Cuando entré en el nuevo colegio con 10 años todos los
gallitos de mi clase querían pelear conmigo, yo era más alto de lo normal y
necesitaban reafirmar su status. No había peleado con nadie y me hacía el loco,
él lo intentó pero ante mi desinterés lo dejo pronto, otros fueron más insistentes.
Él era el más temido de la clase, tenía madera de carne cañón,
de delincuente juvenil, los demás le hacían un cerco por temor, los profesores
no le quitaban ojo de encima, era un inadaptado como yo y quizás por eso le caí
en gracia. Tras unos meses nos tratábamos, vivíamos en calles cercanas y el
venía a buscarme, pero nunca llegamos a intimar, él era demasiado heavy para mí
y yo demasiado tonto para él, dos inadaptados que se apoyaban mutuamente, ese
mismo curso lo expulsaron del colegio, pero él siguió buscándome, de mayor lo
he visto varias veces, con pinta de quinqui, siempre me extrañó que no
terminará como la generación de la heroína. No hablamos, no tenemos nada que
decirnos.
Después de unos años el dejó de buscarme y yo lo
esquivaba, siempre quería hacerle perrerías a mi perro y no me sentía cómodo. Éramos
de mundos diferentes, sólo nos unía la inadaptación a la sociedad.
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