Muchos otorgan una preponderancia excesiva al espíritu
sobre el cuerpo y la mente, los otros dos componentes esenciales del ser
humano. Las religiones, el espiritismo y la nueva espiritualidad nos presentan
al cuerpo como una cáscara para el espíritu y la mente, como extensión del ego,
como fuente de todos los males. Incluso se pone el énfasis en que la enfermedad
es una manifestación del malestar del espíritu por la falta de realización de
nuestra misión espiritual.
Con anterioridad el origen emocional de la enfermedad
parece haberse convertido en una verdad genérica aceptada. Personalmente no
creo que el espíritu sea más importante que el cuerpo o la mente en nuestra
existencia, es una parte más de la triada que forma el ser humano, de la santísima
trinidad que nos constituye. La enfermedad en ese caso sería una manifestación
del desequilibrio entre mente, cuerpo y espíritu. Y dar excesiva preponderancia
al espíritu contribuye a ese desequilibrio.
La tradicional represión de la sexualidad por parte de la
mayoría de las religiones y morales de las sociedades son una manifestación de
la negación del cuerpo, de la negación de su existencia y sus necesidades; por
otro lado el excesivo énfasis en lo perjudicial del ego, palabra de moderna creación
a partir del psicoanálisis, nos esclaviza en una constante lucha contra la expresión
de nuestra personalidad; parece que sólo quedara el espíritu como manifestación
única de la divinidad y de la bondad. Nada más alejado de la realidad tanto
cuerpo como mente son también expresión de la divinidad y por consiguiente
merecedoras de nuestra veneración.
Únicamente equilibrando cuerpo, mente y espíritu podremos
expresar a través de nosotros nuestra auténtica esencia, sentir el amor
universal en nosotros y la plenitud de la existencia.