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Copyright Francisco José Del Río Sánchez 2008

martes, 18 de marzo de 2014

El sexo



El sexo no tiene sentido se trata sólo de practicarlo. Es una necesidad más del cuerpo como comer, beber o dormir. Comemos cuando tenemos hambre, bebemos cuando tenemos sed, dormimos cuando tenemos sueño, entonces ¿Por qué no follamos cuando tenemos deseo sexual? ¿Por qué nos aguantamos las ganas?
La fidelidad, la contención del impulso sexual, el aparentar la falta de apetito sexual, no dejan de ser creencias irracionales, como muchas otras, que creemos son “virtudes” inherentes al ser humano, cuando en realidad sólo deben su razón de ser a necesidades sociales, económicas y políticas. La moralidad dominante y sus formas de transgresión, como en el caso del sexo son la prostitución y la promiscuidad, no dejan de ser pilares del orden social establecido y como tales no van encaminados al desarrollo del ser humano sino al mantenimiento de dicho orden social, aunque este sea injusto y castrador de las potencialidades del ser humano, tanto a nivel colectivo como individual.
El patriarcado, las relaciones económicas basadas en la explotación y la moralidad represora del natural deseo sexual convierten la existencia del ser humano en el paraíso del sufrimiento, donde el reino del dolor doblega lo que debería de ser una expresión placentera y desinhibida de nuestra corporeidad.
Encarnamos para aprender, para desarrollar nuestras potencialidades, pero también para disfrutar de la sensualidad de nuestro cuerpo. La vida tiene un propósito, pero el sentido último es vivirla, con todas sus consecuencias.
De nada sirve elevar nuestro espíritu, expandir nuestra mente, si reprimimos nuestra necesidad de sentir, de tener contacto físico, de acariciar, de ser tocados, de expresar nuestra sexualidad, de fundirnos con el otro y de gozar de nuestros cuerpos. En definitiva de amar por encima de nuestras creencias y patrones adquiridos que nos encadenan al sufrimiento. No debemos olvidar que la energía sexual es una parte de la energía espiritual.
Alcanzar el equilibrio a nivel sexual es difícil como en toda expresión humana, pues al igual que por carencia afectiva podemos comer en exceso perjudicando nuestro cuerpo o, en el otro extremo, negarnos a comer para castigar nuestro cuerpo; a su vez por carencia afectiva podemos caer en la promiscuidad o en la represión absoluta por no sentirnos dignos.
Disfrutar de nuestro cuerpo y vivir nuestra sexualidad está más cerca del placer liberador que de la represión o la sustitución por sexo de la necesidad de ser amados.
Podemos tocar, acariciar o estimular, o ser nosotros los tocados, acariciados o estimulados, sin esperar que eso solucione nuestra vida o colme nuestros anhelos. Es decir, usar nuestro cuerpo para disfrutar con él, solos o con otras personas. Sin más pretensiones que la de satisfacer una necesidad fisiológica. Sin olvidar sus posibilidades de desarrollo personal pues como dije antes la energía sexual está íntimamente ligada con la espiritual. Sabiendo que cuando llegamos al orgasmo al unísono con otra persona puedes experimentar el abandono de ti mismo y la fusión con el otro. Y esa experiencia no entiende de convencionalismos sociales, de moralidad o de miedos.
Es en definitivas amar, que no tiene nada que ver con nuestras creencias. Tan sólo es una experiencia.





















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