Ella
27, tu 24.
Ella
agonizando en la cama, tu encerrado en el cuarto de baño.
Ella ahogándose
en sus fluidos, tú en tu llanto.
Y las
palabras del médico: “aunque no esté consciente, escucha y es consciente de
todo.”
Te
escondiste en el cuarto de baño para no ahogarla aún más en tus gemidos.
Después
silencio, se extinguieron sus ronquidos y tus llantos.
Y
cuando se la llevaron en la cama, sólo quedó el vacío de la habitación.
Cuando
murió tu hermana, también lo hizo tu juventud, pero no te diste cuenta entretenido
como estabas en llorar su perdida, después lentamente irían muriendo las
ilusiones.
Dicen
que la buscas incestuosamente en tus parejas, desde siempre, incluso antes de
que faltara. Dicen tantas cosas de ti que quizás alguna sea cierta.
En
casa mama exhibe sus retratos, por suerte ya no habla de ella; su ataúd metálico
continúa intacto, en su nueva ocupación, pero para ti no dicen nada, fotos,
tumbas, están vacías, solo tienes recuerdos ajenos y ya ni siquiera sabes si son
ciertos. Sabes bien que la mente inventa cosas, inventa momentos, inventa vidas
y nunca puedes estar seguro de su certeza.
Recuerdas
cuando fuiste con ella a ese concierto en el Falla, mientras sonaba la música
clásica ella salió corriendo, dudaste, como siempre, si salir tras ella, en la
galería la encontraste llorando, un bulto en el cuello, uno más, la acompañaste
hasta casa cogida del brazo, sin hablar y allí la dejaste; después una nueva
operación. No has vuelto a escuchar una orquesta en el Falla.
Se llamaba Isabel, pero para ti es una extraña más.
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