Un cazador errante andaba vagabundeando por un bosque
cuando escucho un ruido, como de un animal grande; aguzó el oído y distinguió
el resoplar característico de los equinos. Se dijo que alguien andaría de paso
por el bosque y decidió observar quien era, al poco distinguió un caballo
blanco comiéndose las hojas de un arbusto, al acercarse el caballo lo miró pero
no le prestó mayor atención continuando su ramoneo de las hojas del arbusto.
El cazador buscó huellas de su dueño pero el hecho de
llevará una cuerda rota amarrada al cuello y de que no se viera ningún rastro
humano le hizo pensar que quizás el caballo se hubiera escapado. No sería mala
cosa agenciárselo y usarlo como transporte o venderlo en algún pueblo, eso
claro si no aparecía su dueño.
En eso el caballo perdió interés en lo que hacía y se
alejó del lugar, el cazador acostumbrado a acechar decidió seguirlo sin
acercarse, tras varias horas vio como el caballo intentaba escarbar con sus
pezuñas en una zona del suelo que estaba húmeda. Así que tenía sed, una
oportunidad de ganarse su confianza. El cazador se alejó del lugar en busca de
un manantial, conocedor de la naturaleza no tardó en hallar un lugar donde al
escarbar surgió un líquido marrón, lleno uno de sus cubos y se dirigió a buscar
al equino. En plena canícula de la estación seca era difícil encontrar agua en
aquella parte del bosque.
Poco a poco con el señuelo del agua consiguió atraer al
caballo y que este se confiara, lo condujo a un lugar donde manaba un hilillo
de agua que conocía de otros viajes y construyó un rudimentario cercado
alrededor de la fuente. Al poco tenía al caballo encerrado en su interior.
Durante carios días alimento al caballo con las hierbas
más verdes que recolectaba en los rincones más umbríos del bosque y este dejaba
que lo tocará pero cuando intentaba tirar de la cuerda, el caballo se ponía
sobre sus cuartos traseros e intentaba cocearle con las patas delanteras. No
sería fácil domar aquella bestia.
Tras un par de semanas de trabajos e intentos y
escaseando ya la caza en esa zona del bosque, el cazador pensó o que se comía
al caballo o lo dejaba suelto. Y matar un caballo para no poder aprovechar su
carne era un desperdicio inútil, así que decidió desmantelar el cercado, el
caballo trotó rápido para huir del mismo.
El cazado prosiguió caminando por el bosque y varias
horas después volvió a escuchar un ruido de cascos a sus espaldas, siguió como
si nada pero cuando encontró un sitio para pernoctar allí estaba el caballo
junto a él. Sin prestarle mucha atención se quedó dormido, con hambre. A la
mañana siguiente una lengua recorría su boca, abrió los ojos y la nariz del
caballo estaba junto a la suya, se levantó maldiciendo y escupiendo; el caballo
lamió del suelo su saliva.
─ ¿Tanta sed tienes? Pues yo no voy a darte de mí agua.
El caballo parecía asentir con la cabeza. Llegaron a un
arroyo y ambos pudieron cumplir sus anhelos, el caballo beber agua y el cazador
lavarse la boca y la cara para quitarse el olor a caballo. Estuvo toda la tarde
intentando cazar algo pero la presencia del caballo le impedía descubrir
ninguna presa, lo dejo por imposible y colocó varios lazos; de nuevo esa noche
volvieron a dormir juntos.
A la mañana siguiente, tras retirar las presas de los
lazos, decidió recoger unos frutos silvestres para el caballo y dárselo con su
mano. El caballo los comió y de forma dócil dejó que el cazador lo acariciara,
pero cuando este intentó asir con fuerza la cuerda el caballo volvió a encabritarse
tirándolo al suelo. Maldiciéndolo comenzó a tirarle piedras al caballo hasta
que una le impactó en el hocico con la suficiente violencia para hacer mana un
poco de sangre. El caballo galopó relinchando hasta alejarse del lugar.
El cazador siguió su camino, en los siguientes días comprobó,
que si bien el caballo se había alejado no dejaba de seguirlo. Era listo el animal,
sabe que lo llevo al agua, se dijo.
Cada vez se estaba adentrando más en el interior de las
montañas lejos de zonas habitadas, la caza aumentaba pero al caballo cada vez
le costaba más trabajo seguirlo, pero ese no era su problema. Una noche escucho
aullar lobos entre sueños.
Al día siguiente encontró sus huellas, era un grupo
numeroso, tendría que mantener el fuego encendido por las noches.
Esa noche unos relinchos le despertaron de madrugada, por
suerte la media luna iluminaba ligeramente el bosque, pronto escuchó mejor una
mezcla de coces y relinchos nerviosos junto a gruñidos, no estaban lejos,
seguro que eran los lobos comiéndose el caballo. No iba a renunciar a su parte.
Tomó su rifle y corrió en dirección a los gritos del animal. Cuando llegó, vio
todavía al caballo de pie, rodeado de varios lobos que no paraban de infringirle
heridas en la barriga y en los cuartos traseros. Disparó su fusil y los lobos abandonaran
el lugar con rapidez, al acercarse al caballo y revisar sus heridas vio que no
eran mortales pero si no se curaban terminarían infestándose. Tuvo compasión de
él y cogiéndolo por la cuerda lo llevó a su campamento, el caballo a duras
penas lo siguió sin oponer resistencia. Allí se tumbó en el suelo.
Tras varios días lavando y desinfectando las heridas del
caballo, este pareció mejorar; el cazador partió con él tirando de la cuerda
del mismo y ya este no volvió a resistirse, otra cosa fue cuando intento que
cargara con peso, pero esa es otra historia.
La verdad es que el final resulta un poco ñoño, tipo
Disney o cuento de príncipe azul y no puede ser más irreal. ¿Os cuento de
verdad cómo termina?
Cuando el caballo estuvo recuperado no hubo manera para
el cazador de poder llevarlo cogido de la cuerda, este se dijo a si mismo que
total si él no tenía caballo porque no quería, le era más asequible moverse a
su aire por las montañas sin tener que preocuparse de una bestia así, de ese
tamaño; por no tener no tenía ni perro. Así que cortó la cuerda que estaba
anudada al cuello del caballo y siguió su camino sin preocuparse de si este le
seguía o no, como comprenderéis el pobre animal era independiente pero no tonto
y cayó en la cuenta que le convenía asegurarse de una buena compañía que le
protegiese. Así que ahí lo vemos detrás del cazador como si fuera su sombra, y
por las mañanas ya sabéis lo que le gusta hacer con su lengua…
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