Cuentan que una vez un enorme y fuerte samurái entro encolerizado en un poblado y comenzó a matar a cada uno de sus habitantes, sin distinguir hombres, mujeres o niños.
Los aldeanos huían despavoridos, mientras el samurái recorría las calles asesinando a aquellos que no podían huir. Para su sorpresa encontró un monje zen meditando sobre su cojín.
Furibundo exclamo: “Imbécil, no entiendes que puedo partirte en dos con mi espada”.
El monje zen sin inmutarse le contestó: “Y tú no comprendes que yo puedo permitirte que me abras en dos con tu espada.”
En respuesta el samurái levanto su espada y acabó con la vida del monje. Acto seguido, comprendiendo su acto, el samurái, hincando sus rodillas, cayó de bruces sobre el suelo. Al rato se levanto, arrojo su armadura y su espada lejos de si, y se vistió con el hábito del monje. Abandonó el poblado y se dirigió a un monasterio para pasar allí el resto de sus días.
Libre de ego, libre de karma, libre para vivir, libre para morir…
El espíritu del bodhisattva en estado puro…
Como muy bien resumen los cuatro grandes votos:
v Por incontables que sean los seres hago votos de salvarlos a todos.
v Por numerosas que sean las ilusiones hago votos de vencerlas todas.
v Por perfecta que sea la vía hago votos de hacerla realidad.
v Por numerosas que sean las vías hago votos de obtenerlas todas.
Por eso, ante nadie y sin ceremonias, hago míos los cuatro grandes votos, pues su compromiso reside en mi alma y en lo más profundo de mi corazón. Más allá de las formas y más allá de las certificaciones, el espíritu del bodhisattva se abre en mí, iluminando mi ser y a todas las existencias. Sin reconocimientos, sin alabanzas, sin rituales, tan solo dando un paso atrás y dejando mi lugar al buda, a todos los budas…
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