Teníamos 12 años, comprábamos una pelota de trapo, cada
vez le tocaba a uno diferente, costaba 25 pesetas, no era mucho dinero o
si, no lo sé la verdad, jugábamos al futbol con ella, la pateábamos sin piedad
en la plaza hasta en que empezaba a soltarse las telas, en ese momento dejaba
de correr y aún era más divertido pues ralentizaba su movimiento y nos
resultaba más fácil alcanzarla y el contacto físico era mayor, los empujones
rivalizaban con el arte de golpear una pelota de trapo medio destripada que a
duras penas se deslizaba sobre el suelo. No importaba quien ganara o si, la
verdad no lo recuerdo, lo verdaderamente importante era alcanzar la pelota y golpearla
hasta terminar deshaciéndola. Después a esperar que el siguiente trajera dinero
para comprar otra.
Apenas había balones de verdad, eran caros, de todas
formas la pelota de trapo era más divertida.
No siempre corriamos detrás de la pelota, a veces corriamos para que no nos pillara algún quinqui adolescente para quitarnos el poco dinero que llevabamos.
Fue la primera época de mi vida en que jugaba con otros
niños y salía a la calle con asiduidad.
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