El leproso

Recuerdo otra vida pasada...
Lo primero que veo son mis manos, son repugnantes, completamente llenas de pústulas y llagas. Sin embargo estoy acariciando el cuerpo de una mujer muy bella, hago el amor con ella; pero hay algo extraño, me doy cuenta que esta muerta y creo que la he matado yo. Más tarde habrá otras victimas.

Deambulo por los caminos con una capucha y un palo con una campana, la gente me da comida tirandomela al suelo, como a un perro. Cuando convivo con otros como yo, somos como animales, peleas, violaciones.

Por los camino hay algo que me aterra, ruido de caballos, me escondo siempre y no me calmo hasta que se alejan.

Observo a un grupo de mujeres lavando ropa es un río, soy igual que una fiera acechando una presa. No tengo ninguna compasión con mis victimas y una vez he satisfecho mis deseos, los mato con mis propias manos. Soy esclavo de un irrefrenable deseo sexual y hago cualquier cosa por satisfacerlo.

Por fin acaba todo, un niño escapa de mis manos, los habitantes del pueblo me persiguen, me alcanzan y me linchan, mientras muero siento que es lo que me merezco. Voy a la luz, por fin puedo descansar, se acabo tanto sufrimiento...

Esta vida me enseña lo que nos sucede cuando nos dejamos llevar exclusivamente por nuestros deseos, como el ego nos convierte en alimañas si nos plegamos completamente a sus caprichos...

No solo hay seres humanos que se comportan como fieras sojuzgados por sus egos, entre los asesinos, violadores y delincuentes. También hay muchas fieras en los despachos de los gobiernos, Wall street, altos mandos del ejercito, etc, que se comportan como animales sin compasión, con el único objeto de satisfacer a sus egos.

Con respecto a esa vida me pregunto como no termine como un espíritu oscuro, creo que en el último momento comprendí lo incorrecto de mis acciones y pude perdonarme a mi mismo. Algo que nunca hacen los oscuros y por eso creen que como demonios tienen que estar en el infierno, para lo que se fabrican uno para seguir sufriendo. No comprenden que todos somos dignos de amor y de perdón, aunque siempre somos responsables de nuestros actos y tenemos que saldar nuestras deudas.

EL LEPROSO II