Desde la cueva se divisaba la amplitud salvaje del valle,
tapizado de un impenetrable bosque; una senda apenas marcada serpenteaba por la
ladera hasta ese antiguo refugio estival de cazadores. Hacía muchos años que no
se usaba, cuando decidió fijar su residencia en este balcón a la naturaleza
salvaje a un día de camino de la aldea más cercana. La soledad y la montaña
eran sus compañeras y sus maestras; dominando la cueva como reina de la
montaña, una mole pétrea de más de tres mil metros de altitud le contemplaba
hace ya decenas de años.
El anciano estaba con las piernas cruzadas en la posición
de loto meditando frente a la pared de su cueva, junto al fuego siempre
encendido. Concentrado como estaba no se percató, o quizás sí, de la presencia
de dos personas en la entrada de la cueva.
“Hola tío”, las palabras retumbaron sonoramente en su
interior. El anciano no se inmuto. El hombre de mediana edad sin atreverse a
entrar grito: “Tío, estoy aquí, he venido.”
La chica que lo acompañaba con cara de fastidio murmuro:
“El viejo está sordo” e hizo ademán de entrar; su padre le agarró firmemente
del brazo y le hizo entender que tenían que esperar su permiso.
Varios minutos después el anciano empezó a moverse, se levantó
moviéndose torpemente con sus entumecidas piernas por la meditación; y
deslumbrado por la luz del atardecer veraniego se acercó a la entrada.
Esperaron en silencio.
“Hola sobrino, ¡Cuánto tiempo!, han pasado muchos años, has
envejecido mucho” exclamo el anciano con una amplia sonrisa.
Un poco avergonzado contesto: “Es verdad tío, han pasado
muchos años desde la última vez… más de 15. No he podido volver a venir”, la
última frase se debilitaba mientras la pronunciaba sabiendo lo inútil de esa
excusa.
“Claro sobrino, claro… Es muy difícil abandonar las
comodidades de la vida urbana. La familia, el trabajo, una buena cama…” dijo el
anciano sin abandonar su amplia sonrisa. “¡Has venido con compañía!,
interesante”.
El hombre estaba cada vez más incómodo, no sabía cómo
abordar el tema que le había traído hasta allí. Mientras, el anciano comenzaba
a despejar una zona de la cueva ante el fuego; la temperatura adentro era
agradable, ni frio ni calor, en la puerta se notaba el frio de la cercanía de
la noche del final del verano.
“Tío necesito hablar contigo a solas un momento”, era un
ruego más que una petición.
El anciano se acercó a él con rostro severo “Sabes que no
me gustan los secretos, lo que tengas que decirme, dímelo ahora.”
El hombre trago saliva unos instantes, “Esta es mi hija,
tiene 19 años, necesito que pase un tiempo contigo… ha tenido problemas”. La
chica golpeaba el suelo con evidente disgusto, tenía el pelo moreno largo,
alta, le sacaba la cabeza al anciano, había salido a su padre.
El anciano volvió a sus tareas, organizar una cama en el
suelo, poner un caldero grande con agua al fuego. “Entrar que ya se acerca la
noche y comienza a hacer frio.”
El padre tomó del brazo a la chica haciéndole entrar en la
cueva, se sentaron en unos tocones de madera que había acercado el anciano al
fuego. La chica no podía disimular su disgusto. Observo la cueva en silencio,
su techo ennegrecido por el humo de años, estanterías en un lateral con
alimentos, tarros con plantas, utensilios diversos. Que de porquerías se dijo a
sí misma. Había una mesa tosca de madera y cajones grandes todo hecho a mano. A
pesar de todo no daba impresión de suciedad o abandono pero era un sitio
horrible para vivir.
Salió de golpe de sus pensamientos, cuando se dio cuenta
que tenía la cara sonriente del anciano frente a la suya, dando un respingo.
“Así que está es tu hija, ha crecido mucho desde la última
vez que la vi en fotos, se ha convertido en una mujer muy hermosa… No debiste
dejar de venir sobrino, he echado de menos esas semanas que pasabas en verano
conmigo… pero seguro que tú las has echado más de menos que yo”.
“Ya lo sé tío, pero la vida ha cambiado mucho en estos
últimos 50 años que ha pasado usted en la montaña… la verdad es que no pensaba
que volvería a verlo con vida.” Estaba incomodo por lo que acababa de decir y
por lo que tenía que seguir diciéndole. “Necesito su ayuda, que ayude a mi hija
a desbloquear su vida y yo sé que una temporada con usted en la montaña la
ayudará.” La chica lo miro sin poder disimular su odio.
“Lo sé sobrino, lo sé; y te estoy agradecido por haber
continuado preocupándote durante todos estos años para que el envío llegará
cada 15 días, continuando la labor de tu padre; y gestionando mi patrimonio
para sufragar los costes. Pero eso no es el tema.” Dejando lo que estaba
cocinando al fuego se acercó a la chica. “Dime niña, ¿Quieres quedarte con este
viejo?”
Con desagrado la chica respondió. “No soy una niña.”
“Tío tiene que ayudarme, los problemas que ha tenido son
serios, ha estado todo el verano en un centro de desintoxicación.” Dijo el
hombre con evidente angustia.
“Problemas, problemas” repitió el anciano, “Siempre
problemas”, volvió a cocinar. “¿Qué problemas tiene?, dime sobrino.”
“Drogas y sexo, tío” las palabras se le atascaban en la
garganta y sentía como le dolía el pecho, no entendía que había hecho mal para
que su hija se portara de esa manera.
“Bueno vamos a comer, después os conviene acostaros…
después del día de marcha por la montaña estaréis agotados.”
“Bueno tío hemos subido a lomos de mulas hasta el punto de
encuentro, si no ella no hubiera llegado hasta aquí… y yo tampoco. Nos esperan
en la cabaña para volver mañana”. Dejó de hablar pues todavía no sabía la
respuesta de su tío, no sabía si volvería solo o acompañado, lo que hacía
aumentar su angustia por toda la situación, le costaba un poco respirar.
“Sobrino tienes que cuidarte más… hacer más ejercicio…”, el
anciano se levantó poniendo la olla en la mesa, les indicó que se sentarán
acercándoles unos precarios cubiertos. La chica apenas comió, su padre dio
buena cuenta del guiso de arroz con raíces y hierbas.
“Ven sobrino, tengo una novedad desde que tu no vienes que
quiero que veas”, a unos metros de la cueva una pequeña acequia circulaba con
agua hasta un pequeño estanque lleno de plantas acuáticas, el anciano se puso a
fregar los cacharros con tierra y agua. “Ya no tengo que caminar tanto para
coger agua”. El anciano había construido cavando el solo una acequia de cientos
de metros para desviar el agua del arroyo hasta la puerta de la cueva.
“¿Dejarás que se quede?” le pregunto angustiado su sobrino
sin poder caer en la cuenta del trabajo de meses que suponía construir aquello
para un hombre solo.
“Mañana será otro día, ve a descansar” le replicó el
anciano sin inmutarse.
Los ronquidos del hombre atronaban en el interior de la
cueva, a pesar del cansancio y de estar agotada, la chica no podía dormir,
envuelta en una manta se acurrucaba en la entrada de la cueva observando el
inmenso cielo estrellado de final del verano. Mientras escuchaba música con los
cascos de su móvil.
El anciano se sentó junto a ella, varios minutos después le
quitó los cascos para que le escuchara, “Dime niña ¿Quieres quedarte aquí?, ¿Entiendes
lo que eso significa? Si lo haces tendrás que vivir como yo y atenerte a mis
normas, sin caprichos, no habrá condescendencia”.
La chica lo miro, mientras le escupía estas palabras “No
soy una niña, viejo” sin poder disimular su disgusto.
“Si soy un viejo, tienes razón; llevo aquí 50 años en la
montaña, no sé nada de la vida moderna… pero a mis 80 años puedo dejarte atrás
varias horas andando por esta montaña y sin mi estarías muerta en una semana.
Tú decides si quieres quedarte”.
“No puedo viejo, mi padre me ha dicho que si no me quedó
aquí, me internará en un instituto de régimen militar para chicos conflictivos…
no sé qué es peor, eso o está montaña de mierda”.
“Tú decides” le dijo mientras se levantaba para entrar en
la cueva y disponerse a dormir.
A la mañana siguiente el anciano al incorporarse con el
alba, vio a la chica donde la había dejado con la cabeza apoyada en la piedra,
se había dormido con los cascos puestos en la entrada de la cueva. Acercándose
la tomó en brazos, a pesar de que pesaba más que él, con cuidado de que no se
despertara, para recostarla junto al fuego pues tenía las manos heladas.
Observo en silencio su hermosura, era una chica muy guapa, de piel fina con un
cuerpo hermoso y proporcionado, sus curvas volverían loco a cualquier hombre.
Hacía muchos años que no estaba tan cerca de una mujer, que no sentía un cuerpo
femenino. Se levantó olvidando sus pensamientos disponiéndose a preparar el
desayuno.
Cuando lo tuvo listo se acercó a padre e hija y con sus
pies los despertó para desayunar. Lo hicieron los tres en silencio.
Mandó a su sobrino a fregar los platos, después de un rato
mirando a la chica le pregunto “¿Qué decides?” ella le contesto sin mirarle con
un escueto “Me quedo.”
Cuando el padre volvió a la cueva el anciano levantándose
le dijo “Es hora de marchar sobrino”. Este recogió sus cosas, cuando estuvo
preparado, dudando que hacer se acercó a su hija y le dio un fuerte abrazo, al
principio ella se resistió pero al final se fundió con él, algo en su interior
le recordaba que hace mucho tiempo quiso y adoró a su padre pero no lograba
recordar como lo olvidó.
Con lágrimas en los ojos abrazó al anciano mientras le
decía “Cuida de ella tío, es lo único bueno que he hecho en mi vida.”
El anciano lo acompañó un poco sin mediar palabra.