El discípulo fregaba de rodillas las lozas del suelo, ya
hacía rato que sacaba con esmero e ímpetu lustre a la misma loza.
El maestro que pasaba por allí le preguntó, “¿Qué quieres
convertir la loza en un espejo como en el mondo de Basso y Nangaku?“
“No maestro sólo limpiaba”, sin atreverse a mirarlo a la
cara, contestó.
“Entonces, ¿Encontraste la felicidad?”; “Si maestro, si”.
A lo que el maestro le propinó tal bofetón que lo tiró al
suelo. Mientras se retiraba le dijo, “Sigue fregando el suelo hasta que la
encuentres”.
Al caer la noche, el discípulo quedó dormido sobre el duro
suelo; el maestro le cubrió con una manta y se retiró a su cuarto.
De madrugada se acerco al muchacho gritando, “¡Fuego,
fuego!, el discípulo se levantó y comenzó a correr sin saber hacia dónde, pues
la única llama era la de la vela del maestro. “¿Dónde maestro, dónde?”.
El maestro riéndose a carcajadas, apago de un soplido la
vela, quedándose la estancia completamente a oscuras. Acercando su cara a la
del discípulo le espetó, “No hay más llama que la del corazón, ni más felicidad
que la del alma. Ni en tus sueños, ni en tus pensamientos encontraras nada que
se le parezca.”
1 comentario:
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