Manifestaba una tendencia enfermiza a deprimir su energía y
estar en la oscuridad. Unas cadenas la mantenían firmemente unida a la misma,
su espíritu se encontraba preso de su karma. Siglos atrás, había sido una
bruja, quemada en la hoguera tras sádicas torturas. Mi mano en su pecho impedía
que se hundiera más aún en la oscuridad de su recuerdo. A la vez que dábamos
luz a ese momento, para limpiar la energía de su espíritu asociada a él; una
idea le surgió con fuerza, “La maldad es mejor, es más útil… Da más resultado
en la vida”
Era necesario eliminar esa autoafirmación grabada en su
espíritu. Conforme lo hacíamos las cadenas se iban adelgazando, “Rómpelas tu
misma” le ordené. Al poco se sentía más libre y comenzaba a conectarse a la
luz, encontrándose mejor.
Salió de la dimensión oscura, estaba en un bosque cubierto
de niebla; algo no iba bien. Tenía unas botas gruesas oscuras puestas, las
habíamos quitado muchas veces antes, pero esta vez se dio cuenta que se las
ponía ella y además estaban forradas de clavos en el interior.
“¿Cuándo te pusiste esas botas? Busca ese recuerdo en tu
interior”. Era una niña y una monja le decía: “El sufrimiento es necesario,
para salvarse hay que sufrir”. Limpiamos la energía de esa afirmación grabada
en lo más profundo de su ser y pudo quitarse las botas.
Pero faltaba algo más, “¿De dónde procede esa energía oscura
que envuelve tu sexo y tu cintura?” De nuevo se vio de niña, “Las niñas son
tontas… yo quiero ser como los niños que son más divertidos, juegan mientras
ellas están en corrillos sin hacer nada”, surge una confirmación, “Mi padre
quería un niño, y como fui niña me enseñó como un niño” y un recuerdo doloroso,
“Mi madre a tijeretazos me corta mechones de pelo, parezco un niño”
“Limpia esa energía de no aceptar tu sexo, de querer ser un
niño”, mientras pongo la mano a unos centímetros sobre su sexo. “Dale luz a
esos recuerdos y siéntete una niña, consuela a tu niña, cógela en brazos y dale
el cariño que le hubiera gustado recibir”.
“Eres una mujer, siente tu feminidad… pero a la vez siente
la perfección de tu ser andrógino… el equilibrio de tu masculinidad y tu
feminidad.”
Le tomo la mano, “¿Me ves junto a ti? Vamos a ascender en la
luz a un nivel de vibración más acorde con tu espíritu, a un lugar más elevado.
Ascendemos juntos. La arena de la orilla es dorada, así como las aguas del lago
que se extiende sin fin. Nos bañamos, el dorado nos cubre, la energía del amor
nos inunda…
Alguien viene a verla, es un dragón, se sitúa frente a ella;
por la nariz exhala burbujas de luz que explotan sobre ella. Su aliento es un
vaho luminoso que la reconforta. Se monta en él, vuela, se siente libre, los
dejo hacer. Es su guía.
Nota: Para Jung el dragón, aparte de fuerza, es un símbolo
andrógino, representa una elevada espiritualidad que armoniza el fuego de las
pasiones.
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