El niño se levantó de la cama como otro día cualquiera,
entró en el cuarto de baño y después desayunó un poco medio adormilado. Su
madre lo dejó en el colegio y pasó las primeras horas entre la apatía y el
sueño atrasado. Salió a jugar al patio, aunque tenía amigos no era
extremadamente sociable. Lucía un sol radiante y pronto estuvo sudando a pesar
de ser invierno, ya casi al final del recreo alguien observó algo raro.
Uno de sus amigos empezó a decir que no tenía sombra, el
niño no recordaba cuando fue la última vez que tuvo sombra, la verdad es que es
algo que uno no va comprobando continuamente, y no tenía ningún motivo para
preocuparse por si tenía sombra o no, lo normal es que este te acompañe a todos
lados. Sus amigos se pusieron en fila junto a él y todos proyectaban sus
propias sombras, faltaba la suya, todos se quedaron en silencio. En ese momento
sonó el timbre del final del recreo y todos volvieron a la clase. Uno de sus
amigos de por naturaleza muy hablador le comentó al profesor lo sucedido, este
miro a ambos niños y dudó por un momento, antes que sus preocupaciones como
profesor de una clase de más de 20 niños le devolvieran a su realidad.
Pasó el resto del día y nadie más se acordó de la sombra,
ni siquiera el niño. Al acostarse se acordó y bostezando le contó lo sucedido a
su mama, esta le dijo que no tenía importancia y que se durmiera. La madre al
salir del cuarto le contó lo que le había dicho el niño al padre que estaba
viendo la televisión.
─¿Crees que deberíamos llevarlo al psicólogo? ─preguntó
ella. ─Si empieza a inventarse cosas igual es algún problema.
─No creo ─respondió el padre.
Vinieron varios días en que estuvo nublado y nadie se
acordó más de lo sucedido, pero el niño empezó a mostrarse triste pues cada
noche tenía un sueño en el que estaba en el patio del colegio y no tenía
sombra, además su cuerpo se iba aclarando hasta casi desaparecer.
Como siempre sucede, volvió a salir el sol y nada más
salir al recreo uno de sus amigos empezó a gritar que no tenía sombra, al poco
todos los niños estaban arremolinándose alrededor, pero no veían nada pues
tantas sombras tapaban la posible sombra del niño. Varios niños mayores
pusieron orden y todos se quedaron en silencio mientras el niño se ponía en
medio sin que apareciese su sombra. Una cuidadora se acercó para ver que
sucedía, no se dio cuenta al principio pues sólo veía a un niño rodeado de
otros niños, iba a mandarlos a jugar de nuevo cuando uno de los mayores le dijo
que el niño no tenía sombra. La cuidadora lo miró intentando asegurarse de que
lo que veía era cierto, cuando salió de su asombro se acercó al niño y le
pregunto si estaba bien. Claro que estaba bien, él sólo quería seguir jugando
que más da que tuviera sombra o no.
Llamaron a su madre, está acudió inquieta pues no sabía
si le habría sucedido algo al niño, el que no le hubieran querido decir que
sucedía por teléfono dejaba claro que enfermo no estaba y que o bien se había
portado mal o era un tema de agresiones, y su hijo no era de los que pegaban,
así que muy posiblemente sería que le habían pegado. Su extrañeza aumentó más
cuando la recibió el director y le dijo que la acompañara que no podía
explicarle lo que sucedió sin que viera antes algo, la tranquilizó diciendo que
el niño estaba bien y que no había sucedido nada malo.
Recogieron al niño en la clase y si bien estaba cabizbajo
no parecía tener señales de que le hubieran pegado. El director insistió en que
al llegar al patio lo entendería todo. Allí se pusieron bajo el sol invernal y
el director le preguntó a la madre si no veía nada extraño en su hijo, ella
miró a su hijo una y otra vez sin advertir nada, cada vez estaba más
malhumorada.
─Su hijo no tiene sombra, señora ─dijo secamente el
director. Ella pensó que estaba loco o que ella estaba soñando pero miró a su
hijo y efectivamente no tenía sombra, pero eso no podía ser. En cualquier
momento se despertaría y todo volvería a ser normal. Pero no se despertó.
Esa tarde la madre fue con su hijo a urgencias, no sabía
dónde ir y ella estaba entrando en un estado de nervios que amenazaba con
necesitar medicación. Con cada enfermera o médico se repetía la misma historia,
ella contaba lo del problema de la falta de sombra de su hijo, todos la miraban
como si estuviera loca y tras mucho insistir consentían en poner una lámpara de
mesa contra el niño para ver que su sombra no aparecía en la pared. Todos se
quedaban sin habla y la remitían a un nuevo especialista, pronto se vio
recorriendo los pasillos del hospital con una comitiva tras ellos digna de un
visitante famoso.
Cansada decidió volver a casa y tras suplicarle llorando
a su marido que no estaba loca le tuvo que demostrar, haciendo de nuevo lo de
la lámpara que su hijo no proyectaba sombra. Como podéis imaginar el niño no
entendía nada pues él aunque se encontraba bien cada vez estaba más preocupado
porque si su madre se ponía a sí era que lo de no tener sombra sería muy grave,
total si a fin de cuentas la sombra no sirve para nada.
Siguieron varios días en que la sorpresa inicial dio paso
a la costumbre y ya casi nadie hacía caso a su falta de sombra, pero él se
notaba raro era como si su piel fuera un poco más clara. En su casa nadie
comentaba nada a la espera de un encuentro con un eminente neurólogo
especializado en casos raros de origen cerebral.
Todo iba bien hasta que comentando el caso las madres en
la puerta del colegio a una se le ocurrió preguntar en voz alta, si aquello de
no tener sombra no podía ser algo contagioso; la histeria se apoderó de las
madres pues si nadie sabía lo que era igual era el síntoma de algo más grave.
Al día siguiente faltaron niños al colegio y un grupo de
madres insistió en ver al director, ante la falta de explicaciones de este,
decidieron no llevar sus hijos al colegio. Los otros niños empezaron a no
querer jugar con él y la falta de asistencias motivó una inspección escolar
sanitaria. Lo miraron por todos lados de su cuerpo y determinaron que no tenía
síntoma contagioso alguno. Pero uno de los inspectores observo la excesiva
claridez de su piel y no le pareció normal por lo que recomendó que no se
mezclara con otros alumnos.
Pronto estuvo sólo y nadie se acercaba a él, sus padres
ante la falta de resultados de la visita la eminente neurólogo, decidieron que
sería mejor que no saliera a la calle, sobre todo desde que su caso había
salido en las noticias y no dejaba de haber periodistas en la puerta de la
casa.
El niño se pasaba la mayor parte del tiempo en la cama y
observaba con miedo como veía sus venas a través de la piel. Aquello no podía
seguir así pero no sabía qué hacer. Sí su sombra se había marchado igual podría
volver si la llamaba, gritó hasta que le dolió la garganta pero seguía sin
reflejar nada en la pared al ponerse delante de la lámpara; se pintó con
rotuladores por el cuerpo sin resultado, todo era en balde.
Esa noche durmió y soñó que volvía a tener sombra pero al
despertarse vio que todo seguía igual, perdió las ganas de comer y de
levantarse de la cama.
Cada noche soñaba que tenía sombra pero al levantarse no
sucedía nada y su piel aclaraba más, ya podía ver sus huesos.
Pensó que podía preguntarle al sueño cómo hacer para
tener sombra también despierto. Se durmió varias noches con la idea de
preguntarle al sueño pero por la mañana no obtenía respuesta. Como no comía ya
no se levantaba nada más que para ir al cuarto de baño, a su madre la tuvieron
que ingresar con una crisis nerviosa y una tía suya lo cuidaba mientras su
padre trabajaba. Su padre se sentaba junto a él cuando volvía del trabajo y se
quedaba mirándolo en silencio, tampoco entendía nada.
Durante una siesta, se vio jugando en un prado al pronto
le llamó la atención que nada tenía sombra, no era él el único que no tenía
sombra. Se encontró a un anciano con barba blanca y pelos largos blancos, el
niño le hablaba pero no podía escuchar lo que le contestaba el anciano, gritaba
en el sueño porque quería volver a tener sombra pero las palabras del anciano
no llegaban a sus oídos. Despertó sobresaltado y gritando, su tía lo
tranquilizó como pudo. Mientras estaba entre sus brazos, decidió que si él
quería tener sombra la tendría y trabajaría todo el día para tener sombra.
Sólo pensaba en eso, en tener sombra; seguía comiendo
poco y se pasaba el día acostado, pero cada mañana se miraba en la pared con
una luz detrás para ver si proyectaba sombra, no la veía pero él seguía
concentrado en tenerla. Un día creyó ver su sombra y fue corriendo a decírselo
a su tía, esta como pudo le dijo que ella no veía nada, pero de pronto cayó en
la cuenta que la piel del niño no estaba tan clara y se echó a llorar.
Sin decirle nada al padre los dos se pusieron pensar en
que el niño volvía a tener sombra y aunque pasaban los días y está no volvía,
si era verdad que su piel cada vez era menos clara. Los médicos dijeron que
parecía una reversión de los síntomas. Al escuchar esta noticia la madre se
recuperó y volvió a casa, se encerró con el niño en el cuarto y los tres, el
niño, la madre y la tía pensaron en que la sombra volvía con su hijo.
Pasaron varias semanas sin que la sombra apareciese pero
la piel del niño tomo su color normal. Hasta que una mañana vieron pagada al
suelo, en la pared donde debería proyectarse la sombra del niño una pequeña
figura oscura que se movía como el niño, parecía un bebe sombra. Lloraron de
felicidad y como el sol estaba fuera salieron a la calle, si bien la sombra no
era más grande, a la luz del sol si era más oscura. Un especialista en algo que
ni ellos mismos recuerdan les dijo que quizás la luz del sol ayudaría a crecer
a la sombra. Caminaban bajo el sol y pasaban horas sentados recibiendo sus rayos,
poco a poco la sombra crecía hasta casi ocupar su tamaño real. Llegó la hora de
volver al colegio.
Al principio los niños lo esquivaban, más por la presión
de sus padres que por otra cosa, pero pronto sus amigos volvieron a jugar con
él y su madre superó su crisis nerviosa.
Con el paso de los años al no quedar pruebas físicas ni
un origen de lo sucedido algunos especialistas estirados se atrevieron a
sostener que todo había sido debido a un episodio de alucinación colectiva.
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