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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

viernes, 25 de enero de 2013

La llama



El discípulo fregaba de rodillas las lozas del suelo, ya hacía rato que sacaba con esmero e ímpetu lustre a la misma loza.

El maestro que pasaba por allí le preguntó, “¿Qué quieres convertir la loza en un espejo como en el mondo de Basso y Nangaku?

“No maestro sólo limpiaba”, sin atreverse a mirarlo a la cara, contestó.

“Entonces, ¿Encontraste la felicidad?”; “Si maestro, si”.

A lo que el maestro le propinó tal bofetón que lo tiró al suelo. Mientras se retiraba le dijo, “Sigue fregando el suelo hasta que la encuentres”.

Al caer la noche, el discípulo quedó dormido sobre el duro suelo; el maestro le cubrió con una manta y se retiró a su cuarto.

De madrugada se acerco al muchacho gritando, “¡Fuego, fuego!, el discípulo se levantó y comenzó a correr sin saber hacia dónde, pues la única llama era la de la vela del maestro. “¿Dónde maestro, dónde?”.

El maestro riéndose a carcajadas, apago de un soplido la vela, quedándose la estancia completamente a oscuras. Acercando su cara a la del discípulo le espetó, “No hay más llama que la del corazón, ni más felicidad que la del alma. Ni en tus sueños, ni en tus pensamientos encontraras nada que se le parezca.”





jueves, 24 de enero de 2013

El baile de los ahorcados



¡Os invito al baile de los ahorcados! Con sus mascaras siniestras de rictus sonrientes. ¡Venid, Venid! No perdáis ocasión. No están muertos, por lo menos de verdad; disfrutan del mayor placer, estar muertos en vida.

¡Sed felices! Bailad al son de vuestras sogas, danzad ajenos a vuestra voluntad; beber, reír, charlar, más olvidaros de soñar.

De noche o de día, pended de las sogas de la rutina, la mediocridad y la hipocresía. No habléis de vuestro corazón, dejaros balancear por vuestras creencias irracionales, vuestros deberes, vuestras culpas.

¡Acudid, acudid! Al baile de los ahorcados, todos sabemos anudarnos la soga al cuello. Sólo hace falta querer, y seréis uno más en la danza maldita de la humanidad. Todos os acogerán con ardor, no hay mayor placer que la frialdad de la carne del ahorcado.

¡Abandonad esa desazón! ¿Para qué queréis un mundo mejor, una vida mejor? Estiércol para cerdos, nada mejor que arrojar lejos el corazón.

La belleza



Existe una belleza propia de los infantes, los adolescentes, los veinteañeros; independiente de la belleza física. Son bellas y bellos porque son jóvenes. Es raro encontrar patitos feos. Conforme se llega a la cuarentena esa belleza de la edad desaparece, al unísono con los eternos sueños de juventud.

En ese preciso instante se produce la aparición de la belleza física autentica, que aunque ya destacaba con anterioridad, se confundía con el común de la juventud. Esa belleza también sufre los estragos temporales, a pesar de mantener cierta dignidad admirable; y de que sus sueños e ilusiones se marchiten por igual.

A un nivel más profundo, existe otra belleza, la del alma, que conforme maduramos, rejuvenece y que a pesar de que nuestra piel no renuncie a mostrar el efecto del transcurso del tiempo, nos hace aparentar menos edad e iluminarnos en una segunda juventud. La profunda insondabilidad de la mirada, junto a una expresión esperanzada y reconfortante para quien nos observa, es la más clara expresión de que la cara es el espejo del alma.

Y si nuestra alma torna a brillar, lo normal es que ese brillo se contagie a nuestra expresión sin necesidad de cirugías cosméticas ni photoshop.

martes, 22 de enero de 2013

Una terapia espiritual de luz


Manifestaba una tendencia enfermiza a deprimir su energía y estar en la oscuridad. Unas cadenas la mantenían firmemente unida a la misma, su espíritu se encontraba preso de su karma. Siglos atrás, había sido una bruja, quemada en la hoguera tras sádicas torturas. Mi mano en su pecho impedía que se hundiera más aún en la oscuridad de su recuerdo. A la vez que dábamos luz a ese momento, para limpiar la energía de su espíritu asociada a él; una idea le surgió con fuerza, “La maldad es mejor, es más útil… Da más resultado en la vida”

Era necesario eliminar esa autoafirmación grabada en su espíritu. Conforme lo hacíamos las cadenas se iban adelgazando, “Rómpelas tu misma” le ordené. Al poco se sentía más libre y comenzaba a conectarse a la luz, encontrándose mejor.
Salió de la dimensión oscura, estaba en un bosque cubierto de niebla; algo no iba bien. Tenía unas botas gruesas oscuras puestas, las habíamos quitado muchas veces antes, pero esta vez se dio cuenta que se las ponía ella y además estaban forradas de clavos en el interior.

“¿Cuándo te pusiste esas botas? Busca ese recuerdo en tu interior”. Era una niña y una monja le decía: “El sufrimiento es necesario, para salvarse hay que sufrir”. Limpiamos la energía de esa afirmación grabada en lo más profundo de su ser y pudo quitarse las botas.
Pero faltaba algo más, “¿De dónde procede esa energía oscura que envuelve tu sexo y tu cintura?” De nuevo se vio de niña, “Las niñas son tontas… yo quiero ser como los niños que son más divertidos, juegan mientras ellas están en corrillos sin hacer nada”, surge una confirmación, “Mi padre quería un niño, y como fui niña me enseñó como un niño” y un recuerdo doloroso, “Mi madre a tijeretazos me corta mechones de pelo, parezco un niño”
“Limpia esa energía de no aceptar tu sexo, de querer ser un niño”, mientras pongo la mano a unos centímetros sobre su sexo. “Dale luz a esos recuerdos y siéntete una niña, consuela a tu niña, cógela en brazos y dale el cariño que le hubiera gustado recibir”.
“Eres una mujer, siente tu feminidad… pero a la vez siente la perfección de tu ser andrógino… el equilibrio de tu masculinidad y tu feminidad.”

Le tomo la mano, “¿Me ves junto a ti? Vamos a ascender en la luz a un nivel de vibración más acorde con tu espíritu, a un lugar más elevado. Ascendemos juntos. La arena de la orilla es dorada, así como las aguas del lago que se extiende sin fin. Nos bañamos, el dorado nos cubre, la energía del amor nos inunda…

Alguien viene a verla, es un dragón, se sitúa frente a ella; por la nariz exhala burbujas de luz que explotan sobre ella. Su aliento es un vaho luminoso que la reconforta. Se monta en él, vuela, se siente libre, los dejo hacer. Es su guía.

lunes, 21 de enero de 2013

Insomnes



Dicen que la noche es de los insomnes, como si la bóveda celeste sembrada de tintineantes campanillas pudiera tener dueño. El reino de la noche es de las sombras, de la luna, de las ilusiones; de los fantasmas reales e imaginarios y de la dictadura de los recuerdos, pasados y por venir.

Fantasmas que recorren las calles, en busca de deseo; noches de fin de semana de frustración disfrazada de diversión; ojos anhelantes que sueñan con cuerpos ardientes; corazones apagados en busca de rescoldos humeantes. Decepción tras decepción el baile de los insomnes recibe al sol.

Sombras que pululan en tu imaginación, como sabanas de terciopelo al calor de tus recuerdos, te refriegas con ellas; al igual que tu cuerpo cansado lo hace con las sabanas reales. Una y otra vez los fantasmas del pasado te mantienen despierto, recuerdos que no quieren descansar; o quizás seas tú el que realmente no quiere dormir, para no tener que despertar.

Castillos de arena podrida dibujados en un futuro que nunca llegará, tu mente te engaña, ¿Para que dormir? Si puedo soñar en lo que ha de venir; tortura sin fin. Te sientes vivo, planeando, recordando, anhelando; preguntándote por tu locura sin final.
Si duermes, es como si te dejarás morir; que sabrán los expertos que dicen que no duermes por motivos emocionales, físicos o incluso espirituales. No duermes porque tienes miedo a morir, a dejarte llevar por la noche sin fin. Estiércol para imbéciles, revestido de chocolate. No duermes porque nunca pudiste dormir.

Desde el seno de tu madre no encontraste una noche en que las estrellas se apagaran para cobijarte en brazos de Morfeo. Esquivo Dios, de crueldad insondable que castigó tu descanso con su ausencia. Duermes pero no sueñas, cuando despiertas sueñas; espíritus reales a tu alrededor, no son fantasmas de tu percepción, recorres sus mundos, que también es el tuyo, el de la sombra y el de la luz.
Cierras los ojos y descansas, arropado por un sedante o por el alcohol; te engañas, te sientes como ese niño que duerme bajo el abrazo cálido del amor de su madre; no lo conociste aunque abrigaste a tus hijas así.

Desnudas tu alma sin encontrar las cálidas ropas de tu traje de dormir; se te quitan las ganas de acostarte y te rebelas, contra los que se tumban y creen dormir, contra los que roncan como si no escucharan los sonidos de la noche, contra los que duermen toda la noche y creen que al levantarse están despiertos.