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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 4 de julio de 2017

El viejo de la montaña. Primeros días. La Limpieza. 2ª parte

Si no has leído la primera parte del relato puedes hacerlo aquí: El viejo de la montaña. La Llegada. 1ª parte.

Los primeros días


El anciano pasaba horas frente a la pared meditando, la chica sentada en la puerta de la cueva mirando hacia el bosque, ensimismada en sus pensamientos. El resto del tiempo se arrastraba por el bosque tras el anciano recogiendo plantas comestibles e hierbas, no cruzaban palabra, se pasaban el día casi sin hablar.
El anciano se aproximó a la entrada de la cueva, la chica al verlo le escupió: “Esto es un rollo, viejo, y encima ya no tengo batería de mi móvil, aunque para lo que me sirve, no había cobertura ni en esa aldea de mierda que está yo no sé dónde. Por lo menos podía escuchar música y sentirme viva”.
Al rato el anciano le contesto: “La montaña produce música las 24 horas del día, los pájaros cantando desde el alba hasta el amanecer, de madrugada el sonido de los animales nocturnos, el zumbido del viento entre las ramas de los árboles y la canción constante de este regato de agua. Si sabes escucharlo no necesitas ese cacharro para nada”.
La comida consistía en arroz por la mañana por la tarde y por la noche acompañado de raíces, plantas, hierbas y frutos del bosque, además de conservas de verduras y fruta; cada 15 días el anciano bajaba hasta el punto de encuentro a medio día de camino para recoger el saco de arroz, las conservas, algunas verduras y fruta fresca, además de pan.
La chica estaba perdiendo peso, la comida le resultaba asquerosa; estaba muy delgada y la ropa empezaba a estarle grande, no entendía qué sentido tenía todo aquello pero hasta que no pasaran los 15 días no podría dejar un mensaje para que la recogieran 15 días después. Tenía que pasar a la fuerza un mes allí, vaya mierda.
Esa noche al acostarse echaba de menos algo, llevaba mucho tiempo sin sentir su cuerpo vibrar, sin sentir el calor de otro cuerpo, sin sentir algo dentro de ella penetrando en su interior. El deseo nacía en ella, e iba inundando su cuerpo; espero hasta que pensó que el anciano se había dormido y empezó a acariciar su cuerpo primero suavemente, después con más intensidad. El ruido de la manta moviéndose despertó al anciano que permaneció escuchando en silencio.
Pasaba la mano por sus pechos recorriendo su torso y bajando hasta la ingle siguiendo por el interior de sus muslos, empezaba a estar húmeda, se subió la camisa tocando la piel cálida y suave de sus senos, agarrando con ambas manos sus rugosos y duros pezones, apretaba las piernas mientras el placer calentaba su cuerpo; después de un rato estimulando sus pezones, con pellizcos, tirando suavemente de ellos, y abarcando con cada mano un pecho duro y juvenil, su respiración comenzó a agitarse.
Se quitó los pantalones y la ropa interior, cuando su mano apretó su sexo con fuerza, los labios exteriores estaban hinchados al igual que su clítoris, que notaba duro y erecto bajo su palma, sus flujos vaginales mojaban su entrepierna. Se restregaba con fuerza sobre su sexo gimiendo levemente. En la cueva podía escucharse el sonido de su mano resbalando sobre su sexo húmedo, pero ella solo podía pensar en seguir dejándose llevar por el deseo que la desbordaba.
El anciano recordó el calor de la juventud, ese ardor que nos hace cometer locuras, sintió como la energía sexual se despertaba en él. Se dio lo vuelta dándole la espalda a la chica y se durmió escuchando el sonido rítmico de la masturbación.
A partir de ese día todas las noches se repitió la misma situación sin que los gritos de la chica con su orgasmo llegaran a despertar al anciano.
Varios días después, una mañana el anciano le dijo de pronto: “Estás sucia, te tocas todas las noches, necesitas limpiarte”.

“Que quieres que hagas viejo, si solo tengo el dedo. Algo tendré que hacer. ¡Qué mierda!” le respondió la chica alejándose soltando palabrotas.

Las primeras semanas

El otoño se acercaba, el frio era intenso por las noches, pero por el día todavía el sol calentaba, el viejo había delegado en la chica la tarea de mantener el fuego siempre encendido, eso la distraía un poco más. Por las noches tenían que aportar bastante leña para mantener el calor de la cueva, aunque a ella el calor no se le pasaba a pesar de que todas las noches tenía la misma rutina.
Se aseaban en la pequeña acequia a turnos al sol del mediodía que hacía más llevadero el lavarse con el agua helada. Los primeros días la chica se había metido en la cueva mientras el anciano se lavaba pero sentía curiosidad y termino asomándose para ver al anciano, al rato volvió a la cueva con repugnancia, si durante meses ese era el único hombre que iba a tener a su lado menudo plan. El cuerpo del anciano plagado de arrugas no almacenaba ni un gramo de grasa mostrando un torso y unos miembros en los que huesos, músculos y venas se marcaban con claridad, tan solo la carne arrugada de los glúteos colgaba por efecto de la gravedad.
Se preguntaba que estarían haciendo en la ciudad sus amigas, echaba de menos la tele, internet, el móvil, los días se le hacían eternos y la misma rutina se repetía día tras día, recorrer el bosque, recoger plantas y frutos y el silencio del viejo, que tío más aburrido se decía. Cada vez le costaba menos seguir su ritmo por la montaña pero seguía absorta en sus pensamientos, en su imaginario mundo interior, sin llegar a conectar con lo que la rodeaba, se pasaba las horas ensimismada en sus pensamientos mientras el anciano meditaba o preparaba la comida. Una tarde mientras observaban la cumbre de la montaña entre la bóveda del bosque le dijo el anciano que una mañana subirían a contemplar el sol naciente. Ella le escucho sin decir nada pensando en que quien quería ver nacer el sol; no podía llevarla al MacDonalds eso sí que era algo que merecía la pena.

La limpieza

Una mañana el anciano la mando al despertar a recoger leña para el fuego, cuando volvió cargada de leña, maldiciendo por los arañones que tenía en las manos y en los brazos; se encontró junto al fuego un barreño de madera y al anciano calentando agua en el puchero más grande.
“Ha llegado la hora de limpiarte, cuando tenga suficiente agua te bañaré aquí”.
“Estoy limpia viejo, me lavo todos los días como tú. ¿Dónde tenías ese barreño?”.
“Ahí con las mantas” respondió el anciano. “No puedo creer que lleve tantos días lavándome en esa agua helada y tu tengas un barreño para bañarte. Viejo cabrón. Y encima calentando agua caliente”.
“Después de desayunar sal fuera y no vuelvas a entrar hasta que te avise”.
Al mediodía la chica tenía calor con el sol de la mañana, de la cueva salía un olor a vapor y a hierbas, se deleitaba pensando en el agua caliente. El viejo salía cada cierto tiempo y la hacía dar numerosos viajes con el puchero a la acequia.
Se estaba quedando dormida cuando la llamó. Toda la cueva estaba llena de vapor, el anciano había colocado una manta tapando una parte de la abertura de la cueva para que no se fuera el vapor, parecía una sauna. “Está manta la uso en invierno cuando nieva y por las noches para que no se vaya el calor del fuego” le dijo a modo de explicación.
“Desnúdate que voy a limpiarte” le dijo el anciano sin la más mínima expresión en su rostro.
“Estás loco viejo, que ya soy mayorcita y se bañarme sola”. Vociferó la chica.
“Voy a limpiarte de esa energía enfermiza que te hace tocarte todas las noches… y recuerda que tengo 80 años”.
“Vaya mierda viejo, no podía ser tan bonito ya sabía yo que alguna jodida tenía que tener esto. ¿Qué pasa que llevas muchos años sin ver unas tetas y un culo, pues nada disfruta del espectáculo”, mientras empezó a quitarse la ropa. “A ver quién se la machaca esta noche.”
Se introdujo en el barreño tapándose los pechos con una mano, se sentó dentro y se dejó inundar por el enorme placer del agua cálida, respirando los vapores aromáticos que despedían las hierbas que flotaban en ella; no era muy amplio pero podía estar sentada con las piernas recogidas. El anciano puso sus manos sobre su cabeza, de vez en cuando presionaba con las yemas de los dedos en zonas concretas de su cráneo. Cada vez se sentía más relajada, cerró los ojos y se dejó llevar.
El anciano le echó agua caliente con un cazo sobre los hombros, la cabeza, mojándola por completo, se sentía en la gloria por fin algo que merecía la pena después de tantos días. El tiempo se le hizo eterno.
“Es hora de lavarte bien”, el anciano empezó a refregarle como unos líquenes con fuerza por la cabeza. “Me haces daño viejo que eso araña”.
“Cierra los ojos y déjame hacer que es necesario” le replico el anciano. Se había acabado lo bueno se dijo ella.
El anciano le raspaba la piel con fuerza bajando por el cuello, los hombros, la espalda. No bajo la intensidad al pasar al pecho, “Ay que me duele” dijo ella mientras el anciano le restregaba las tetas.
“Ponte de pie que necesito seguir”, no había ninguna emoción en las palabras del anciano, concentrado en su trabajo no prestó atención a la belleza del cuerpo de la chica cuando se puso de pie frente a él. Su sexo situado frente a la cara del anciano con su pubis poblado de bello moreno. Prosiguió refregando sus caderas, las piernas, los pies.
“Abre las piernas”, cuando lo hizo le restregó con fuerza en la entrepierna desde el pubis hasta el ano, la chica no pudo evitar gritar “Ya está bien que me desollas”. Y se sentó en el agua. El anciano cogió un jabón y un trapo y le lavó todo el cuerpo. Era aceitoso pues le dejó todo el cuerpo lubricado, se sentía más ligera; ya no le importunaba su desnudez ante el anciano.
“Túmbate sobre la manta frente al fuego que voy a darte un masaje” le indicó el anciano.
La chica salió con pereza del agua templada tumbándose mojada sobre la manta ante el fuego. Por pudor se colocó boca abajo. La silueta de su cuerpo mojado parecía resplandecer con las llamas del fuego, que el anciano avivaba. Este empezó a masajearle la cabeza, era como si quisiera tocar cada hueso de la misma, movilizarlo, hacerlo sentir vivo, siguió con el cuello movilizando cada una de las cervicales, la chica empezó a sentir una sensación de ligereza que nacía en su cuello y comenzaba a extenderse por su cabeza y su espalda. Estiró los brazos que tenía encogidos bajo el pecho, comenzaba a sentirse cada vez mejor, confiada, relajada. El anciano proseguía minuciosamente moviéndole levemente los huesos de los hombros, los omoplatos, las costillas; cuidadosamente fue estimulando una a una cada vertebra, hasta el coxis que movió de adentro hacia afuera. Las tensiones de su espalda parecía que se habían esfumado, separó las piernas a la vez que el anciano tocaba los huesos de su cadera, era como si sintiera la necesidad de abrirse, de expandirse. Después de las piernas, sintió gran placer mientras el anciano le movilizaba y acariciaba los huesecillos de los pies, no quedo ninguno sin estimular.
A continuación comenzó a tirarle de la piel de los pies ascendiendo por detrás de las piernas, algunas zonas permitían que la piel se estirara mientras otras no se estiraban apenas produciéndole las manipulaciones del anciano pequeños dolores propios de pellizcos. La piel de los glúteos se estiraba con facilidad, le gustaba aquello, que bien se sentía. La espalda también permitía estirar varios centímetros la piel, no pudo evitar un escalofrío cuando el anciano le estiraba la piel del cuello, la cabeza incluso detrás de las orejas, sentía como se estimulaban sus zonas erógenas, abrió un poco más las piernas y los brazos era como si su cuerpo se expandiera, una sensación muy agradable la inundaba como si le hubieran quitado una capa vieja sobre su piel, comenzó a emitir leves gemidos, su sexo empezó a humedecerse y el deseo a inundarla. El anciano siguió con los brazos y las manos repitiendo la misma operación, mover todos los huesos y después estirar la piel.
Se levantó a tomar un poco de agua y sin apenas mirar el cuerpo de la chica le dijo que se diera la vuelta; ella perezosa se puso lentamente boca arriba con sus brazos y sus piernas abiertas, el anciano se situó entre sus pies estimulándole las pantorrillas, siguiendo con los huesos de la rodilla, girándole las rotulas. Estaba tan concentrado en lo que hacía que, mientras intentaba mover el pubis de la chica, no fijó la mirada en su sexo abierto y brillante, empapado en flujos vaginales.
El tiempo pasaba para ambos como si no hubiera otra cosa y la luz de la tarde alumbraba la entrada de la cueva, el día avanzaba sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Con extremada delicadeza el anciano movía las costillas de la chica bajo sus senos e incluso el esternón. Después de las clavículas, la manipulación continuó por las mandíbulas, relajando la cara de la chica, a través de la piel el anciano estimulo la raíz de cada hueso, siguió con los pómulos, la nariz y la frente.
Se dispuso a estirar la piel de las piernas, pantorrillas y muslos; al estirar la cara interna de los muslos la chica abrió las piernas por completo aunque el anciano no se distrajo de su trabajo a pesar de que el vello púbico le rozaba los dedos; los gemidos de la chica se hicieron evidente, el placer y el deseo eran cada vez más fuertes; pero a su vez una gran sensación de libertad y amplitud la inundaban. Dejando para después el brillante sexo húmedo e hinchado, el anciano estiro la piel del pubis con cuidado de no tirar de los pelos; la piel del vientre se estiraba sin dificultad, cuando llego al pecho esta se estiraba fácilmente sobre todo los endurecidos pezones que pudo estirar varios centímetros. En la zona del cuello la chica volvió a sentir un nuevo escalofrío que la hizo cerrar las piernas gimiendo sonoramente. El anciano sin inmutarse continuó estirando la piel de la cara. Que placer sentir como la piel se distendía en su cara, se sentía tan ligera y era como si su cuerpo ocupara mucho mayor espacio del que realmente ocupaba, como si hubiera crecido de tamaño en todas direcciones, se sentía muy a gusto. No recordaba la última vez que se había sentido así.
Cuando terminó de estirar toda la piel de la cara el anciano avivó el fuego pues empezaba a sentirse frio en el interior de la cueva. Se lavó las manos y sentándose junto a las caderas de la chica le abrió las piernas, esta las abrió completamente sin poder refrenar el deseo. El anciano empezó a tomar con sus dedos los labios de la vagina estirándolos al máximo, era como si su sexo se abriera hasta límites insospechados; la sensación de apertura inundaba todo su cuerpo, sus gemidos llenaban la cueva y su clítoris crecía endureciéndose un poco más. Con suma delicadeza el anciano le estiro levemente los labios interiores y la parte externa del clítoris, la chica emitió un gritito.
El anciano se levantó, se lavó las manos y después de tapar a la chica con una manta se dispuso a vaciar el barreño con el mismo puchero que había servido para llenarlo. Afuera hacia frío y el atardecer lo inundaba todo. La chica se había encogido bajo la manta disfrutando de las sensaciones de su cuerpo.
Cuando termino de vaciar el barreño el anciano se sentó a contemplar las primeras estrellas que aparecían. Al rato apareció la chica junto a él, envolvía su cuerpo desnudo con la manta. “Viejo podías haberme hecho algo ya que me habías puesto a cien” le recriminó mientras intentaba no pincharse sus pies desnudos con las piedras del suelo.
“Cuando te lo merezcas” le contesto el anciano sin mirarla.
“Qué asco. Que creerás que yo tengo ganas de un viejo de mierda” vomitó la chica entrando en el interior.
Buscó su ropa pues hacía frio. Observó su ropa, la que había llevado hasta ahora, esa ropa de ciudad tan poco útil donde estaba. Rebuscó en el petate que le había traído su padre; “Ropa más adecuada para el lugar donde iba” dijo él. La tosca ropa de trabajo le rozaba la piel, no era agradable al tacto pero parecía más adecuada para la estancia en aquel lugar.
El anciano entró una vez se hubo vestido y se puso a preparar algo de comer. “Mañana bajaremos por el envió, come y descansa porque me ayudarás a subir las cosas”. La chica mientras comía en silencio notaba como el cansancio se iba apoderando de ella, los ojos se le cerraban. Se acostó rápidamente y mientras se quedaba dormida al calor del fuego ya no recordaba que hasta esa mañana pensaba dejar una nota para que la recogieran.







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