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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

jueves, 26 de diciembre de 2013

La inutilidad del sufrimiento



Cuando se resquebraje la coraza que envuelve tu corazón y que has ido construyendo a lo largo de años como medida de protección, creerás erróneamente que al fin podrás descansar. Sólo estás empezando a sentir y sentirás tus heridas emocionales como si te las estuvieran haciendo de nuevo, será tu oportunidad bucear en ellas buscando su origen o volver a construir una muralla a su alrededor.
Serás valiente, pues es necesario serlo para afrontar el dolor de vivir, y encontrarás en tu corazón un lugar oscuro, fuente de todo dolor; ese lugar decorado por todas las heridas que has recibido desde el mismo momento de tu concepción, está habitado por los fantasmas de los yos que pudiste ser y no te atreviste a ser, además de por los espectros de tus vidas errantes. Es la puerta que deberás traspasar para ser tú mismo, entrando en el túnel del conocimiento.
Al final del mismo verás una luz, durante todo su recorrido te acompañarán los conflictos sin resolver, las vidas no vividas y el dolor de miles de eones encarnándote; creerás una y otra vez llegar a la luz y pensarás que el sufrimiento te libera de la oscuridad y el dolor. Error mayúsculo, interpretación neurótica de religiones que te hacen creer que el sufrimiento es necesario.
Sólo encontrarás la paz trayendo la luz a ese rincón de tu corazón, intentar llegar a ella a través del dolor sólo te encadenará aún más al sufrimiento. Ese túnel no tiene final.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Repitiendo aprendizajes


Hoy me ha sucedido algo que no me pasaba desde hace 35 años, lo curioso es que las circunstancias han sido muy parecidas por lo que entiendo que he tenido que revivir ese suceso para aprender de él y liberar algún patrón kármico.
Os cuento, salía del supermercado de acompañar a mi madre a comprar, enfrente está el mercado y estaban quitando los puestos de vender cachivaches, es decir cosas que cogen de la basura o de segunda mano, el puesto tenía los hierros por el suelo que acababan de desmontar y llegó una furgoneta para recoger las cosas, al subirse en la acera pisó uno de los hierros que saltó y me golpeó la pierna, en ese momento solté un improperio mirando mis piernas “Me cago en los muertos”. Al instante escucho al hombre del puesto que se acerca a mí de forma violenta y no para de repetir “Te va a caga en los muertos”, sin darme tiempo a reaccionar me pega tres cachetadas seguidas a una velocidad increíble que me deja anonadado. Pero que hace este tío y el sigue repitiendo lo mismo como un poseso. Junto a él se ha colocado un chico que se ha bajado de la furgoneta, sin tiempo a reaccionar me da un empujón en el pecho, en Cádiz decimos un rachote, y me tira al suelo. Me levantó rápido pensando estos dos me dan una paliza. El hombre se viene para mi repitiendo lo mismo una y otra vez deseando que le dé un motivo para seguir agrediéndome, le digo que me ha golpeado un hierro y que no me estaba refiriendo a nadie en concreto, pero él sigue dominado por la ira sin atender a razones sólo mi actitud no violenta le impide seguir pegándome, se va y viene diciendo que si tuviera una pistola me mataba. En ese momento un indigente de los que paran allí se acerca a él con una botella de cerveza en una mano y poniéndole la otra en el pecho le dice que se calme; gracias a su intervención recogemos las cosas del suelo y nos marchamos. Mi madre sofocadísima por lo sucedido.
Sentí ganas de odiarle sin conseguirlo, más que rabia u odio sentía incomprensión y decepción por lo sucedido, no pude desearle mal y tampoco tenía sentido denunciarlo, todo ese jaleo, señalarse para una multa, no me merecía la pena. Mi reacción tan tranquila durante la agresión no puedo decir que fuera ni sangre fría ni cobardía, simplemente pasó todo tan rápido que actué sin pensar, no está en mi naturaleza usar la violencia e imagino que sería la falta de costumbre y de malicia.
35 años antes también me dieron unas bofetadas en la calle, al salir del colegio, por no llevar dinero, en público y una persona me ayudo. Esta vez estaba mi madre delante, aquella vez no se lo conté a nadie, pero creo que hoy debo contarlo.
Como dice un refrán lo que no mata engorda, y a veces hasta lo que mata. Lo que si tengo claro es que no soy nadie ni nada, es una buena lección de humildad, pero no tengo ganas de que se repita, que conste.
Como decía el periodista deportivo Andrés Montes, la vida puede ser maravillosa, pero a mí me sigue oliendo a mierda.







domingo, 15 de diciembre de 2013

La abuelita se marchó



Rosalinda era una niña de unos 4 años muy sonriente y muy alegre, a ella le gustaba mucho jugar y se lo pasaba muy bien con su abuelita que le contaba historias de cuando ella era pequeña, porque la abuelita también fue pequeña.
Rosalinda estaba un poco preocupada, bueno en realidad sólo se preocupaba cuando se acordaba de su abuelita pues está se había puesto malita y hacía tiempo que no la veía. El resto del tiempo seguía tan contenta en el cole o jugando con sus amigos.
Ese día todo el mundo parecía preocupado en casa y a ella la dejaron con su prima Rosabella, una primita que tenía ella que ya era mayor, bueno tan mayor como los papas no, pero más mayor que ella. Su mama se fue de casa llorando y a Rosalinda también le entraron ganas de llorar aunque no sabía bien por qué; pero enseguida Rosabella se puso a hacerle cosquillas, que a ella le hacían mucha gracia y no paró de reírse, tanto que casi se le escapa el pipi.
Su prima le dio de comer y como mamá tardaba en volver le pregunto que donde estaba. Rosabella se quedó en silencio como si no supiera que decir, «igual es que no lo sabía» pensó Rosalinda.
Al rato su prima le dijo que mamá estaba en el hospital con la abuelita, como ella por suerte no sabía lo que era un hospital, le explico que es el sitio donde iban las personas cuando se ponían malas para ponerse buena.
Rosalinda le preguntó si la abuela volvería pronto cuando se hubiera puesto buena y Rosabella se quedó callada. Después de un rato le dijo que igual la abuela no volvía, en realidad que lo más seguro es que la abuela no volviera. Ella se puso triste pues le gustaban mucho las historias de su abuelita.
Cómo no entendía preguntó por qué.
Rosabella le dijo sonriendo que ya la abuelita estaba descansando y no volvería con nosotros. Rosalinda pensó que en verdad la abuelita siempre se quejaba de lo que le costaba moverse y hacer las cosas, así que estaría cansada. Pero ella no entendía que tenía que ver que estuviera descansando a que no volviera con ellos, así que se quedó mirando a Rosabella con cara de no entender nada.
Su prima que además de lista era muy guapa, le hizo una sonrisa de oreja a oreja y la cogió en brazos, acunándola le explicó que las personas cuando se hacen mayores y se ponen malas, terminan yéndose para siempre a descansar, que se van al cielo o algún lugar parecido. Ella se metió el dedo gordo en la boca y se chupó el dedo, eso la tranquilizaba y ella no sabía porque pero no le daba miedo que su abuelita no volviera.
Su prima continuó diciendo que como su abuela era tan buena seguro que iría al cielo, que es un lugar donde se está muy bien y muy tranquilo y que desde allí estaría viéndolas y sonriendo por lo guapas y listas que eran. Rosalinda sonrió pensando en lo orgullosa que estaría su abuela de ella.
Su prima también le dijo que a veces las personas cuando llega el final de su vida y se mueren, porque eso es lo que le había pasado a su abuela, vienen en nuestros sueños a despedirse y a decirnos que están bien. Rosabella se quedó callada y como seguía acunándola, Rosalinda se quedó dormida.
Soñó que estaba sola y echaba de menos a mama, después se acordó de la abuelita y no sabía dónde encontrarla, ya iba a empezar a llorar cuando la vio a lo lejos recogiendo flores en un prado, que es lo que más le gustaba hacer a la abuelita cuando era joven y vivía en el campo. Se acercó corriendo a su abuelita y aunque la cuesta era muy grande su abuela la esperaba sonriente al final y le dio un abrazo campero como decía ella. Apretándola con sus brazos hasta hacerle parecer que estaba dentro de un huevo cálido y mullido. Su abuelita le susurró que la quería mucho y que era muy feliz de estar con ella.
Se despertó sobresaltada con el ruido de la puerta de la casa al cerrarse, su mama entró en la habitación con la cara compungida y le hizo un gesto afirmativo a su prima, después se agachó y la cogió a ella en brazos besándole la frente. En ese momento Rosalinda no supo si la acunaba su mama o su abuelita a la que escuchaba reír.
Consejo para los padres:
Este cuento se puede leer a los más pequeños durante el periodo de duelo para facilitar el mismo. Para los más mayores se les puede contar antes del fallecimiento de un familiar enfermo o como aprendizaje sobre la vida.







jueves, 12 de diciembre de 2013

Nuestro vuelo de Ícaro



Cuenta el mito que Ícaro con la ayuda de su padre se construyó unas alas enormes con plumas de aves unidas con cera. Con ellas ambos escaparon del lugar donde se encontraban encerrados. El padre antes de emprender el vuelo advirtió a Ícaro que no volara muy alto pues el Sol derretiría la cera de las alas, pero él, joven e impetuoso se dejó llevar por el placer de volar y lo hizo cada vez más alto acercándose irremisiblemente al Sol, al poco sus alas se deshicieron y cayó al mar ahogándose.
Por otro lado Jodorowsky comentaba en uno de sus libros como el principal enemigo para nuestro despertar estaba junto a nosotros, las personas que nos rodean no desean que despertemos, que podamos cambiar nuestra vida, que pongamos en peligro el status quo existente y las relaciones energéticas de beneficios secundarios que emanan de los conflictos personales y familiares.
Cuando empezamos a ser conscientes y se produce una apertura en la mente que nos permite ver la vida de otra manera, es como si nos libráramos de un peso que teníamos encima, nos elevamos igual que Ícaro y creemos que ya somos libres para volar. Tenemos tendencia a mirar sólo hacia arriba y nos olvidamos de donde procedemos y lo que es más importante de los elementos moldeadores de nuestra traumática personalidad que comienzan a aflorar de su latencia en el interior de nuestro inconsciente. Si no estamos atentos a su importancia y a la importancia de abordarlos, aceptarlos e integrarlos en nuestra nueva visión de la vida pueden llegar a convertirse en auténticos soles que derritan nuestras alas, haciéndonos caer una y otra vez cada vez que intentemos levantar el vuelo.
Jodorowsky aconseja prudencia en publicitar nuestros logros, en esto nuestra vanidad y nuestra necesidad de cubrir nuestra inmensa carencia afectiva nos hará ignorar la advertencia golpeándonos de nuevo contra el fango. Por otro lado el maestro zen Dokushô Villalba recomienda paciencia para no correr delante de nuestros avances y actuar con pies de plomo no lanzándonos a un irremisible vuelo de Ícaro por culpa de nuestra precipitación. Además la adulación, los celos, las envidias, etc de los que nos rodean no son una buena ayuda y existe el peligro de por una excesica precipitación e ingenuidad que nos cansemos de intentar volar y nos hagamos a la idea de que nada puede cambiar, renunciando a nuestras alas.
No debemos rendirnos pero tampoco actuar alocadamente. Todo lo expuesto con anterioridad se puede entender y estar de acuerdo pero realmente sólo lo comprendemos cuando pasamos por la experiencia.
Suerte, valor y confianza.


El viaje a ninguna parte. Cuento infantil



Una niña estaba jugando en el parque, su padre que la había llevado la observaba sentado mientras ella giraba subida en un aparato para dar vueltas, como se estaba mareando de tanto dar vueltas cerro los ojos y se cayó al suelo.
Cuando pudo abrirlos se sorprendió pues ya no estaba en el parque sino en el patio de un colegio lleno de niños corriendo, se levantó pero aquel colegio no le resultaba familiar ni conocía a ninguno de los niños que veía. Una niña de su edad se le acercó y le preguntó si era nueva en el cole.
Ella respondió que no, que ella no era de ese colegio, entonces la niña le preguntó que como había entrado si no era de allí. La niña se encogió de hombros pues la verdad es que no tenía ni la más remota idea de cómo había llegado hasta allí.
En eso estaba cuando la niña de ese cole le dio un empujoncito y saliendo corriendo le decía: ─ A que no me pillas cara de tortilla.
Ella sin pensárselo dos veces salió en su persecución cruzando el patio entre los niños que jugaban. Estuvieron dando carreras sin mucho sentido hasta que sonó la campana de final del recreo. En ese momento la niña se acordó de que no era de ese colegio y no sabía que hacer. Se limitó a subir las escaleras con su nueva amiga en silencio pues pensaba que cuando llegara a la clase no tendría silla ni mesa donde sentarse pues en su clase cada niño tiene su silla y su mesa.
Y en efecto se sentaron todos y ella se quedó de pie pues no tenía sitio, la profesora se acercó a ella y le dijo: ─Me parece que te has equivocado de clase.
La niña asintió con la cabeza.
─¿Cuál es tu curso?─ le preguntó la profesora. Ella se encogió de hombros pues aunque tenía un curso, como todos los niños, no era de ese colegio y cuando la llevara la profesora no sería el suyo de verdad.
─¿No te acuerdas? No importa iremos juntas a buscarlo─ le dijo la profe tomándola de la mano.
Recorrieron varias clases que correspondían a su edad pero ninguna era la suya ni las profesoras la reconocían. La profesora estaba extrañada y ella empezaba a preocuparse pues quería irse de allí y volver al parque con su papa pero no sabía cómo ni cuál sería la puerta para salir a la calle.
Se le ocurrió que podría decirle a la profe que tenía pis y cuando fuera al cuarto de baño buscar la puerta de la calle. La profe la llevo al servicio y le dijo que la esperaba fuera. Su plan se había chafado ahora no podría irse, pero bueno ya que estaba allí y de verdad tenía ganas para hacer pis, aprovecharía para hacerlo. Cuando terminó y después de ponerse bien la ropa tiró de la cisterna y observó que el agua giraba como un remolino dentro de la taza, daba tantas vueltas que se mareó de nuevo por lo que cerró los ojos y volvió a caerse al suelo. Al abrirlos vio a su padre que sonreía diciéndole: ─Anda de tanto dar vueltas te has caído.
La niña miró a su alrededor y comprobó que estaba de nuevo en el parque y le preguntó a su papa: ─¿He tardado mucho en volver?
El padre la miro y dijo: ─el tiempo justo de caerte.
Ella no entendía que había pasado, se disponía a contarle a su padre lo que le había pasado cuando una amiguita llego y empujándola, que casi se cae al suelo pues estaba todavía un poquito mareada, le grito haciéndole burlas: ─A que no me pillas cara de tortilla.
La niña salió corriendo y se olvidó de todo, más tarde al volver a casa se acordó de nuevo, pero ya no sabía si había pasado de verdad o había sido un sueño.