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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

domingo, 20 de enero de 2013

La confusión



Somos seres libres, nuestro impulso vital nos avasalla en la certeza inconsciente de que la libertad es nuestra única razón de ser y el único modo de alcanzar la plenitud.

Pero como El loco, del arcano del Tarot de Marsella del mismo nombre, vagamos en una neblina de ideas mentales que nos impiden sentirnos libres; a pesar del impulso divino que reside en nuestro interior; simbolizado por el perrillo que empuja al loco en dicha carta, colocando sus patitas sobre el primer Chakra.

La niebla de la moral judeocristiana, de la educación escolar, de las neuróticas ideas de nuestros padres, sobre la fidelidad, el deber, el amor, de las novelas y películas sobre el irreal y tan perjudicial, amor de cuento de hadas, y, sobre todo, del sistema de poder económico/político haciéndonos creer que todas nuestras necesidades se colmaran con la posesión material increscendo. Nos hacen encontrarnos en un camino constante de sufrimiento en busca de algo que no vemos y para el que recibimos recetas totalmente equívocas y contradictorias.

Lo confundimos todo, el amor con el querer, con la posesión, con la esclavitud del otro hacia nuestras necesidades y lo que es peor nuestros deseos. Creemos que sacrificio y entrega son sinónimos de compasión, todo lo contrario. Sacrificarse es inútil y menos aún por la supuesta felicidad de otro u otras, que además tampoco la van a encontrar. El esfuerzo es sano, entender las necesidades del otro y satisfacerlas respetándonos a nosotros mismos es el camino de la libertad. Nuestra y del otro.

Fidelidad no es amor, pero promiscuidad tampoco. “Yo quiero”, es la frase más dañina para nuestra mente, la que nos encadena, como quiero esto o aquello, sufro si no es así y normalmente nunca es así. Si amo; respeto y entiendo al otro, e intento ponerme en su lugar.
¿Quién inventó la fidelidad conyugal?, ¿El deber conyugal?, ¿Que la abstinencia sexual nos conduce a Dios? Un enfermo, un neurótico, un ansioso de poder sobre los demás; la más profunda de las perversiones sexuales.

La más grave confusión, la más densa fuente de dolor; nuestro enfermizo complejo de Edipo o Electra. Somos incapaces distinguir el deseo sexual, del cariño, ya no voy a hablar del amor. Las ilusiones de nuestra mente del amor verdadero.

Follamos y pensamos que amamos; el mismo lenguaje representa a las mil maravillas esa confusión, cuando digo quiero, ¿Digo amo? O me engaño poseyendo; quiero a mis hijos, a mi pareja, a mi familia, a mis amigos; porque son míos y actúan conforme a mis creencias mentales del todo neuróticas. Nada más alejado del amor. Digo amo, cuando hiervo de pasión por dentro, apagándose al poco conforme la excitación de la novedad sexual desaparece.
El viene montado en su corcel blanco con un sombrero de plumas, ella cándida y pudorosa, tocada con su pamela y su velo cayendo sobre el rostro. Escoria mental que nos arrastra irremisiblemente al infierno de una existencia desdichada, constantemente empujando la rueda del Samsara en busca de una relación ideal; y lo ideal sólo existe en nuestra mente.
Parejas que caducan como yogures, amantes que se suceden noche tras noche; para colmar con míseros orgasmos las profundidades de nuestra desazón.

Eso no es amor, ni lo será nunca; amar no es querer, amar es respetar al otro y a nosotros mismos, satisfacer nuestras necesidades y la de los demás; es saber distinguir la entrega sexual del simple deseo carnal. No es reprimir nuestros deseos, pero si liberarnos de nuestras concepciones patológicas. Amar a una persona es comprometerse con ella, en su desarrollo, en su libertad y en la nuestra. Y transcender tantos deberes, morales, represiones y obsesiones.

Eso es lo más cercano a sentir el amor puro en la tierra, amar es entregarse, es compasión, es dar cariño, y también es fundir nuestra energía con otros a través del encuentro sexual, conectar los espíritus; pero transcendiendo fidelidades absurdamente reducidas a la posesión y a la sexualidad, e irrefrenables deseos animales de posesión y atracción sexual para satisfacer nuestro egóicos deseos de conquista. No hay nada más triste que follar para intentar llenar nuestra carencia afectiva; por qué el ser humano sigue creyendo que si sus padres no le quisieron podrá suplir eso con sustitutos de quita y pon, con orgasmos furtiveados al amor.

Amar no está en nuestra mente, está en nuestro espíritu y se expresa a través del corazón y de la piel. Sentir el amor, amaos, ¡Amad!

“Amor
Es la mentira de la razón,
Es el roce de una mano,
Es el abrazo de corazón,
Es el calor del sol,
Es el pezón irritado de la mamá
Y el hilillo de leche del lactante.
Son las manos del cuidador,
Es la mirada del sanador,
Es el dibujo de un corazón,
Es el ruido del arado del tractor,
Son las lágrimas de la lluvia
Y el rayo que ilumina las tinieblas.
Es el sonido de una sonrisa,
Son las carcajadas de una reunión,
Son las palabras dichas con compasión,
Son dos sexos húmedos en flor,
Es la sífilis del violador
Y el cuerpo que se vende con dolor.
Es la entereza ante el maltratador,
Es la resistencia ante el poder,
Es la indignación del que pide justicia,
Es la paz de la mente,
Es el calor del corazón,
Es el fuego de la pasión,
Es el grito del orgasmo.
Son las alas de una paloma que vuela sin tirador.”
“Es el perdón al asesino
Y el arrepentimiento sincero.
Es el rumor del mar,
Es el temblor de la tierra,
Es la corriente del rio,
Es el agua para la sed,
Es el calor para el frio,
Es el sueño de la noche

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