad y suéltalo lentamente” le decía el
anciano mientras bajaba el ritmo y la intensidad de la masturbación. A ella le
costaba trabajo concentrarse en la respiración pues no paraba de gemir, el
orgasmo se aproximaba como una avalancha.
El anciano retiró la mano, “no pares”, grito ella. “Respira
hondo y volveré a tocarte”, se esforzó en concentrarse en la respiración,
calmándose un poco. Acarició de nuevo su clítoris y sus labios vaginales,
soplándole sobre su pubis. A duras penas la chica conseguía respirar
profundamente, se veía desbordada por el orgasmo. El anciano volvió a retirar
la mano, pero ella no pudio evitar tocarse; el orgasmo se desbordó como una
presa que revienta. Sus gritos eran ensordecedores, parecían no tener fin.
“Respira hondo”, le susurraba el anciano al oído. Intentaba respirar hondo,
pero era difícil gritando a la vez; el orgasmo duraba más de la cuenta y tuvo
que dejar de tocarse. “No puedo más.”
Cuando se calmó, el anciano se bajó los pantalones mostrando
su pene erecto. “Ahora te toca a ti.” La chica se sorprendió de la naturalidad
del anciano. “Cuando sientas la proximidad de mi orgasmo tienes que presionar
la corona de mi glande, lo puedes hacer con la mano, con los labios o con los
músculos de tu vagina, eso me producirá un orgasmo extendido y evitará que
eyacule.”
La chica comenzó a masturbarle; la excitación le hizo
saborear varias veces la cabeza del pene del anciano; este tumbado respiraba
calmadamente. Definitivamente se introdujo el pene en la boca, chupándola con
deleite. El anciano empezó a resoplar con fuerza y a gemir, no sabía si parar;
de pronto el glande creció llenándole casi por entero la boca; decidió hacer lo
que le había dicho el anciano presionando con sus labios la base del glande, se
dio cuenta que su lengua presionaba la punta del sexo. El anciano gemía y
empezó a mover las caderas, era como si follara su boca; a duras penas mantenía
la presión sobre la corona. Ahora el anciano gritaba pero aunque sus
movimientos eran de eyacular el semen no inundaba su boca, se estaba excitando
de nuevo y el deseo de montar al viejo la invadía.
Este no paraba de correrse, cada cierto tiempo tras varias
respiraciones profundas volvía a mover con fuerza las caderas, ella chupaba
lentamente el glande y lamía la parte inferior del pene. El viejo llevaba mucho
tiempo corriéndose, ya era hora de que le tocara a ella; se puso sobre él
introduciéndose el pene en su sexo. El anciano le agarró los senos,
apretándolos con fuerza. Ella se sorprendió, un orgasmo suave la inundó, se
olvidó del viejo cabalgándolo con fuerza. Este continuaba con el orgasmo
levantándola del suelo con sus embestidas, el orgasmo aumento de intensidad
haciéndola gritar. El anciano se paró quitándosela de encima.
“¿Qué haces viejo?” gritó ella con coraje. “Espera" le dijo
él, "vamos a usar otra postura y podremos seguir corriéndonos los dos”; se
sentaron uno frente al otro, ella con una manta bajo sus glúteos para elevarla.
La penetró de nuevo proporcionándole un gran placer pues su pene presionaba a
la vez su clítoris y su punto G. Con ligeros movimientos de cadera alcanzaron
de nuevo el orgasmo mientras se abrazaban y besaban, luchando con sus lenguas.
“Ahora cuando yo sople, tu absorbes, imaginando que entra
energía por tu boca saliendo por tu sexo”. A la chica le costaba trabajo
hacerlo mientras se corría, pero pronto empezó a sentir un calor que recorría
su cuerpo, el placer aumentó haciéndola gritar de nuevo; no necesitaban apenas
moverse para continuar con el orgasmo.
“Ahora sopla tú, la energía entra por tu sexo y sale por tu
boca” le indicó el anciano; al poco le ardía el sexo y apenas podía respirar,
se mareaba. “Tranquila respira hondo” le dijo él, al rato comenzó a llorar; el
anciano movió de nuevo sus caderas provocándole un nuevo orgasmo sin poder
dejar de llorar. Era como si su cuerpo se abriera, su pecho se expandía y se
liberaba del dolor de años. “Sigue gritando”. Cuando comenzó a calmarse el
anciano paró de moverse, abrazándola con fuerza. Así estuvieron un largo rato,
mientras el pene del anciano menguaba en el interior de su vagina. “Ahora
respira al mismo ritmo que yo” le dijo sin dejar de apretar su cuerpo.
A la chica le pareció que su cuerpo se fundía con el del
anciano; una enorme sensación de paz la inundaba, tranquilizándola. Al rato una
felicidad sin motivo colmaba su ser.
Se separaron.
Cenando y tras un tiempo de duda le dijo al anciano “Tu
nunca te corres.”
“Si te refieres a eyacular, a mi edad no puedo desperdiciar
mi semen” le contesto él sin dejar de mirar el plato.
Antes de dormir el anciano le entregó dos piedras pulidas
del arroyo del tamaño de una pelota de golf, “Toma para que fortalezcas los
músculos de tu vagina, las cogí para ti”. La chica las tomó sin decir nada, “No
las uses durante mucho tiempo, un poco cada vez, para no lastimarte.
Esa noche al acostarse empezó a practicar. Después se
durmió como siempre abrazada al anciano.
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