El sexo no tiene sentido se trata sólo de practicarlo. Es
una necesidad más del cuerpo como comer, beber o dormir. Comemos cuando tenemos
hambre, bebemos cuando tenemos sed, dormimos cuando tenemos sueño, entonces
¿Por qué no follamos cuando tenemos deseo sexual? ¿Por qué nos aguantamos las
ganas?
La fidelidad, la contención del impulso sexual, el
aparentar la falta de apetito sexual, no dejan de ser creencias irracionales,
como muchas otras, que creemos son “virtudes” inherentes al ser humano, cuando
en realidad sólo deben su razón de ser a necesidades sociales, económicas y
políticas. La moralidad dominante y sus formas de transgresión, como en el caso
del sexo son la prostitución y la promiscuidad, no dejan de ser pilares del
orden social establecido y como tales no van encaminados al desarrollo del ser humano
sino al mantenimiento de dicho orden social, aunque este sea injusto y
castrador de las potencialidades del ser humano, tanto a nivel colectivo como
individual.
El patriarcado, las relaciones económicas basadas en la
explotación y la moralidad represora del natural deseo sexual convierten la
existencia del ser humano en el paraíso del sufrimiento, donde el reino del
dolor doblega lo que debería de ser una expresión placentera y desinhibida de
nuestra corporeidad.
Encarnamos para aprender, para desarrollar nuestras
potencialidades, pero también para disfrutar de la sensualidad de nuestro
cuerpo. La vida tiene un propósito, pero el sentido último es vivirla, con
todas sus consecuencias.
De nada sirve elevar nuestro espíritu, expandir nuestra
mente, si reprimimos nuestra necesidad de sentir, de tener contacto físico, de
acariciar, de ser tocados, de expresar nuestra sexualidad, de fundirnos con el
otro y de gozar de nuestros cuerpos. En definitiva de amar por encima de
nuestras creencias y patrones adquiridos que nos encadenan al sufrimiento. No
debemos olvidar que la energía sexual es una parte de la energía espiritual.
Alcanzar el equilibrio a nivel sexual es difícil como en
toda expresión humana, pues al igual que por carencia afectiva podemos comer en
exceso perjudicando nuestro cuerpo o, en el otro extremo, negarnos a comer para
castigar nuestro cuerpo; a su vez por carencia afectiva podemos caer en la
promiscuidad o en la represión absoluta por no sentirnos dignos.
Disfrutar de nuestro cuerpo y vivir nuestra sexualidad
está más cerca del placer liberador que de la represión o la sustitución por
sexo de la necesidad de ser amados.
Podemos tocar, acariciar o estimular, o ser nosotros los
tocados, acariciados o estimulados, sin esperar que eso solucione nuestra vida
o colme nuestros anhelos. Es decir, usar nuestro cuerpo para disfrutar con él,
solos o con otras personas. Sin más pretensiones que la de satisfacer una
necesidad fisiológica. Sin olvidar sus posibilidades de desarrollo personal
pues como dije antes la energía sexual está íntimamente ligada con la
espiritual. Sabiendo que cuando llegamos al orgasmo al unísono con otra persona
puedes experimentar el abandono de ti mismo y la fusión con el otro. Y esa
experiencia no entiende de convencionalismos sociales, de moralidad o de miedos.
Es en definitivas amar, que no tiene nada que ver con
nuestras creencias. Tan sólo es una experiencia.
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