Estoy haciendo kinhin en el Dojo zen de Chiclana, de eso
hace ya casi 10 años, de pronto siento una imagen en mi pecho, me sobresalto;
es tan real, unas llamas negras arden en mi interior, son tremendamente
oscuras, sobrecogedoras. Lo peor, lo que más me abruma, es sentir que se
alimentan a sí mismas, no necesitan nada que las origine, tienen existencia
propia.
Representan mis miedos y tienen vida propia sin necesidad
de que nada del exterior las provoque. Cesa la visión perturbadora.
Un tiempo después, estoy en el dormitorio, el único lugar
de aquella casa donde podía meditar, de nuevo haciendo kinhin; me veo a mi
mismo como un niño asustado, hecho un ovillo en un rincón, me reconozco, ese
soy yo, así vivo, así me siento; en ese momento.
Años después pienso en mis miedos, vivo con ellos, hablo
con ellos, intento entenderlos, cuando quizás sólo necesito aceptarlos.
Dicen que el amor mueve montañas, pues el miedo las
demuele hasta su base.
Nuestra vida que podría ser plena y llena de
satisfacciones, por mor del miedo, aprendido, transmitido, adoptado, se torna
en sufrimiento.
El impulso innato en busca de la felicidad se transforma
en las cadenas del sufrimiento existencial. Es el miedo, nuestro miedo la causa
de ello.
Vivir sin miedos es imposible, transcender nuestros
miedos, que son una estrategia de supervivencia, es irreversible en la búsqueda
de nuestra felicidad.
Tras nuestros miedos, cercenadores de la posibilidad de
amar, de sentir amor, yace un enemigo potente, desconocido para la mayoría, la
angustia; el verdadero reverso tenebroso del amor, surgido de la separación del
todo y de la luz. Mirar nuestra angustia existencial a la cara, sin miedo, es
lo más valeroso que podemos hacer en nuestra vida. Esa es la única forma de
liberarnos de su tiranía que nos impide experimentar el amor verdadero (no
pasional) y liberador.
La única forma de llegar a esto, que conozco, es la
contemplación; el aprender a dejar pasar nuestros pensamientos, a observarnos,
a observar nuestros comportamientos y nuestras motivaciones ocultas.
Muchas veces el dolor de nuestra alma, la podredumbre de
nuestra mente, es tan profunda que necesitamos la ayuda de terapias, técnicas
de sanación, meditaciones y ejercicios de luz para poder tener la posibilidad
de contemplar, de observarnos a nosotros mismos. Nuestro empeño, junto a la
ayuda de otras personas, que sean auténticos sanadores, puede proporcionarnos
la oportunidad de olvidarnos de nosotros mismos; única puerta hacía el amor. Sólo
nosotros tenemos la decisión de cambiar nuestro rumbo y de que nuestra brújula vital
se oriente hacia la luz que mora en nuestro interior en lugar de hacia la
oscuridad que se haya junto a ella. Nadie puede hacerlo por nosotros y si no somos
sinceros con nosotros mismos ninguna ayuda podrá llenar el abismo de nuestro vacío.
Hoy, una década después, en mi interior brota una llama
clara y luminosa, lejos quedaron esas llamas oscuras; no significa que se
apagaran, sólo que la luz que florece en mi interior eclipsa su oscuridad. Mis
miedos son mis compañeros, aprendo a aceptarlos, a no luchar contra ellos para
no magnificarlos y empiezo a dejarme fluir con la vida, a sentirme y a
permitirme expresarme como quizás puede que sea. En definitiva dejo florecer mi
esencia. Atrás quedaron años de trabajo personal, terapias y cambios personales
profundos, pero sobre todo muchos tropezones, muchas caídas y mucho volverse a
poner en pie. Mi luz brilla junto a mi oscuridad, algún día podré
transcenderlas a ambas.
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