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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 1 de abril de 2014

Nuestro miedo



Estoy haciendo kinhin en el Dojo zen de Chiclana, de eso hace ya casi 10 años, de pronto siento una imagen en mi pecho, me sobresalto; es tan real, unas llamas negras arden en mi interior, son tremendamente oscuras, sobrecogedoras. Lo peor, lo que más me abruma, es sentir que se alimentan a sí mismas, no necesitan nada que las origine, tienen existencia propia.
Representan mis miedos y tienen vida propia sin necesidad de que nada del exterior las provoque. Cesa la visión perturbadora. 


Un tiempo después, estoy en el dormitorio, el único lugar de aquella casa donde podía meditar, de nuevo haciendo kinhin; me veo a mi mismo como un niño asustado, hecho un ovillo en un rincón, me reconozco, ese soy yo, así vivo, así me siento; en ese momento.
Años después pienso en mis miedos, vivo con ellos, hablo con ellos, intento entenderlos, cuando quizás sólo necesito aceptarlos.


Dicen que el amor mueve montañas, pues el miedo las demuele hasta su base.
Nuestra vida que podría ser plena y llena de satisfacciones, por mor del miedo, aprendido, transmitido, adoptado, se torna en sufrimiento.
El impulso innato en busca de la felicidad se transforma en las cadenas del sufrimiento existencial. Es el miedo, nuestro miedo la causa de ello.
Vivir sin miedos es imposible, transcender nuestros miedos, que son una estrategia de supervivencia, es irreversible en la búsqueda de nuestra felicidad.
Tras nuestros miedos, cercenadores de la posibilidad de amar, de sentir amor, yace un enemigo potente, desconocido para la mayoría, la angustia; el verdadero reverso tenebroso del amor, surgido de la separación del todo y de la luz. Mirar nuestra angustia existencial a la cara, sin miedo, es lo más valeroso que podemos hacer en nuestra vida. Esa es la única forma de liberarnos de su tiranía que nos impide experimentar el amor verdadero (no pasional) y liberador.
La única forma de llegar a esto, que conozco, es la contemplación; el aprender a dejar pasar nuestros pensamientos, a observarnos, a observar nuestros comportamientos y nuestras motivaciones ocultas.
Muchas veces el dolor de nuestra alma, la podredumbre de nuestra mente, es tan profunda que necesitamos la ayuda de terapias, técnicas de sanación, meditaciones y ejercicios de luz para poder tener la posibilidad de contemplar, de observarnos a nosotros mismos. Nuestro empeño, junto a la ayuda de otras personas, que sean auténticos sanadores, puede proporcionarnos la oportunidad de olvidarnos de nosotros mismos; única puerta hacía el amor. Sólo nosotros tenemos la decisión de cambiar nuestro rumbo y de que nuestra brújula vital se oriente hacia la luz que mora en nuestro interior en lugar de hacia la oscuridad que se haya junto a ella. Nadie puede hacerlo por nosotros y si no somos sinceros con nosotros mismos ninguna ayuda podrá llenar el abismo de nuestro vacío.
Hoy, una década después, en mi interior brota una llama clara y luminosa, lejos quedaron esas llamas oscuras; no significa que se apagaran, sólo que la luz que florece en mi interior eclipsa su oscuridad. Mis miedos son mis compañeros, aprendo a aceptarlos, a no luchar contra ellos para no magnificarlos y empiezo a dejarme fluir con la vida, a sentirme y a permitirme expresarme como quizás puede que sea. En definitiva dejo florecer mi esencia. Atrás quedaron años de trabajo personal, terapias y cambios personales profundos, pero sobre todo muchos tropezones, muchas caídas y mucho volverse a poner en pie. Mi luz brilla junto a mi oscuridad, algún día podré transcenderlas a ambas.
 

















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