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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

lunes, 31 de marzo de 2014

Cuerpo, mente y espíritu...



Muchos otorgan una preponderancia excesiva al espíritu sobre el cuerpo y la mente, los otros dos componentes esenciales del ser humano. Las religiones, el espiritismo y la nueva espiritualidad nos presentan al cuerpo como una cáscara para el espíritu y la mente, como extensión del ego, como fuente de todos los males. Incluso se pone el énfasis en que la enfermedad es una manifestación del malestar del espíritu por la falta de realización de nuestra misión espiritual.
Con anterioridad el origen emocional de la enfermedad parece haberse convertido en una verdad genérica aceptada. Personalmente no creo que el espíritu sea más importante que el cuerpo o la mente en nuestra existencia, es una parte más de la triada que forma el ser humano, de la santísima trinidad que nos constituye. La enfermedad en ese caso sería una manifestación del desequilibrio entre mente, cuerpo y espíritu. Y dar excesiva preponderancia al espíritu contribuye a ese desequilibrio.
La tradicional represión de la sexualidad por parte de la mayoría de las religiones y morales de las sociedades son una manifestación de la negación del cuerpo, de la negación de su existencia y sus necesidades; por otro lado el excesivo énfasis en lo perjudicial del ego, palabra de moderna creación a partir del psicoanálisis, nos esclaviza en una constante lucha contra la expresión de nuestra personalidad; parece que sólo quedara el espíritu como manifestación única de la divinidad y de la bondad. Nada más alejado de la realidad tanto cuerpo como mente son también expresión de la divinidad y por consiguiente merecedoras de nuestra veneración.
Únicamente equilibrando cuerpo, mente y espíritu podremos expresar a través de nosotros nuestra auténtica esencia, sentir el amor universal en nosotros y la plenitud de la existencia.











domingo, 30 de marzo de 2014

El bien y el mal



“La claridad de la sombra de los pinos depende de la oscuridad de la luz de la luna.”

Qué me perdone el gran Kodo Sawaki por variar su genial poema: “La oscuridad de la sombra de los pinos depende de la claridad de la luz de la luna.”
Todos tenemos luz y oscuridad en nuestro ser, dicen que a mayor luz mayor oscuridad por la ley del equilibrio energético, lo único que la luz eclipsa la oscuridad. En cada uno de nosotros está el bien y el mal, es más el bien absoluto y el mal absoluto conviven en nuestro interior y esa convivencia puede ser en perfecta armonía. Como muy bien representa el símbolo taoísta del Ying y el Yang, en cada uno de nosotros mora la luz y la oscuridad, al igual que el mundo, ese símbolo es la representación de esa dualidad, la de la luz/oscuridad, la del bien/mal; cada una de ellas no puede existir sin la otra, están irremisiblemente unidas.
Mientras más busquemos el bien más nos acercaremos al mal, mientras más nos esforcemos en aumentar nuestra luz, mayor será nuestra oscuridad. Podemos transcender esa aparente contradicción a través de la vía de la aceptación, al contemplar nuestra oscuridad sin juzgarla nos alejamos de ella, al contemplar nuestra luz sin abrazarla rompemos nuestras cadenas mentales sobre el bien y el mal. Rechazamos el mundo por estar lleno de dolor y sufrimiento, juzgamos los comportamientos de los demás, buscamos afanosamente el placer sin conseguir alejarnos de su opuesto el dolor; tan solo necesitamos aceptar la realidad, aceptarnos a nosotros mismos y aceptar la dualidad existente en nuestro interior para liberarnos de su esclavitud.
Nadie está por encima del bien y del mal, pero no por buscar afanosamente el bien conseguimos alejar el mal.






martes, 18 de marzo de 2014

El sexo



El sexo no tiene sentido se trata sólo de practicarlo. Es una necesidad más del cuerpo como comer, beber o dormir. Comemos cuando tenemos hambre, bebemos cuando tenemos sed, dormimos cuando tenemos sueño, entonces ¿Por qué no follamos cuando tenemos deseo sexual? ¿Por qué nos aguantamos las ganas?
La fidelidad, la contención del impulso sexual, el aparentar la falta de apetito sexual, no dejan de ser creencias irracionales, como muchas otras, que creemos son “virtudes” inherentes al ser humano, cuando en realidad sólo deben su razón de ser a necesidades sociales, económicas y políticas. La moralidad dominante y sus formas de transgresión, como en el caso del sexo son la prostitución y la promiscuidad, no dejan de ser pilares del orden social establecido y como tales no van encaminados al desarrollo del ser humano sino al mantenimiento de dicho orden social, aunque este sea injusto y castrador de las potencialidades del ser humano, tanto a nivel colectivo como individual.
El patriarcado, las relaciones económicas basadas en la explotación y la moralidad represora del natural deseo sexual convierten la existencia del ser humano en el paraíso del sufrimiento, donde el reino del dolor doblega lo que debería de ser una expresión placentera y desinhibida de nuestra corporeidad.
Encarnamos para aprender, para desarrollar nuestras potencialidades, pero también para disfrutar de la sensualidad de nuestro cuerpo. La vida tiene un propósito, pero el sentido último es vivirla, con todas sus consecuencias.
De nada sirve elevar nuestro espíritu, expandir nuestra mente, si reprimimos nuestra necesidad de sentir, de tener contacto físico, de acariciar, de ser tocados, de expresar nuestra sexualidad, de fundirnos con el otro y de gozar de nuestros cuerpos. En definitiva de amar por encima de nuestras creencias y patrones adquiridos que nos encadenan al sufrimiento. No debemos olvidar que la energía sexual es una parte de la energía espiritual.
Alcanzar el equilibrio a nivel sexual es difícil como en toda expresión humana, pues al igual que por carencia afectiva podemos comer en exceso perjudicando nuestro cuerpo o, en el otro extremo, negarnos a comer para castigar nuestro cuerpo; a su vez por carencia afectiva podemos caer en la promiscuidad o en la represión absoluta por no sentirnos dignos.
Disfrutar de nuestro cuerpo y vivir nuestra sexualidad está más cerca del placer liberador que de la represión o la sustitución por sexo de la necesidad de ser amados.
Podemos tocar, acariciar o estimular, o ser nosotros los tocados, acariciados o estimulados, sin esperar que eso solucione nuestra vida o colme nuestros anhelos. Es decir, usar nuestro cuerpo para disfrutar con él, solos o con otras personas. Sin más pretensiones que la de satisfacer una necesidad fisiológica. Sin olvidar sus posibilidades de desarrollo personal pues como dije antes la energía sexual está íntimamente ligada con la espiritual. Sabiendo que cuando llegamos al orgasmo al unísono con otra persona puedes experimentar el abandono de ti mismo y la fusión con el otro. Y esa experiencia no entiende de convencionalismos sociales, de moralidad o de miedos.
Es en definitivas amar, que no tiene nada que ver con nuestras creencias. Tan sólo es una experiencia.





















miércoles, 12 de marzo de 2014

Encender nuestra luz



Si estás a oscuras en una habitación cerrada y enciendes una cerilla, ves un poco a tu alrededor…
Si prendes una vela casi puedes ver toda la habitación…
Si enciendes una lámpara, la ves por completo, hasta los rincones…
Pero si abres puertas y ventanas y dejas que entre el sol, la habitación se ilumina por completo, además de recibir calor calentándose…
La luz es más fuerte que la oscuridad, no es una frase más, es una evidencia. Aunque eso no quite que muchos aspectos de nuestra vida estén dominados por la oscuridad, incluso a veces, la mayoría de nuestra existencia la pasamos en la oscuridad pero eso es porque no hemos encontrado la forma de encender nuestra luz.
Cuando aprendemos a hacer la burbuja de luz, encendemos una cerrilla; al sentir nuestra propia luz, encendemos una vela; en el momento que nos conectamos a la dimensión luminosa, y nos situamos en ella una y otra vez, a la vez que buscamos con ahínco la fuente de luz pura, es como si encendiéramos una lámpara. Sólo cuando aceptamos lo que vemos, lo que somos y lo que sentimos, somos sinceros con nosotros mismos, nos aceptamos con nuestros claros y oscuros, nos reconocemos nuestra naturaleza divina y comenzamos a olvidarnos de nosotros mismos, sólo entonces el sol comenzará a brillar de forma incandescente en nuestro interior, iluminando todos los rincones de nuestra existencia, sin que nadie pueda apagarlo.